UN GRITO EN LAS BOCAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA
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UN GRITO EN LAS BOCAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA
(Crítica)
Con las rupturas a nivel de embajadas, se terminó la ilusión de la
hegemonía de la administración de George W. Bush entre los gobiernos de
la región donde es menos popular.
Las conatos de buenos modales norteamericanos en América Latina
llegaron a su fin. Entre la denuncia de Evo Morales sobre la
“conspiración” para dividir a Bolivia y la indignación del líder de la
CGT, Hugo Moyano, con la “nueva ofensiva del imperio” para
“desestabilizar a los gobiernos de Argentina y Venezuela”, América
Latina reaccionó con diferentes grados de intensidad a la escalada
diplomática con Estados Unidos.
Es porque la hegemonía se terminó. Esta sentencia no corresponde a Hugo
Chávez ni a Evo Morales sino al Council on Foreign Relations, uno de
los think-tanks apartidarios más reconocidos de Estados Unidos,
responsable de la publicación Foreign Affairs y de un informe difundido
en mayo con el título “Las relaciones entre Estados Unidos y América
Latina: Un nuevo rumbo para una nueva realidad”.
Los analistas de la institución afín a los sectores demócratas
conservadores no esperaron a que los presidentes de Bolivia y Venezuela
expulsaran a los embajadores del “imperio” para advertir que “Estados
Unidos no puede seguir actuando como si fuera el actor externo más
importante en América Latina” y reconocer que “la política exterior
norteamericana no refleja la nueva realidad” en la región. Pero a menos
de dos meses de las elecciones para elegir al sucesor de George W. Bush
en la Casa Blanca, Washington se muestra poco dispuesto a aceptar
diagnósticos heterodoxos.
Ayer, mientras otros países latinoamericanos como Argentina evaluaban
la posibilidad de continuar el efecto dominó de expulsiones
diplomáticas, el Departamento de Estado echó a los representantes de La
Paz y Caracas con una explicación sencilla: “Los cargos contra nuestros
embajadores son falsos y los presidentes de Bolivia y Venezuela lo
saben”. Según el vocero oficial, Sean McCormack, “aquellos que elevaron
tanto su voz no están diciendo la verdad. La expulsión sólo refleja la
debilidad y la desesperación de esos líderes”.
La reacción crítica de los gobiernos de la región coincide con el ánimo
de sus habitantes respecto de Washington. Según el Pew Research Center,
el 82% de los venezolanos, el 34% de los argentinos y el 51% de los
bolivianos tenía en 2002 una “visión favorable” de Estados Unidos. En
2007, esas cifras se redujeron un 26%, 18%, y 8% respectivamente. “Las
tensiones son reales” pero obedecen a cambios más profundos de los que
indica la coyuntura: “mientras los fundamentos básicos de la política
exterior norteamericana en la región no cambiaron, América Latina sí lo
hizo”, explica el documento del Council on Foreign Relations.
“El enfoque en el comercio, la democracia y el narcotráfico sigue
siendo relevante, pero ya no es adecuado”. Pobreza, seguridad,
migraciones y energía son “las preocupaciones actuales de los gobiernos
y de los ciudadanos latinoamericanos”. Sin referirse directamente a la
situación en Bolivia y Venezuela, el ministro de Asuntos Estratégicos
de Brasil, Roberto Mangabeira Unger, dio ayer una explicación similar
durante una conferencia en Buenos Aires. “No estamos en rebeldía, pero
la parte más obediente del mundo, América Latina, fue la que
experimentó mayor decadencia económica al seguir las formas
establecidas por los países desarrollados”.
Más de 44 millones de latinos -el 15% de la población norteamericana-
integran la minoría más grande en Estados Unidos. Aunque condenaron la
decisión de Morales y Chávez, John McCain y Barack Obama serán
cautelosos en sus declaraciones sobre la región. Ambos saben que están
en juego los votos de 7,6 millones de electores hispanos que el 4 de
noviembre podrían definir quién se hará cargo de la herencia de George
W. Bush.
El himno boliviano a las puertas de la Embajada porteña
Las noticias sobre las masacres en el departamento amazónico de Pando
provocaron que unos 4.000 residentes bolivianos en Argentina,
convocados a través de las radios comunitarias, marcharan desde el
Congreso hasta la sede diplomática norteamericana, en Palermo.
Pancartas improvisadas proclamaban “Yankees No, Bolivia Sí”, mientras
un grupo de jóvenes repartía remeras que llevaban impresas el escudo de
Bolivia con el lema: “No al separatismo, Bolivia es una sola”.
UN CAMINO DE REITERADAS FRUSTRACIONES MUTUAS
Federico Merke*
La relación entre Estados Unidos y América Latina parece recorrer
caminos cruzados desde el fin de la Guerra Fría. Durante los años 90,
los relatos triunfantes del liberalismo, la democracia y la
globalización sostenidos por Washington asumieron que América Latina,
como otras regiones, se iría acomodando a un mundo sin otras
alternativas.
El resultado fue la desatención de una región que creció y se integró
hasta que el modelo encontró sus propios límites y entró en crisis.
Cuando Estados Unidos parecía intentar reorientar su lugar en América
Latina, los atentados del 11 de septiembre cambiaron la agenda. Estados
Unidos declaró que su nueva batalla sería la guerra contra el
terrorismo; invadió Afganistán e Irak, se enfrentó con Corea del Norte
y con Irán, se alejó de la Unión Europea, comenzó a desconfiar de China
y ahora vuelve a tener diferencias con Rusia. El resultado es la
pérdida de liderazgo norteamericano y su falta de capacidad para
construir un discurso que genere seguidores en todo el mundo. Esta
situación estructural explica la relación de Estados Unidos con América
Latina.
Luego del 11/9, Washington puso su ojo en la región en tres ámbitos:
terrorismo, migraciones y narcotráfico. Se trató de una agenda
esencialmente negativa, que apuntó a contener los problemas de la
región y evitar que afecten su seguridad nacional. Su alejamiento de la
región, sin embargo, coincidió con las transformaciones económicas y
políticas en América Latina que apuntaron a una relación más compleja
con Washington y que se ubican en un continuo que va desde el
plegamiento a la resistencia contra el imperio. Una América Latina
menos homogénea que en los 90 explica en parte por qué Estados Unidos
es visto, al mismo tiempo, como un imperio metido en cada uno de los
asuntos internos de los países de la región y como un Estado que nos
ignora por completo.
Así, Washington genera conflictos regionales no sólo por lo que hace
sino también por lo que deja de hacer. Lo cierto es que hoy Estados
Unidos es un país que ha perdido un enorme capital simbólico en la
región y todavía no ha reaccionado a esta realidad. Esto que para
Washington representa un serio problema, para América Latina, y en
particular para los países del Sur, representa una oportunidad para
definir qué relación desean tener. Difícilmente, sin embargo, la región
pueda coordinar una postura y, por lo tanto, la presencia de Estados
Unidos en la región seguirá siendo parte del problema para algunos y
parte de la solución para otros.
*Profesor de Relaciones Internacionales, subsecretario del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI)
14 DE SEPTIEMBRE DE 2008
Con las rupturas a nivel de embajadas, se terminó la ilusión de la
hegemonía de la administración de George W. Bush entre los gobiernos de
la región donde es menos popular.
Las conatos de buenos modales norteamericanos en América Latina
llegaron a su fin. Entre la denuncia de Evo Morales sobre la
“conspiración” para dividir a Bolivia y la indignación del líder de la
CGT, Hugo Moyano, con la “nueva ofensiva del imperio” para
“desestabilizar a los gobiernos de Argentina y Venezuela”, América
Latina reaccionó con diferentes grados de intensidad a la escalada
diplomática con Estados Unidos.
Es porque la hegemonía se terminó. Esta sentencia no corresponde a Hugo
Chávez ni a Evo Morales sino al Council on Foreign Relations, uno de
los think-tanks apartidarios más reconocidos de Estados Unidos,
responsable de la publicación Foreign Affairs y de un informe difundido
en mayo con el título “Las relaciones entre Estados Unidos y América
Latina: Un nuevo rumbo para una nueva realidad”.
Los analistas de la institución afín a los sectores demócratas
conservadores no esperaron a que los presidentes de Bolivia y Venezuela
expulsaran a los embajadores del “imperio” para advertir que “Estados
Unidos no puede seguir actuando como si fuera el actor externo más
importante en América Latina” y reconocer que “la política exterior
norteamericana no refleja la nueva realidad” en la región. Pero a menos
de dos meses de las elecciones para elegir al sucesor de George W. Bush
en la Casa Blanca, Washington se muestra poco dispuesto a aceptar
diagnósticos heterodoxos.
Ayer, mientras otros países latinoamericanos como Argentina evaluaban
la posibilidad de continuar el efecto dominó de expulsiones
diplomáticas, el Departamento de Estado echó a los representantes de La
Paz y Caracas con una explicación sencilla: “Los cargos contra nuestros
embajadores son falsos y los presidentes de Bolivia y Venezuela lo
saben”. Según el vocero oficial, Sean McCormack, “aquellos que elevaron
tanto su voz no están diciendo la verdad. La expulsión sólo refleja la
debilidad y la desesperación de esos líderes”.
La reacción crítica de los gobiernos de la región coincide con el ánimo
de sus habitantes respecto de Washington. Según el Pew Research Center,
el 82% de los venezolanos, el 34% de los argentinos y el 51% de los
bolivianos tenía en 2002 una “visión favorable” de Estados Unidos. En
2007, esas cifras se redujeron un 26%, 18%, y 8% respectivamente. “Las
tensiones son reales” pero obedecen a cambios más profundos de los que
indica la coyuntura: “mientras los fundamentos básicos de la política
exterior norteamericana en la región no cambiaron, América Latina sí lo
hizo”, explica el documento del Council on Foreign Relations.
“El enfoque en el comercio, la democracia y el narcotráfico sigue
siendo relevante, pero ya no es adecuado”. Pobreza, seguridad,
migraciones y energía son “las preocupaciones actuales de los gobiernos
y de los ciudadanos latinoamericanos”. Sin referirse directamente a la
situación en Bolivia y Venezuela, el ministro de Asuntos Estratégicos
de Brasil, Roberto Mangabeira Unger, dio ayer una explicación similar
durante una conferencia en Buenos Aires. “No estamos en rebeldía, pero
la parte más obediente del mundo, América Latina, fue la que
experimentó mayor decadencia económica al seguir las formas
establecidas por los países desarrollados”.
Más de 44 millones de latinos -el 15% de la población norteamericana-
integran la minoría más grande en Estados Unidos. Aunque condenaron la
decisión de Morales y Chávez, John McCain y Barack Obama serán
cautelosos en sus declaraciones sobre la región. Ambos saben que están
en juego los votos de 7,6 millones de electores hispanos que el 4 de
noviembre podrían definir quién se hará cargo de la herencia de George
W. Bush.
El himno boliviano a las puertas de la Embajada porteña
Las noticias sobre las masacres en el departamento amazónico de Pando
provocaron que unos 4.000 residentes bolivianos en Argentina,
convocados a través de las radios comunitarias, marcharan desde el
Congreso hasta la sede diplomática norteamericana, en Palermo.
Pancartas improvisadas proclamaban “Yankees No, Bolivia Sí”, mientras
un grupo de jóvenes repartía remeras que llevaban impresas el escudo de
Bolivia con el lema: “No al separatismo, Bolivia es una sola”.
UN CAMINO DE REITERADAS FRUSTRACIONES MUTUAS
Federico Merke*
La relación entre Estados Unidos y América Latina parece recorrer
caminos cruzados desde el fin de la Guerra Fría. Durante los años 90,
los relatos triunfantes del liberalismo, la democracia y la
globalización sostenidos por Washington asumieron que América Latina,
como otras regiones, se iría acomodando a un mundo sin otras
alternativas.
El resultado fue la desatención de una región que creció y se integró
hasta que el modelo encontró sus propios límites y entró en crisis.
Cuando Estados Unidos parecía intentar reorientar su lugar en América
Latina, los atentados del 11 de septiembre cambiaron la agenda. Estados
Unidos declaró que su nueva batalla sería la guerra contra el
terrorismo; invadió Afganistán e Irak, se enfrentó con Corea del Norte
y con Irán, se alejó de la Unión Europea, comenzó a desconfiar de China
y ahora vuelve a tener diferencias con Rusia. El resultado es la
pérdida de liderazgo norteamericano y su falta de capacidad para
construir un discurso que genere seguidores en todo el mundo. Esta
situación estructural explica la relación de Estados Unidos con América
Latina.
Luego del 11/9, Washington puso su ojo en la región en tres ámbitos:
terrorismo, migraciones y narcotráfico. Se trató de una agenda
esencialmente negativa, que apuntó a contener los problemas de la
región y evitar que afecten su seguridad nacional. Su alejamiento de la
región, sin embargo, coincidió con las transformaciones económicas y
políticas en América Latina que apuntaron a una relación más compleja
con Washington y que se ubican en un continuo que va desde el
plegamiento a la resistencia contra el imperio. Una América Latina
menos homogénea que en los 90 explica en parte por qué Estados Unidos
es visto, al mismo tiempo, como un imperio metido en cada uno de los
asuntos internos de los países de la región y como un Estado que nos
ignora por completo.
Así, Washington genera conflictos regionales no sólo por lo que hace
sino también por lo que deja de hacer. Lo cierto es que hoy Estados
Unidos es un país que ha perdido un enorme capital simbólico en la
región y todavía no ha reaccionado a esta realidad. Esto que para
Washington representa un serio problema, para América Latina, y en
particular para los países del Sur, representa una oportunidad para
definir qué relación desean tener. Difícilmente, sin embargo, la región
pueda coordinar una postura y, por lo tanto, la presencia de Estados
Unidos en la región seguirá siendo parte del problema para algunos y
parte de la solución para otros.
*Profesor de Relaciones Internacionales, subsecretario del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI)
14 DE SEPTIEMBRE DE 2008
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