La felicidad como problema político en la construcción del s
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La felicidad como problema político en la construcción del s
La felicidad como problema político en la construcción del socialismo
Amaury González V. - www.aporrea.org
17/08/09 - http://www.aporrea.org/ideologia/a84703.html
Amaury González V. - www.aporrea.org
17/08/09 - http://www.aporrea.org/ideologia/a84703.html
“Casi todos los creadores de utopías hacían pensar en un hombre con dolor de muelas para quien la felicidad consiste por tanto en no tener dolor de muelas”. G. Orwell. “No eres ambicioso: te contentas con ser feliz”. J. L. Borges. Dice el escritor trotskista George Orwell en el ensayo “¿Pueden ser felices los socialistas?”, aparecido en la navidad del 1943, que “El objetivo a perseguir no debe ser un mundo de personas saciadas y satisfechas, sino una sociedad fundada en la fraternidad”. En esta afirmación, el autor de Rebelión en la Granja parece querer dejar claro que el objeto a perseguir por el socialismo, no debe ser únicamente lograr que una sociedad pase de un estado de escasez y necesidad material a otro de abundancia y satisfacción. Orwell parece aludir aquí una fundamental diferencia entre un socialismo bien comido y bebido y un socialismo libertario y trascendente. En otro artículo citamos lo que el diccionario de la Real Academia Española dice sobre la felicidad: “Estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien” y especificamos que a pesar que la palabra “bien” tiene 17 acepciones y que en ese sentido sería una imprecisión afirmar que es una definición meramente materialista, lo que si queda claro es que dicho “estado de ánimo” se alcanza con una “posesión”, por lo que concluimos que para el diccionario la felicidad es una felicidad utilitaria-materialista que privilegia el tener sobre el ser, además de coincidir con lo que piensa Orwell cuando dice que “parece que los seres humanos no saben describir, talvez ni siquiera imaginar, la felicidad sino en términos de contraste con una opuesta condición”; una opuesta condición que por lo general es anterior, por lo que entonces la infelicidad sería descrita igualmente como un contraste con una situación opuesta, un estado de cosas pasado que fue “mejor”. El eje del ensayo orwelliano, está en plantear el reiterado fracaso del ser humano en describir la felicidad y en ofrecer una utopía positiva consistente y atractiva. No obstante, deja claro desde el comienzo que Charles Dickens en su “Canto de navidad” ha sido uno de los pocos -si no el único- que ha ofrecido una imagen convincente de felicidad. El aire de felicidad se percibe con fuerza en la cena de navidad de la familia Cratchit, donde la idea de abundancia y diversión convencen y transmiten un aire feliz. Sin embargo, dice Orwell que la fuerza de esa felicidad viene dada por el contraste con lo que ha sido para la familia Cratchit un año de carestía y necesidad. Al menos comerán bien en la noche buena y eso es una razón para estar feliz. Pero sólo esa noche, por lo que esa felicidad es una felicidad provisoria, que contrasta con el pasado y que prefiere no pensar en el futuro. En este punto, el autor de 1984 aprovecha para recordar que todos los intentos de describir la condición de felicidad permanente han fracasado. Si consideramos el tema político y dentro de este todo lo que tiene que ver con el gobierno y sus proyectos, tenemos que el mismo problema del contraste se puede encontrar en la metodología de proyectos de desarrollo e investigación. En los primeros, y utilizando la conocida metodología del “marco lógico”, se diagnostica con la construcción del conocido “árbol de problemas”, que luego se transforma en árbol de objetivos para luego pasar a la fase de ejecución y superar la situación negativa y alcanzar una positiva. El punto es que, en la lógica de la planificación (política-planes-programas y proyectos) el proyecto, como puede verse, es la actividad más específica de cara al cumplimiento de las grandes líneas políticas de los proyectos nacionales como nuestro “Proyecto Nacional Simón Bolívar”, que contempla entre sus siete líneas estratégicas la de la “Suprema felicidad social”. La felicidad individual y colectiva, de los pueblos, es una aspiración central del gobierno bolivariano, aunque dicha aspiración encierre el desafío de poder imaginar una felicidad que no sea producto de una mera emancipación material que aumente los “niveles de vida”, y que permita contrastar dichos nuevos niveles con otros inferiores, anteriores y opuestos. En los proyectos de investigación, por otra parte, se tiende a hacer un “planteamiento del problema”, enfoque que sigue siendo negativo además de positivista. En este orden de ideas, se podría pensar en plantear los diversos tipos de proyecto, en términos materialización de aspiraciones y deseos individuales y colectivos, de manera de construir lo que la imaginación es capaz de concebir. Esto supondría, en términos de felicidad y siguiendo la opinión de Orwell de que el verdadero objeto del socialismo no sería la felicidad sino la fraternidad humana, que se superarían los proyectos u objetivos orientados a la saciedad y satisfacción, para pasar a los objetivos trascendentes y humanistas. Desde el punto de vista de la libertad, nos diría Erich Fromm, pasaríamos de la libertad negativa (donde nos liberamos de), a la libertad positiva (donde nos liberamos para). Volviendo con el ensayo de Orwell, resulta realmente interesante lo que dice sobre las utopías positivas. La literatura de los últimos cuatrocientos años está poblada de utopías, sin embargo pasa algo con las positivas: resultan poco atractivas, además de carecer de vitalidad. El autor cita a H.G. Wells, como el novelista que ha creado las utopías modernas más notables, dejando el ejemplo de sus obras El Sueño y Hombres como Dioses. Wells prefigura un mundo como él imaginaba seria el mejor de los mundos posibles; un mundo donde nos dice Orwell “las notas dominantes son el hedonismo ilustrado y la curiosidad científica” (Wells, 1866-1946, pudo vivenciar el cambio de siglo y los avances científico-técnicos que lo caracterizaron); un mundo donde todo lo que nos produce sufrimiento ha desaparecido: la guerra, la enfermedad, el hambre, el miedo, los desastres naturales, etc. El socialismo para el siglo XXI aspira la abolición o mitigación de semejantes situaciones, sin duda. Empero, nos preguntamos con Orwell si realmente nos gustaría vivir en una utopía wellsiana, muy al estilo de la película Equilibrium donde la racionalización de la vida social llega hasta el extremo de deslastrar al ser humano de sus emociones, de todo sentimiento, configurando una sociedad blanca y gris, geométrica y gélida; maravillosamente lisa. El hecho es que la idea de perfección está presente en todas las propuestas de utopía positiva, lo que no está presente es una idea de felicidad. Orwell parece asombrase de que hasta Jonathan Swift, con su poderosa imaginación, haya fallado a la hora de construir una utopía positiva, dejando entrever en su ideal el hueco profundo de la existencia tibia que produce una vida perfecta. El autor considera incluso la reflexión de un autor católico contemporáneo que afirmaba con preocupación, que ahora que las utopías eran técnicamente posibles el verdadero problema era como evitarlas, una reflexión no ajena a la de Einstein cuando este dijo -no sin inquietud- que lo que caracterizaba a la época era la perfección de los medios y la confusión de los fines. Más interesante aún, resulta que el autor plantee que las ideas de una felicidad en el más allá no hayan tenido mayor éxito. “Como utopía, el Paraíso es un fiasco”, nos dice el autor contrastando este fiasco con el lugar que ocupa el infierno en la literatura, un lugar que si ha sido descrito de manera detallada y verosímil. De la misma manera, los intentos de describir la felicidad como una felicidad sensual, como una vida pletórica de placeres, no han tenido capacidad de convencer. Sólo recordemos ese pasaje de las Mil y una Noches que propone que la delicia de la vida consiste en tres cosas fundamentales: comer carne, montar sobre carne y hacer entrar carne en carne. Orwell ilustra este punto de vista citando a Voltaire, a Rabelais y el conocido cuadro de Brueghel “El país de la cucaña”. En este último, tres personajes que han comido y bebido hasta la saciedad yacen dormidos uno al lado del otro, en medio de un banquete que pide sea consumido, pero con el detalle que este no se termina nunca por ser infinito. Podemos imaginar este eterno banquete y sumarle además la idea del paraíso musulmán, donde a cada hombre le corresponden 77 Huríes o doncellas vírgenes que desean estar con él. De existir esa posibilidad, no cuesta imaginar los niveles de hartazgo a que se llegarían y que transformarían ese gran apetito en una eterna pesadilla. Pero ¿Qué podemos concluir de todo esto? Lo primero sería que históricamente (por lo menos en el período que se dio en llamar moderno) y desde diversos lugares (literatura, filosofía, religión) se ha fracasado en el intento de describir la felicidad de forma convincente; los segundo, que las utopías de “un mundo feliz” han consistido por lo general, en una pretensión de perfección de la vida social por medio de la sistemática aplicación de la racionalidad instrumental, y cuando no describiendo razas virtuosas de seres selectos, de gran inteligencia, sin debilidades humanas y que llevan vidas metódicas, excesivamente racionales y desprovistas de toda incertidumbre y pasión. En tercer lugar, si la felicidad ha sido planteada siempre como contraste con un opuesto, como placer sin límites o como la organización social perfecta, utopías que han variado en función de la época y las culturas, podemos afirmar que estas descripciones de mundos felices se han enfocado en una visión de la comunidad futura que ha desestimado siempre el camino, la transición hacia ese nuevo estado de cosas. Se han enfocado en el fin y no en el medio, en la posada y no en el camino. De manera que la felicidad puede ser descrita como el camino, el recorrer, el transitar. Esto coincide con lo que dice Orwell hacia el final de su ensayo, cuando opina que “El pensamiento socialista debe imaginar un futuro, pero sólo en sentido amplio”. Partir de lo que tenemos y de la crítica de lo que tenemos como condición de avance hacia lo nuevo, aquello que sólo podemos vislumbrar, a veces escasamente. Finalmente, recordemos que El Libertador dejó planteado en el Discurso de Angostura, que el sistema de gobierno perfecto es aquel que ha logrado dar al pueblo la mayor suma de estabilidad política, seguridad social y felicidad posible. Efectivamente, este planteamiento deja entrever una sociedad utópica en el sentido de “utopía concreta”. Por su parte Ludovico Silva, citando a H. Marcuse nos recuerda que “En la utopía concreta… se realiza la vinculación entre la teoría y la práctica, porque niega la realidad existente pero parte de ella para diseñar otra realidad”. Todo lo cual nos dice que la felicidad se encuentra en el proceso de diseño de esa realidad nueva, realidad otra o mundo mejor; la fraternidad humana es la utopía, y la felicidad pues, está en la lucha. amauryalejandro@gmail.com |
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