LA FIESTA INVISIBLE
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LA FIESTA INVISIBLE
La fiesta invisible
Por Sandra Russo
Hay un país a la vista que tiene la piel irritada. Ese país, ese lado del
país, ese costado, es el de exhibición permanente. La parte por el
todo, metonimia. No a todos los sectores ni a todas las
interpretaciones del país se las cuelga de la misma cantidad de
ventanas. Hay una banda de sonido permanente en los medios, música
funcional, que refuerza la idea de que la que cantamos es una mala
canción.
Los grandes medios, después de la promulgación de
la ley, han perdido todo decoro. El relato alcanza niveles de ficción
tan fuertes que a Mauricio Macri no le parece disparatado sugerir que
fue Kirchner el que mandó a pinchar los teléfonos. Hay dirigentes de la
oposición que denuncian que están entrando armas a Ciudad Oculta y al
día siguiente, después de haberlo amplificado hasta el hartazgo, el
coro trágico se pone a hablar de otra cosa.
Todo pasa, todo pasa, viajamos en un tiempo que es una calesita, giramos por los
insultos más fuertes que se hayan escuchado en democracia, por las
acusaciones más canallas que después se olvidan, bebemos la bilis de
los oradores, la danza de los fantasmas, la queja perenne, la
distorsión maníaca. El debate político se presenta como un combate con
vencedores y vencidos. Es imperioso sembrar la desconfianza. Elisa
Carrió también dice que el poder está “usurpado”. Todo se escucha como
lluvia: somos quien oye llover.
Los periodistas hemos quedado a los dos lados del río y llueven los cascotazos. Es difícil
soportarse, entre unos y otros, y a uno mismo. La vida se volvió
incómoda. Está plagada de ráfagas de indignación. Quizá por suerte
seamos muy poco corporativos y no hayamos entrado en la Danza de los
Colegas cuando llegó el momento de tomar posición. Nunca fuimos
neutrales, después de todo. No tenemos manera. Estamos condenados, como
todos, a las perspectivas.
Dicen que hay mucha gente que tiene mucho miedo, que los mozos y las mucamas se han vuelto
sospechosos. El público de Mirtha Legrand lo cree. Ella se manifiesta
así. Y por qué no habría que creerle. Hay mucha gente asustada. Pero no
se entiende muy bien qué les da miedo. Cuál es el objeto de su revulsión.
Y sin embargo, en el medio de este tole tole que nos tiene a todos unidos
por el agotamiento, pasan cosas sorprendentes.
Cinco millones de niños hijos de desocupados o trabajadores informales
tendrán un ingreso mínimo. Lo que vale una camisa en un negocio del
Alto Palermo. Una tajadita. Una bienvenida a la vida, reconociéndoles
lo que hoy no se les reconoce: que son personas. Las más débiles. Las
que hoy mismo, como antes sus padres y sus madres, no tienen mucha
conciencia del avasallamiento del que son víctimas constantes. El
hambre es un crimen, sostienen los Niños del Pueblo de la CTA y las
organizaciones sociales. Y qué hay con las organizaciones sociales, que
algunos están descubriendo ahora, después de varios años sin piquetes.
Ellas son las que más han hecho por los pobres que nos dejó el
menemato. Ellas son los mismos pobres organizados. Algo de eso es lo
que tiene alteradas a las señoras. Porque una cosa es ayudar a los
pobres y otra que a los grasitas se les ocurra disputar poder. Las
señoras no se lo plantean en estos términos. El antiperonismo tiene un
fuerte carácter esteticista. Lo negro en general espanta. La política
se vuelve estomacal: lo blanco no traga a lo negro.
Los spots contra la ley de medios siguen tronando en la pantalla y ahora
vendrá la SIP a darles la razón a los ofendidos, y muchos insistirán en
que en la Argentina no hay libertad de prensa, mientras siguen con su
relato de Guerra Fría. El Estado totalitario que oprime la libertad de
expresión. Esta semana me llegó por correo el libro de Pascual Serrano
Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo. Tiene prólogo de
Ignacio Ramonet. El punto de vista es muy interesante. Tanto Ramonet
como Serrano se preguntan cómo funciona la censura en democracia. Me
permito introducir este gran tema, el primero que ocultan los medios.
No es ninguna casualidad que todavía mantengamos tan obstinadamente en
la cabeza un fantasma más compatible con la ex Europa del Este que con
la actual América latina. ¿Cómo funciona la censura en democracia?
En todo el mundo, los medios están viviendo un fenomenal proceso de
concentración. El poder que disputan no es tan mal visto como el que
disputan los grasitas. Los propios medios se encargan de que su causa y
su inercia, que es la concentración, sea una causa humanista. En nombre
de la libertad de expresión la Fox quiere convencer a los
norteamericanos de que Obama quiere alinearse con Chávez.
“Es obvio que la censura ya no funciona por restricción, o por amputación,
o por supresión, como lo hace en países donde se mata o se encarcela a
los periodistas o se cierra un periódico”, dice Ramonet. Y vuelve a
preguntarse lo mismo que Serrano: ¿Cómo funciona la censura en
democracia? El libro entero es un intento de respuesta. Pero admite
Ramonet que “lo que sí ocurre es que hay mucha información que no
circula, porque hay sobreinformación. Hay tanta, que la misma
información nos impide –como un biombo o una barrera– acceder a la
información que nos interesa”.
Puede que cada tanto nos embargue la sensación de que estamos viviendo momentos de una
intensidad impensada, y que esa sensación se alimente con las
sensaciones de otros. No había pasado antes que la pobreza fuera
utilizada como una chicana más, como la perenne y evidente prueba de un
fracaso. Tampoco había pasado que un guante como ése fuera recogido tan
pronto, y que de esta coreografía estúpida que baila la oposición de
derecha finalmente salieran los primeros pasos de millones de niños
hacia el horizonte de su propia ciudadanía.
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Por Sandra Russo
Hay un país a la vista que tiene la piel irritada. Ese país, ese lado del
país, ese costado, es el de exhibición permanente. La parte por el
todo, metonimia. No a todos los sectores ni a todas las
interpretaciones del país se las cuelga de la misma cantidad de
ventanas. Hay una banda de sonido permanente en los medios, música
funcional, que refuerza la idea de que la que cantamos es una mala
canción.
Los grandes medios, después de la promulgación de
la ley, han perdido todo decoro. El relato alcanza niveles de ficción
tan fuertes que a Mauricio Macri no le parece disparatado sugerir que
fue Kirchner el que mandó a pinchar los teléfonos. Hay dirigentes de la
oposición que denuncian que están entrando armas a Ciudad Oculta y al
día siguiente, después de haberlo amplificado hasta el hartazgo, el
coro trágico se pone a hablar de otra cosa.
Todo pasa, todo pasa, viajamos en un tiempo que es una calesita, giramos por los
insultos más fuertes que se hayan escuchado en democracia, por las
acusaciones más canallas que después se olvidan, bebemos la bilis de
los oradores, la danza de los fantasmas, la queja perenne, la
distorsión maníaca. El debate político se presenta como un combate con
vencedores y vencidos. Es imperioso sembrar la desconfianza. Elisa
Carrió también dice que el poder está “usurpado”. Todo se escucha como
lluvia: somos quien oye llover.
Los periodistas hemos quedado a los dos lados del río y llueven los cascotazos. Es difícil
soportarse, entre unos y otros, y a uno mismo. La vida se volvió
incómoda. Está plagada de ráfagas de indignación. Quizá por suerte
seamos muy poco corporativos y no hayamos entrado en la Danza de los
Colegas cuando llegó el momento de tomar posición. Nunca fuimos
neutrales, después de todo. No tenemos manera. Estamos condenados, como
todos, a las perspectivas.
Dicen que hay mucha gente que tiene mucho miedo, que los mozos y las mucamas se han vuelto
sospechosos. El público de Mirtha Legrand lo cree. Ella se manifiesta
así. Y por qué no habría que creerle. Hay mucha gente asustada. Pero no
se entiende muy bien qué les da miedo. Cuál es el objeto de su revulsión.
Y sin embargo, en el medio de este tole tole que nos tiene a todos unidos
por el agotamiento, pasan cosas sorprendentes.
Cinco millones de niños hijos de desocupados o trabajadores informales
tendrán un ingreso mínimo. Lo que vale una camisa en un negocio del
Alto Palermo. Una tajadita. Una bienvenida a la vida, reconociéndoles
lo que hoy no se les reconoce: que son personas. Las más débiles. Las
que hoy mismo, como antes sus padres y sus madres, no tienen mucha
conciencia del avasallamiento del que son víctimas constantes. El
hambre es un crimen, sostienen los Niños del Pueblo de la CTA y las
organizaciones sociales. Y qué hay con las organizaciones sociales, que
algunos están descubriendo ahora, después de varios años sin piquetes.
Ellas son las que más han hecho por los pobres que nos dejó el
menemato. Ellas son los mismos pobres organizados. Algo de eso es lo
que tiene alteradas a las señoras. Porque una cosa es ayudar a los
pobres y otra que a los grasitas se les ocurra disputar poder. Las
señoras no se lo plantean en estos términos. El antiperonismo tiene un
fuerte carácter esteticista. Lo negro en general espanta. La política
se vuelve estomacal: lo blanco no traga a lo negro.
Los spots contra la ley de medios siguen tronando en la pantalla y ahora
vendrá la SIP a darles la razón a los ofendidos, y muchos insistirán en
que en la Argentina no hay libertad de prensa, mientras siguen con su
relato de Guerra Fría. El Estado totalitario que oprime la libertad de
expresión. Esta semana me llegó por correo el libro de Pascual Serrano
Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo. Tiene prólogo de
Ignacio Ramonet. El punto de vista es muy interesante. Tanto Ramonet
como Serrano se preguntan cómo funciona la censura en democracia. Me
permito introducir este gran tema, el primero que ocultan los medios.
No es ninguna casualidad que todavía mantengamos tan obstinadamente en
la cabeza un fantasma más compatible con la ex Europa del Este que con
la actual América latina. ¿Cómo funciona la censura en democracia?
En todo el mundo, los medios están viviendo un fenomenal proceso de
concentración. El poder que disputan no es tan mal visto como el que
disputan los grasitas. Los propios medios se encargan de que su causa y
su inercia, que es la concentración, sea una causa humanista. En nombre
de la libertad de expresión la Fox quiere convencer a los
norteamericanos de que Obama quiere alinearse con Chávez.
“Es obvio que la censura ya no funciona por restricción, o por amputación,
o por supresión, como lo hace en países donde se mata o se encarcela a
los periodistas o se cierra un periódico”, dice Ramonet. Y vuelve a
preguntarse lo mismo que Serrano: ¿Cómo funciona la censura en
democracia? El libro entero es un intento de respuesta. Pero admite
Ramonet que “lo que sí ocurre es que hay mucha información que no
circula, porque hay sobreinformación. Hay tanta, que la misma
información nos impide –como un biombo o una barrera– acceder a la
información que nos interesa”.
Puede que cada tanto nos embargue la sensación de que estamos viviendo momentos de una
intensidad impensada, y que esa sensación se alimente con las
sensaciones de otros. No había pasado antes que la pobreza fuera
utilizada como una chicana más, como la perenne y evidente prueba de un
fracaso. Tampoco había pasado que un guante como ése fuera recogido tan
pronto, y que de esta coreografía estúpida que baila la oposición de
derecha finalmente salieran los primeros pasos de millones de niños
hacia el horizonte de su propia ciudadanía.
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Marcela- Cantidad de envíos : 150
Fecha de inscripción : 03/12/2007
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