HABLANDO DE LA DÉCADA INFAME...
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HABLANDO DE LA DÉCADA INFAME...
Ruidos muertos
Ya está. Y como canta el tango: “sus ojos se cerraron y el mundo sigue
andando”. Si hasta cuando se murió el hijo de Dios no se paró el
universo. Tampoco con Sandro. La rueda no para nunca. Se acaba el ruido
de un funeral popular y empieza el ruido por otro: el funeral de Martín
Redrado en el Banco Central. Lo que no quiere decir que no puede
resucitar, pero cruzando hacia el otro lado de donde nunca quiso irse.
Muchos políticos arman tanto ruido para que no se note cuando bajan la
voz, que da lo mismo oírlos o no oírlos. Los que no hacen ruido son los
predadores económicos furtivos. Ellos tienen lobistas que los
representan. El Banco Central es uno de los lugares que más acechan. De
pronto algunos salen a defender el Banco Central tan entusiastamente
que uno deduce qué poder guardarán ahí adentro tan celosamente. El
Banco Central hace ruido porque se cree que está aparte de todo. Su
presidente presume que es inamovible porque está en un Vaticano
independiente del país soberano. Los mismos lamebotas que lamieron al
enviado Arturo Valenzuela, lamen ahora a Redrado como antes a Cobos.
Los periodistas colonizados siempre defienden a los virreyes. Y los que
fundieron cíclicamente las reservas ahora ponen el grito en el cielo y
se vuelven amarretes. El Banco Central es un ruido tardío de los años
noventa. El Gobierno pretendió no oírlo y recién se despierta cuando el
establishment opositor lo roe desde adentro. El Central lo inventó en
la década infame el presidente del Banco de Inglaterra. Enarbolaban
esta consigna: “Que los nativos argentinos elijan sus gobiernos, los
ingleses tenemos el Banco central y la hegemonía económica”. Aquí la
oligarquía latifundista bailaba en cuatro patas: las de las vacas. Vino
la ya remota revolución económica peronista de los cincuenta, y el
banco vuelve a ser argentino. Con los tiempos recomienza su historia de
paulatina autonomía. En 1992, la segunda década sombría, se firma una
nueva carta orgánica dictada por el Consenso de Washington y los
organismos internacionales, para que los gobiernos latinoamericanos no
tengan injerencia en los sistemas monetarios. Y el Banco Central fue
como un Estado dentro de otro: el estado Argentino. El nuestro.
Mercedes Marcó del Pont no tuvo éxito en el Parlamento cuando hace
pocos años presentó un proyecto para cambiar esa carta orgánica
disciplinadora. Y de algún modo con poder de chantaje sobre cualquier
gobierno popular con decisiones heterodoxas y no de ajuste o dieta
perpetua. Aquí está hoy el precio que se paga. Martín Redrado, más
temprano o más tarde, tenía que ser fiel a su naturaleza. En su
caprichosa resistencia ideológica tiene colaboracionistas nostálgicos
que fantasean con la idea de un golpe leguleyo al estilo Micheletti en
Honduras. Ya está a tono el vicepresidente; se tienta al presidente de
la Corte Suprema y se arma una patrulla perdida con el Banco Central.
¿Qué más falta? Los grandes medios dale que dale con la quiebra
institucional; los empleados alcahuetes que nunca se jugaron por nada
ni por nadie, ahora se encolumnan con el patrón. El poeta Mario Trejo
escribía: “Dos cosas hay que temer: a la derecha cuando es diestra y a
la izquierda cuando es siniestra”¡Madre mía!, que el gobierno tenga
algún plan para salir de ésta con menos daño que con la 125. Aguantar,
aguanta, pero no es compensatorio atacar sin tener una buena defensa
para no recibir piñas al pedo. El papel de la oposición ya está al
desnudo: es el de la conspiración permanente. Los grandes Medios le
producen el mismo encantamiento de poder que antiguamente les producía
el favor de los militares. A Redrado no hay que esperarlo a que se
“desatrinchere”. Tiene que ir Aníbal Fernández a su despacho del
Central y cerrar la puerta tras de sí. Y después de un rato, salir con
la ropa desaliñada y decirle a los periodistas: “Ya está, aquí tengo su
renuncia”. ¿Y cómo lo convenció? “Ah, no, ese es un tema privado entre
Redrado y yo”.
Orlando Barone el 7 de Enero de 2010
Marcela- Cantidad de envíos : 150
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