América Latina y los desafíos de la izquierda revolucionaria
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América Latina y los desafíos de la izquierda revolucionaria
Para
nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de
abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de
abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino
de establecer una nueva...
Nuestro grito de guerra ha de ser siempre: ¡la revolución permanente!
C. Marx. Mensaje a la Liga Comunista. 1850
Muchos
líderes y analistas de izquierda cometen un grave error de percepción
al sobrevalorar los cambios políticos ocurridos en América Latina en
los últimos años. Sus planteamientos van desde aquellos que perciben
los triunfos electorales de la centro izquierda como "avances
revolucionarios" , hasta los que, menos optimistas, plantean sin
embargo que América Latina ofrece nuevas oportunidades para transformar
profundamente las relaciones de dependencia y miseria privilegiando la
vía institucional y aprovechando "las puertas que se han abierto" desde
la democracia burguesa.
Esto trae como consecuencia la
subvaloración de la importancia de la lucha extra institucional y
antisistémica, la movilización y organización popular y la creación de
poder alternativo local.
El complejo y contradictorio proceso que
vive desde hace años América Latina requiere, sin embargo, análisis más
abarcativos para no dejarse engañar por las ilusiones que, aunque
haciendo llamados a la movilización de masas, plantean la lucha
electoral privilegiadamente como el único camino posible y "sensato"
para la izquierda.
La izquierda revolucionaria tiene como
desafíos plantearse estrategias capaces de construir verdaderas
alternativas de poder y recuperar la movilización de masas en
decadencia. Esto pasa por reconocer, más allá de los triunfalismos,
algo que ya hoy es evidente: el reflujo de la movilización social en
América Latina y el resurgir de la derecha.
Crisis del neoliberalismo a inicios de siglo y triunfo electoral de centro izquierda
Después
de la contraofensiva neoliberal de los años 90, a finales de la década
e inicios de siglo su derrota en el plano económico desacreditó a la
derecha tradicional, creó conmociones sociales y produjo una crisis que
derrocó varios gobiernos de la región por vía de la movilización
popular: la revuelta derrocó tres presidentes en Ecuador, varios en
Argentina y dos en Bolivia.
Los movimientos sociales fueron
los grandes protagonistas de las jornadas rebeldes que dejaron decenas
de muertos como saldo y pusieron temporalmente en jaque la
institucionalidad dominante. Indígenas, campesinos cocaleros,
trabajadores mineros, piqueteros y masas urbanas empobrecidas
desarrollaron jornadas de protesta social demostrando en ciertos países
gran capacidad de acción y voluntad de sacrificio.
Las revueltas
desataron una crisis de institucionalidad que, sin embargo, no logró
ser capitalizada por los movimientos sociales para crear verdaderas
alternativas de poder.
Aunque de manera desigual, la crisis y las
protestas permitieron en ciertos casos la llegada al gobierno de
candidatos de centro izquierda que capitalizaron la revuelta social
para desplazar a la derecha tradicional (Argentina, Uruguay, Chile,
Brasil, Ecuador).
En otros casos surgieron líderes de los propios
movimientos sociales (Bolivia), y un militar bolivariano que obtuvo
popularidad por encabezar un golpe fallido a un gobierno corrupto de
derecha (Venezuela)
A pesar de los matices (no es lo mismo
Venezuela, Bolivia y Ecuador que el resto de la región del cono sur)
ninguno de los gobiernos de centro izquierda en la región logró
desarrollar o consolidar cambios estructurales profundos, ni plantear
alternativas reales al proyecto neoliberal. Venezuela es una notable
excepción en este caso, cuyo proceso revolucionario aun tiene inmensos
desafíos por delante, y donde seguramente la acción decidida de las
organizaciones de base clasistas será un factor decisivo en la
profundización de los avances.
Los gobiernos de centro
izquierda encauzaron la rebeldía popular por vías institucionales,
hicieron un llamado a la "mesura" y no aprovecharon la capacidad de
movilización para desarrollar poder alternativo real. Con discurso
progresista estos gobiernos en la mayoría de casos desmovilizaron a los
movimientos sociales, desligaron varios de sus líderes minando la
autonomía y capacidad de respuesta de éstos, al tiempo que nombraron en
puestos claves de los ministerios a neoliberales ortodoxos para lograr
un equilibrio de poder y garantizar así la gobernabilidad.
El Muerto- Cantidad de envíos : 567
Fecha de inscripción : 05/12/2007
Re: América Latina y los desafíos de la izquierda revolucionaria
Política exterior y distanciamiento de EEUU: Máscara anti-imperialista, fondo neoliberal
Muchos
análisis de izquierda se centran en la oposición que los nuevos
gobiernos de centro izquierda hacen respecto a la hegemonía
Norteamericana: el rechazo al ALCA principalmente es tomado como una
muestra del carácter antiimperialista de los mismos. Excluyendo a Cuba
y Venezuela, y aunque en algunos casos el rechazo al establecimiento o
continuidad de las bases norteamericanas es una muestra de dignidad
nacional, el distanciamiento de las políticas norteamericanas responden
más bien a un contexto interno y externo que vale la pena analizar
(sobre todo en los países del cono sur):
En el plano externo
la diversificación de los mercados internacionales y el alza en los
precios de las materias primas a inicios de siglo permitieron cierta
flexibilidad y capacidad de maniobra de los gobiernos y restaron
importancia a las políticas del FMI y el BM; esto creo las condiciones
en el plano interno para el surgimiento de una clase agro minera
exportadora local y extranjera que aprovechó los altos precios de las
materias primas para buscar mayores ventajas en otros mercados. Esta
clase domina las finanzas, ejerce presión sobre los estados, y exige,
al mismo tiempo, junto a los gabinetes de gobierno, mayor
liberalización del mercado norteamericano (oposición al ALCA).
En
la mayoría de casos no se plantea, en último análisis, una oposición al
neoliberalismo, sino más bien relaciones de mercado más competitivas y
menos unilaterales por parte de EEUU. Esto evidentemente debilita la
política norteamericana acostumbrada al saqueo incondicional y a tener
regímenes clientes totalmente sumisos a sus designios. Estos gobiernos
buscan y firman tratados de libre comercio con otras naciones más
favorables a la entrada de sus productos (UE, países Asiáticos y
comercio local y regional). Sin embargo, al mismo tiempo se avanza poco
en un proyecto verdadero de integración solidaria (ALBA) y desarrollo
endógeno.
Fortalecimiento de la derecha, debilitamiento de los movimientos sociales
En
la mayoría de países donde triunfó electoralmente la centro izquierda,
ésta tuvo que buscar alianzas para conseguir gobernabilidad. La
reprimarización de la economía condujo a estos gobiernos a basar su
política económica en consolidar el sector agro minero del cual
obtenían grandes dividendos y les permitía llevar a cabo programas
sociales tendientes a superar la crisis social de inicios de siglo. El
equilibrio de poder constituido por la centro izquierda basada en sus
alianzas con los grandes productores y exportadores agro mineros y
sectores financieros por un lado, y la base electoral compuesta por la
clase trabajadora urbana y rural de clase media y baja por el otro,
terminó por desplazar la correlación de fuerzas hacia la derecha agro
minera con mucha influencia en la economía [1].
La incapacidad
para adelantar cambios estructurales profundos, para modificar las
relaciones de propiedad de la tierra, para organizar efectivamente al
movimiento popular como motor estratégico de cambio, trajo como
resultado un debilitamiento de la centro izquierda y un fortalecimiento
creciente de la derecha, ahora a la ofensiva. Los movimientos sociales
se debilitaron, perdieron influencia y en algunos casos militantes.
En
resumen, los gobiernos de centro izquierda, por falta de voluntad o
incapacidad, adelantaron una "revolución pasiva" funcional a la
supervivencia del sistema capitalista cuya crisis orgánica a inicios de
siglo era evidente [2]. Esto es, con consignas progresistas
resignificadas (cambiando algo, para que nada cambie), administraron la
crisis neoliberal, aceitaron los engranajes del sistema, y devolvieron
la legitimidad a las instituciones. En última instancia, concientes o
no, reconstruyeron la hegemonía dominante y dieron paso al
resurgimiento de derechas.
La derecha retoma la ofensiva
Al
contrario de la izquierda tradicional que solo se moviliza en tiempos
de campaña electoral y privilegia la lucha parlamentaria, la derecha en
cambio, con sus grandes recursos, utiliza todos los medios a su alcance
para recuperar su hegemonía. En todos los países controla los grandes
medios de comunicación que desarrollan fenómenos mediáticos pro
fascistas (Colombia), campañas de descrédito multimillonarias
(Venezuela, Ecuador); han logrado proyectos separatistas (Bolivia)
donde la oligarquía agro minera controla varias provincias ricas en
recursos; han promovido iguales proyectos en el estado de Zulia
(Venezuela), con la infiltración creciente de grupos paramilitares
colombianos, y en Guayaquil (Ecuador).
En Brasil, la
oligarquía agro exportadora, las inmensas inversiones extranjeras en
megaproyectos de agro combustibles y exportación agrícola, con la
complicidad del gobierno, han desplazado miles de campesinos,
debilitado y perseguido a los Sin Tierra (MST) y deforestado millones
de hectáreas. En Argentina, la oligarquía agraria ha movilizado miles
de personas en un paro que buscaba concesiones sobre los impuestos de
exportación gubernamentales.
Así mismo, la derecha ha logrado
constituir una base social fuerte en varios países y ha combinado la
lucha parlamentaria con la movilización callejera de manera efectiva.
Ha utilizado la movilización masiva para consolidar proyectos de ultra
derecha (Colombia), avanzar sobre campañas de derrota a las políticas
progresistas (referéndum en Venezuela), bloquear carreteras y parar la
economía (Argentina) y consolidar proyectos separatistas (Bolivia).
En
la mayoría de países la embajada norteamericana y agencias como la
National Endowment for Democrcy (NED) han gastado miles de dólares en
financiar partidos de oposición, dar asesoría sobre propaganda
electoral, promover candidatos de derecha y desestabilizar gobiernos
adversos a sus intereses, al tiempo que reactivan la IV flota caribeña
y dan millones de dólares en ayuda militar a gobiernos terroristas como
el colombiano.
De igual forma, la derecha ha promovido la
violencia callejera y el terrorismo en varios países. Ha creado grupos
de choque para hostigar simpatizantes del gobierno central en Bolivia y
Venezuela, grupos armados privados para desplazar campesinos en Brasil
y Colombia, y consolidar así megaproyectos agro mineros y energéticos.
El mito del reformismo: Nuevos ropajes, viejas ilusiones
Contrario
a lo que sucedió con la socialdemocracia europea "de fines del siglo
XIX y las primeras seis décadas del XX, en países beneficiados por un
desarrollo económico, político y social capitalista basado en la
explotación colonial y neocolonial, que les permitió acumular
excedentes y redistribuir una parte de ellos entre los grupos sociales
subordinados"[3] ;en America Latina la transnacionalización y
desregularización de las economías, su creciente dependencia respecto
al capital financiero internacional, y el Nuevo Orden Mundial impuesto,
creó un mecanismo de seguridad que restringía aún más a los gobernantes
la toma decisiones de manera autónoma o el desarrollo de proyectos de
reforma progresista.
Así mismo, después de la pacificación y
la derrota política sufrida por la izquierda en las décadas anteriores,
donde se instauraron dictaduras de "seguridad nacional"y el
imperialismo usó la intervención directa y la lucha
contrainsurgente
para destruir los movimientos revolucionarios de los años sesenta y
setenta, se abrió en los noventa un escenario donde el imperialismo
reconstruyó la hegemonía burguesa, instaurando la "democracia
neoliberal" como forma única de gobierno en la región.
De esta
manera, el imperialismo puede "tolerar" ciertos gobiernos de centro
izquierda, siempre y cuando respeten las reglas del juego, puesto que
puede garantizar que, aunque en las urnas se vote por un candidato de
izquierda, la economía siempre va a estar sujeta a las políticas de
mercado. Esto restringe enormemente las posibilidades de llevar a cabo
reformas progresistas en la región. Los gobiernos de centro izquierda
tienen enorme dificultad para implementar cambios de fondo,
redistribución de tierras y en pocos casos renacionalización de
empresas.
Las elites agro mineras se niegan a compartir o
redistribuir sus enormes dividendos obtenidos de los altos precios de
las materias primas y presionan a los gobiernos para desregularizar la
economía y profundizar el neoliberalismo. Al tiempo que el imperialismo
sigue desarrollando una política contrainsurgente en Colombia y
amenazando con una intervención en Venezuela, donde la recuperación de
la empresa estatal petrolera ha permitido al gobierno llevar a cabo
proyectos alternativos "intolerables" para los poderosos.
En
resumen, ni hoy, ni nunca han existido las condiciones para adelantar
en América Latina un proyecto reformista equiparable al de la
socialdemocracia europea (ni siquiera en la etapa desarrollista de
mitad del siglo pasado). Más aún, reformas progresistas básicas de hoy
se topan con el obstáculo de la hegemonía neoliberal.
Los
sectores de izquierda que pretenden reeditar hoy, incluso con lenguaje
marxista, las viejas ilusiones reformistas del pasado, o aquellos que
hacen un llamado al "realismo", o a construir un "capitalismo
nacional", abandonan en la práctica el proyecto estratégico de la
revolución a largo plazo y terminan, en última instancia, siendo
funcionales a la reconstrucción de la hegemonía capitalista.
Los desafíos de la izquierda revolucionaria: construcción de poder alternativo, lucha por la hegemonía socialista
La
relación entre la estrategia y la táctica políticas ha sido siempre un
problema que ha generado debates en la izquierda a través de la
historia. Sin embargo, la historia misma ha demostrado que los
movimientos políticos de izquierda exitosos han logrado percibir los
momentos tácticos en su relación dialéctica con el objetivo estratégico
(sin nunca perderlo de vista); han tenido presente siempre la categoría
de totalidad a la hora de analizar las tareas políticas inmediatas; han
percibido, más allá de los fenómenos superficiales del momento, los
aspectos generales de tendencia de una época, y se han preocupado en
todos los casos por incentivar la iniciativa política directa del campo
popular como motor de transformación revolucionaria.
En la
práctica, sin embrago, muchos movimientos políticos se pierden en las
tareas del día a día, caen en el rutinarismo, tienden a desligarse de
los movimientos sociales, y poco a poco se dejan arrastrar por el
chantaje institucional.
Si la izquierda revolucionaria se
caracteriza por promulgar el socialismo como la alternativa política a
conquistar por el campo popular, por plantearse la lucha por el poder
como el objetivo estratégico a lograr, en la mayoría de casos esa
estrategia práctica se diluye de facto. Por ejemplo, si un objetivo
primordial para avanzar sobre el proyecto revolucionario es lograr una
apertura democrática nacional, la izquierda se pierde en las tareas más
o menos inmediatas de la lucha electoral-parlamentaria o en las
coaliciones electorales; no las percibe en la práctica como un momento
táctico, aunque importante en ciertos casos, siempre dependiente de una
totalidad más abarcativa de la lucha social: descuida o abandona la
creación de poder alternativo extra institucional, la organización y
movilización popular, y en último análisis, la lucha antisistémica y la
organización revolucionaria.
Desde la institucionalidad
burguesa es imposible construir una contra-hegemonía socialista.
Aunque, tal como lo percibía Gramsci, los espacios de la democracia
burguesa son un campo de batalla que pueden permitir ganar ciertas
posiciones ("guerra de posiciones"), la creación y consolidación de una
hegemonía socialista se desarrollan principalmente desde la
organización y la lucha social.
La educación y organización
política de base, el impulso y reconstrucción de los movimientos
sociales, la articulación de las luchas parciales hacia los objetivos
comunes, la lucha por la hegemonía , el desarrollo de poder dual (poder
local alternativo que le dispute el poder a la burguesía) y la relación
indisoluble entre dirigentes y movimientos sociales serán factores
decisivos que permitan desbalancear la correlación de fuerzas a favor
del campo popular y consolidar proyectos alternativos duraderos.
En
la actualidad, los crecientes costos en el nivel de vida de la
población, la crisis alimentaria producto de los nefastos proyectos de
agro combustibles, la crisis mundial capitalista y el creciente
descontento popular son condiciones que posibilitan retomar la
ofensiva, siempre y cuando la izquierda revolucionaria sea capaz de
organizar al campo popular, más allá de la lucha electoral, y de
impulsar la rebeldía hacia la lucha por el socialismo.
Referencias:
1. Las paradojas del desarrollo en América Latina. Petras, James.
2. Crisis orgánica y revolución pasiva: el enemigo toma la iniciativa. Kohan, Nestor.
3.
La izquierda latinoamericana en el gobierno: ¿sujeta a la hegemonía
neoliberal o construyendo una contra hegemonía popular? Regalado,
Roberto
Muchos
análisis de izquierda se centran en la oposición que los nuevos
gobiernos de centro izquierda hacen respecto a la hegemonía
Norteamericana: el rechazo al ALCA principalmente es tomado como una
muestra del carácter antiimperialista de los mismos. Excluyendo a Cuba
y Venezuela, y aunque en algunos casos el rechazo al establecimiento o
continuidad de las bases norteamericanas es una muestra de dignidad
nacional, el distanciamiento de las políticas norteamericanas responden
más bien a un contexto interno y externo que vale la pena analizar
(sobre todo en los países del cono sur):
En el plano externo
la diversificación de los mercados internacionales y el alza en los
precios de las materias primas a inicios de siglo permitieron cierta
flexibilidad y capacidad de maniobra de los gobiernos y restaron
importancia a las políticas del FMI y el BM; esto creo las condiciones
en el plano interno para el surgimiento de una clase agro minera
exportadora local y extranjera que aprovechó los altos precios de las
materias primas para buscar mayores ventajas en otros mercados. Esta
clase domina las finanzas, ejerce presión sobre los estados, y exige,
al mismo tiempo, junto a los gabinetes de gobierno, mayor
liberalización del mercado norteamericano (oposición al ALCA).
En
la mayoría de casos no se plantea, en último análisis, una oposición al
neoliberalismo, sino más bien relaciones de mercado más competitivas y
menos unilaterales por parte de EEUU. Esto evidentemente debilita la
política norteamericana acostumbrada al saqueo incondicional y a tener
regímenes clientes totalmente sumisos a sus designios. Estos gobiernos
buscan y firman tratados de libre comercio con otras naciones más
favorables a la entrada de sus productos (UE, países Asiáticos y
comercio local y regional). Sin embargo, al mismo tiempo se avanza poco
en un proyecto verdadero de integración solidaria (ALBA) y desarrollo
endógeno.
Fortalecimiento de la derecha, debilitamiento de los movimientos sociales
En
la mayoría de países donde triunfó electoralmente la centro izquierda,
ésta tuvo que buscar alianzas para conseguir gobernabilidad. La
reprimarización de la economía condujo a estos gobiernos a basar su
política económica en consolidar el sector agro minero del cual
obtenían grandes dividendos y les permitía llevar a cabo programas
sociales tendientes a superar la crisis social de inicios de siglo. El
equilibrio de poder constituido por la centro izquierda basada en sus
alianzas con los grandes productores y exportadores agro mineros y
sectores financieros por un lado, y la base electoral compuesta por la
clase trabajadora urbana y rural de clase media y baja por el otro,
terminó por desplazar la correlación de fuerzas hacia la derecha agro
minera con mucha influencia en la economía [1].
La incapacidad
para adelantar cambios estructurales profundos, para modificar las
relaciones de propiedad de la tierra, para organizar efectivamente al
movimiento popular como motor estratégico de cambio, trajo como
resultado un debilitamiento de la centro izquierda y un fortalecimiento
creciente de la derecha, ahora a la ofensiva. Los movimientos sociales
se debilitaron, perdieron influencia y en algunos casos militantes.
En
resumen, los gobiernos de centro izquierda, por falta de voluntad o
incapacidad, adelantaron una "revolución pasiva" funcional a la
supervivencia del sistema capitalista cuya crisis orgánica a inicios de
siglo era evidente [2]. Esto es, con consignas progresistas
resignificadas (cambiando algo, para que nada cambie), administraron la
crisis neoliberal, aceitaron los engranajes del sistema, y devolvieron
la legitimidad a las instituciones. En última instancia, concientes o
no, reconstruyeron la hegemonía dominante y dieron paso al
resurgimiento de derechas.
La derecha retoma la ofensiva
Al
contrario de la izquierda tradicional que solo se moviliza en tiempos
de campaña electoral y privilegia la lucha parlamentaria, la derecha en
cambio, con sus grandes recursos, utiliza todos los medios a su alcance
para recuperar su hegemonía. En todos los países controla los grandes
medios de comunicación que desarrollan fenómenos mediáticos pro
fascistas (Colombia), campañas de descrédito multimillonarias
(Venezuela, Ecuador); han logrado proyectos separatistas (Bolivia)
donde la oligarquía agro minera controla varias provincias ricas en
recursos; han promovido iguales proyectos en el estado de Zulia
(Venezuela), con la infiltración creciente de grupos paramilitares
colombianos, y en Guayaquil (Ecuador).
En Brasil, la
oligarquía agro exportadora, las inmensas inversiones extranjeras en
megaproyectos de agro combustibles y exportación agrícola, con la
complicidad del gobierno, han desplazado miles de campesinos,
debilitado y perseguido a los Sin Tierra (MST) y deforestado millones
de hectáreas. En Argentina, la oligarquía agraria ha movilizado miles
de personas en un paro que buscaba concesiones sobre los impuestos de
exportación gubernamentales.
Así mismo, la derecha ha logrado
constituir una base social fuerte en varios países y ha combinado la
lucha parlamentaria con la movilización callejera de manera efectiva.
Ha utilizado la movilización masiva para consolidar proyectos de ultra
derecha (Colombia), avanzar sobre campañas de derrota a las políticas
progresistas (referéndum en Venezuela), bloquear carreteras y parar la
economía (Argentina) y consolidar proyectos separatistas (Bolivia).
En
la mayoría de países la embajada norteamericana y agencias como la
National Endowment for Democrcy (NED) han gastado miles de dólares en
financiar partidos de oposición, dar asesoría sobre propaganda
electoral, promover candidatos de derecha y desestabilizar gobiernos
adversos a sus intereses, al tiempo que reactivan la IV flota caribeña
y dan millones de dólares en ayuda militar a gobiernos terroristas como
el colombiano.
De igual forma, la derecha ha promovido la
violencia callejera y el terrorismo en varios países. Ha creado grupos
de choque para hostigar simpatizantes del gobierno central en Bolivia y
Venezuela, grupos armados privados para desplazar campesinos en Brasil
y Colombia, y consolidar así megaproyectos agro mineros y energéticos.
El mito del reformismo: Nuevos ropajes, viejas ilusiones
Contrario
a lo que sucedió con la socialdemocracia europea "de fines del siglo
XIX y las primeras seis décadas del XX, en países beneficiados por un
desarrollo económico, político y social capitalista basado en la
explotación colonial y neocolonial, que les permitió acumular
excedentes y redistribuir una parte de ellos entre los grupos sociales
subordinados"[3] ;en America Latina la transnacionalización y
desregularización de las economías, su creciente dependencia respecto
al capital financiero internacional, y el Nuevo Orden Mundial impuesto,
creó un mecanismo de seguridad que restringía aún más a los gobernantes
la toma decisiones de manera autónoma o el desarrollo de proyectos de
reforma progresista.
Así mismo, después de la pacificación y
la derrota política sufrida por la izquierda en las décadas anteriores,
donde se instauraron dictaduras de "seguridad nacional"y el
imperialismo usó la intervención directa y la lucha
contrainsurgente
para destruir los movimientos revolucionarios de los años sesenta y
setenta, se abrió en los noventa un escenario donde el imperialismo
reconstruyó la hegemonía burguesa, instaurando la "democracia
neoliberal" como forma única de gobierno en la región.
De esta
manera, el imperialismo puede "tolerar" ciertos gobiernos de centro
izquierda, siempre y cuando respeten las reglas del juego, puesto que
puede garantizar que, aunque en las urnas se vote por un candidato de
izquierda, la economía siempre va a estar sujeta a las políticas de
mercado. Esto restringe enormemente las posibilidades de llevar a cabo
reformas progresistas en la región. Los gobiernos de centro izquierda
tienen enorme dificultad para implementar cambios de fondo,
redistribución de tierras y en pocos casos renacionalización de
empresas.
Las elites agro mineras se niegan a compartir o
redistribuir sus enormes dividendos obtenidos de los altos precios de
las materias primas y presionan a los gobiernos para desregularizar la
economía y profundizar el neoliberalismo. Al tiempo que el imperialismo
sigue desarrollando una política contrainsurgente en Colombia y
amenazando con una intervención en Venezuela, donde la recuperación de
la empresa estatal petrolera ha permitido al gobierno llevar a cabo
proyectos alternativos "intolerables" para los poderosos.
En
resumen, ni hoy, ni nunca han existido las condiciones para adelantar
en América Latina un proyecto reformista equiparable al de la
socialdemocracia europea (ni siquiera en la etapa desarrollista de
mitad del siglo pasado). Más aún, reformas progresistas básicas de hoy
se topan con el obstáculo de la hegemonía neoliberal.
Los
sectores de izquierda que pretenden reeditar hoy, incluso con lenguaje
marxista, las viejas ilusiones reformistas del pasado, o aquellos que
hacen un llamado al "realismo", o a construir un "capitalismo
nacional", abandonan en la práctica el proyecto estratégico de la
revolución a largo plazo y terminan, en última instancia, siendo
funcionales a la reconstrucción de la hegemonía capitalista.
Los desafíos de la izquierda revolucionaria: construcción de poder alternativo, lucha por la hegemonía socialista
La
relación entre la estrategia y la táctica políticas ha sido siempre un
problema que ha generado debates en la izquierda a través de la
historia. Sin embargo, la historia misma ha demostrado que los
movimientos políticos de izquierda exitosos han logrado percibir los
momentos tácticos en su relación dialéctica con el objetivo estratégico
(sin nunca perderlo de vista); han tenido presente siempre la categoría
de totalidad a la hora de analizar las tareas políticas inmediatas; han
percibido, más allá de los fenómenos superficiales del momento, los
aspectos generales de tendencia de una época, y se han preocupado en
todos los casos por incentivar la iniciativa política directa del campo
popular como motor de transformación revolucionaria.
En la
práctica, sin embrago, muchos movimientos políticos se pierden en las
tareas del día a día, caen en el rutinarismo, tienden a desligarse de
los movimientos sociales, y poco a poco se dejan arrastrar por el
chantaje institucional.
Si la izquierda revolucionaria se
caracteriza por promulgar el socialismo como la alternativa política a
conquistar por el campo popular, por plantearse la lucha por el poder
como el objetivo estratégico a lograr, en la mayoría de casos esa
estrategia práctica se diluye de facto. Por ejemplo, si un objetivo
primordial para avanzar sobre el proyecto revolucionario es lograr una
apertura democrática nacional, la izquierda se pierde en las tareas más
o menos inmediatas de la lucha electoral-parlamentaria o en las
coaliciones electorales; no las percibe en la práctica como un momento
táctico, aunque importante en ciertos casos, siempre dependiente de una
totalidad más abarcativa de la lucha social: descuida o abandona la
creación de poder alternativo extra institucional, la organización y
movilización popular, y en último análisis, la lucha antisistémica y la
organización revolucionaria.
Desde la institucionalidad
burguesa es imposible construir una contra-hegemonía socialista.
Aunque, tal como lo percibía Gramsci, los espacios de la democracia
burguesa son un campo de batalla que pueden permitir ganar ciertas
posiciones ("guerra de posiciones"), la creación y consolidación de una
hegemonía socialista se desarrollan principalmente desde la
organización y la lucha social.
La educación y organización
política de base, el impulso y reconstrucción de los movimientos
sociales, la articulación de las luchas parciales hacia los objetivos
comunes, la lucha por la hegemonía , el desarrollo de poder dual (poder
local alternativo que le dispute el poder a la burguesía) y la relación
indisoluble entre dirigentes y movimientos sociales serán factores
decisivos que permitan desbalancear la correlación de fuerzas a favor
del campo popular y consolidar proyectos alternativos duraderos.
En
la actualidad, los crecientes costos en el nivel de vida de la
población, la crisis alimentaria producto de los nefastos proyectos de
agro combustibles, la crisis mundial capitalista y el creciente
descontento popular son condiciones que posibilitan retomar la
ofensiva, siempre y cuando la izquierda revolucionaria sea capaz de
organizar al campo popular, más allá de la lucha electoral, y de
impulsar la rebeldía hacia la lucha por el socialismo.
Referencias:
1. Las paradojas del desarrollo en América Latina. Petras, James.
2. Crisis orgánica y revolución pasiva: el enemigo toma la iniciativa. Kohan, Nestor.
3.
La izquierda latinoamericana en el gobierno: ¿sujeta a la hegemonía
neoliberal o construyendo una contra hegemonía popular? Regalado,
Roberto
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