CIENCIA- PSIQUIATRIA
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CIENCIA- PSIQUIATRIA
El psiquiatra que a diario lucha en el borde de la cornisa
"Cada caso que atendemos conmueve, y mucho. Diría que los pacientes, más que personas peligrosas, que a veces lo son, son personas en peligro"
Tajeado y pasado de cocaína, el hombre agitaba sádicamente el ventilador sobre las caras poco amigables del cuerpo de elite de la Policía Federal. El grupo, especialmente entrenado para situaciones peligrosas una especie de SWAT criollo, que entra en la escena de riesgo tirando la puerta abajo, había sido alertado a través del 107. En pleno delirio y perdiendo sangre, el brotado amenazaba, desde un entrepiso agitando las aspas como cuchillas afiladas, por encima de las cabezas de los policías. ¡Cagones, no se atrevan a tocarme! Quiero que sientan el mismo vértigo que ustedes les hacían sentir a los que torturaban en el Proceso", gritaba, como poseído, con los ojos enrojecidos y desafiantes.
Mientras los SWAT, con cascos y chalecos antibalas, trataban de contener al hombre en la planta baja, el especialista en emergencias psiquiátricas del hospital Fernández Ricardo Kohan esperaba el momento oportuno para intervenir.
Después de 20 años de experiencia con adictos graves y psicópatas tan fríos como Hannibal Lecter (el genial asesino interpretado por Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes), sabía que sólo debía esperar. Y el momento llegó. En un descuido, desenchufó el ventilador y con un solo golpe seco desactivó el arma potencial, que iba perdiendo velocidad, a medida que se invertía la relación de fuerzas. Kohan pudo ver, entonces, cómo la mirada desafiante de aquel hombre feroz se iba transformando en la súplica de un niño asustado. "Doctor, por favor, ayúdeme", balbuceaba, minutos después, totalmente indefenso.
"Es que hay locuras llevaderas -o locos lindos, como decía Pichon Rivière- y locuras letales. La locura que tratamos en los hospitales públicos, sobre todo en la zona roja, es marginal; es la de aquella gente que está en el borde de la cornisa, entre que se cae y no se cae, y eso a mí me conmueve mucho Y diría que, más que personas peligrosas, que a veces lo son, son personas en peligro", dice, en un paréntesis de su guardia de 24 horas en el sector A del hospital Fernández, ese que llama "zona roja".
Allí, en el área más caliente de la salud pública, sobre la calle Cerviño, llegan o son traídos por la ambulancia borderlines , mujeres golpeadas en estado de shock, adolescentes alucinados, chicos del "paco" arrastrando noches sin dormir, y mendigos que deambulan por los hospitales en busca de Rivotril. Estos son los visitantes nocturnos de este emergentólogo, quien desde la década del ochenta, cuando empezó su carrera, se desempeñó en la primera línea de fuego de la atención psiquiátrica pública.
Podríamos decir que Kohan es un "emergentólogo" de las pasiones ingobernables, como define él, aunque el título de "emergentólogo", vale aclarar, no aplica para la psiquiatría, sino para la clínica.
Empezó en la colonia Open Door, poco después de la misteriosa desaparición la doctora Cecilia Giubileo (la leyenda cuenta que su desaparición se relacionó con denuncias sobre el tráfico de órganos), y antes de su trabajo en la guardia del Fernández revistó diez años en el Torcuato de Alvear, uno de lo nosocomios especializados en emergencias psiquiátricas. Además, trabajó otros períodos y paralelamente atendiendo urgencias en el hospital Alvarez, el interzonal de agudos Eva Perón, y en la calle, conteniendo a suicidas, potenciales o reales, desde el sistema de salud porteño.
Precisamente, con ese rol, le tocó atender a víctimas de Cromagnon y su síndrome de culpa del sobreviviente, ese infierno emocional que padecen los que logran zafar con vida de una gran tragedia, en la que mueren muchos más.
"Hay chicos de Cromagnon que están locos de culpabilidad porque tuvieron que pisar cabezas para poder salir del boliche y sobrevivir Eso es lo que nos pasa a muchos en este mundo, donde a veces parece que la única forma de sobrevivir es traicionando tu esencia. Y son todas esas pequeñas traiciones las que, a la larga, van trayendo desajustes psíquicos."
Su tarea diaria es, codo a codo, con el SAME. Y la Justicia, en los casos en que el trastorno mental escala hacia el crimen (entonces, Kohan debe diagnosticar, para que el juez resuelva, si alguien es o no consciente de sus actos). También con el Grupo de Reducción de Dementes de la Policía Federal, que lo antecede en la escena del riesgo, una división especial con conocimientos de psicología y psiquiatría.
- Una duda: ¿por qué se había tajeado aquel cocainómano del ventilador?
-Porque existe el mito, entre los chicos adictos, de que cuando están muy sobrepasados de cocaína, si se cortan, la intoxicación, cede. Algo parecido a lo que sucede con las purgas que se autoimponen los bulímicos, después de un atracón. Es una locura, por supuesto, porque eso no es así. Pero la realidad es que estamos al rojo en el consumo de drogas. Yo nunca vi tanto consumo y tan al borde como se da hoy.
Parece demasiado frágil, demasiado sensible, para desempeñarse en la trinchera que eligió y en la que, se supone, un médico debería tener la piel un poco más dura o, al menos, barnizada con esa capa de cinismo que usan algunos para protegerse del dolor. Pero él, no. Al contrario, pareciera que le entran todas las balas de la vida. Porque cada vez que evoca un caso para esta entrevista, se le enrojecen los ojos. Ahora mismo, a las seis de la tarde, mientras charlamos en un salón enorme y desierto, donde las voces se multiplican en eco -la misma sala que, a la mañana siguiente, explotará de gente que pide turnos-, Kohan tiene la mirada triste, arrugas marcadas en la frente y la barba algo crecida.
"Es que las energías que se respiran aquí son un poco densas", ensaya. Cuando se le muere un paciente en peligro -y en la guardia roja casi todos lo están-, se enferma. Se engripa durante siete días clavados. Kohan conjetura que es porque, como judío (y culposo), ese es el período que dura el luto en su religión.
Claro que no todos los casos son tan dramáticos. Algunos son tragicómicos, como a veces es la Argentina.
Muchas de las historias que atiende son, al día siguiente, las que aparecen en los noticieros o los diarios, y a este emergentólogo le toca vivir el backstage de la noticia. Como aquella vez, en los noventa, cuando una mentalista muy mediática que ofrecía sus servicios al presidente de la Nación sufrió un brote de locura. O eso parecía, cuando se enteró por la radio del SAME de que debía atender a una paciente vip por razones vip. Más tarde, se dio cuenta de que la pitonisa había intentado matarse, en medio de una disputa doméstica que se salió de madre. ¿Y si acaso decidía internar a la bruja del presidente y todo el aparato de poder se le venía encima?
Demonios de ese calibre se le pasaban por la cabeza en aquella tarde surrealista, mientras tomaba el té con la adivina y un par de actrices famosas que la secundaban, e intentaba así convencerla de una inminente internación. Aquella tarde podía ver a Chiche Gelblung informando, desde la pantalla, que en la casa de la mentalista presidencial había un psiquiatra evaluándola (el psiquiatra era él, claro). También podía ver el mar de cámaras y movileros que lo esperaba abajo, para entrevistarlo. La mujer, finalmente, accedió a la internación y, al parecer, terminó superando el mal trance. O, al menos, nadie volvió a llamar al 107 desde su casa.
Otra tragicomedia fue la del yanqui tatuado con esvásticas y consignas del white power (poder blanco´), que entró en un raro trance, recién llegado a la Argentina, adonde había viajado para encontrarse con una novia que se había hecho por Internet. Resulta que el pequeño Hitler había conocido, en un chat, a una chica de Barrio Norte, bilingüe, y un día decidió sacar un pasaje de avión e instalarse en su casa. La chica lo alojó, pero el precio que pagó fue carísimo: el hombre entró en un delirio, mientras se infligía cortes en la piel, y allí ingresó Kohan en escena, junto con los policías de elite del GEOF y una doctora.
Hello, I´m doctor Kohan -ensayó el psiquiatra, en un inglés jerigonza.
Fue peor el remedio que la enfermedad. Porque el norteamericano era lo más parecido a un reciclado del Ku Klux Klan: detestaba a las mujeres, los negros y los judíos. Y al ver a Kohan y a la médica, su locura se duplicó. De todos modos, lograron trasladarlo al Fernández y liberar a la chica. Al llegar al hospital, el yanqui llamó al consulado. Y lo que nunca se supo, finalmente, es si lo trasladaron al hospital Borda o lo devolvieron a los Estados Unidos.
Tiene 49 años recién cumplidos y eso implica, además de que es un ochentista, que le tocó formarse y trabajar en dos etapas bien marcadas de la Argentina y de la psiquiatría: la dictadura y la democracia. "Es que la psiquiatría está fuertemente teñida de ideología, y es radicalmente distinto el abordaje de la locura en los sistemas represivos que en la democracia". A él le tocó vivir ambos períodos, tal como le sucedía al psiquiatra interpretado por Lorenzo Quinteros, en Hombre mirando al Sudeste , aquel médico sensible que, durante el régimen militar, se negaba al uso del electroshock.
-¿Todavía se usa el electroshock?
Kohan dice, con cautela, que en algunos lugares, todavía sí -pero no quiere mencionar cuáles-, y que en los hospitales públicos eso ya no sucede.
- ¿Y qué hace en los hospitales públicos con los chicos del "paco"?
-Y? me duelen. Los atendemos como podemos, pero es muy difícil porque no hay políticas públicas para ellos. Vienen autocortados, pero no hay lugares de derivación; llamás a la Sedronar y no hay respuesta. El otro día, me llama un funcionario y me dice que, según los derechos de los menores, a un chico de 11 años hay que dejarlo decidir y que si se quiere ir del hospital, se va. Pero ¿cómo va a poder decidir por él mismo un chico de 11 años, que encima está en riesgo? ¿Tan confundidos podemos estar los adultos?
A diferencia de la zona roja, la guardia B está destinada a los pacientes de menor riesgo (es un modo de decir). Allí esperan mujeres golpeadas, hombres destruidos por una reciente ruptura conyugal, esposas abandonadas y sin energía para pelear la vida. El cree, sin embargo, que todos ellos padecen una sola enfermedad, con distintas manifestaciones: la enfermedad del desamor; una patología social en aumento, que consiste en tratar a las personas como si fuesen cosas, paquetes.
La verdad que, en tiempos de emergencias estadísticas, la guardia hospitalaria -sobre todo la psiquiátrica- podría resultar un termómetro más certero que el Indec para medir si el país avanza o retrocede. Por ejemplo, en los países escandinavos, la salud mental de la población se mide, entre otros indicadores, por la evolución de patologías como la presión arterial y la gastritis.
Kohan, sin embargo, se acostumbró a medir de otras maneras el efecto social que dejan los barquinazos de la Argentina en el alma y en la mente: en parte, lo deduce por la cantidad de indigentes que deambulan por las noches pidiendo psicofármacos y por cómo subió el número de mendigos que, muchas más veces de las que debiera, deja dormir dentro del hospital. También están los que duermen afuera. De uno se hizo amigo a lo largo de los años. Eduardo se llama. Tienen la misma edad. "Y? crecimos juntos."
-¿Cómo juntos?
Es que, al parecer, los linyeras tienen por costumbre hacer una ronda nocturna por los hospitales. Hay una explicación: de madrugada, los médicos que hacen guardia las 24 horas son más vulnerables para soltar recetas para sedantes. Pero después de varios años en la trinchera psiquiátrica, Kohan conoce esos juegos. "Eduardo -le dijo el otro día-, si yo le diera un sedante, lo seguiría lastimando y usted ya no tiene más margen para que lo lastimen." Así que, a veces, lo que le da es comida a este hombre que, después de 20 años de vivir en la calle, ya lo ha perdido todo.
-¿Te acordás de aquella canción de Silvina Garré? -pregunta Kohan, de repente.
-¿Cuál ?
-Esa que decía "Todos tenemos un infierno en la cabeza [la tararea, y el eco resuena fuerte en la gigantesca sala desierta del hospital]. Y, bueno... Es así: todos tenemos un infierno en la cabeza, sólo que a algunos nos tocó vivirlo de un lado del mostrador y a otros, del otro. RICARDO KOHAN
Emergentólogo y psiquiatra
Quién es: tiene 49 años. Es un especialista en atención psiquiátrica, que trabaja desde hace veinte años en el servicio de salud pública.
Qué hizo: durante una década entera, atendió en la "guardia roja" del Torcuato de Alvear y, anteriormente, en los hospitales de agudos Eva Perón y Teodoro Alvarez.
Qué hace: actualmente, se desempeña en la emergencia de salud mental del hospital Fernández. Trabaja codo a codo con la División de Dementes Peligrosos, un cuerpo especial dentro de la Policía Federal. También trabaja en coordinación con el servicio de emergencias SAME y la Justicia.
FUENTE; LA NACION
"Cada caso que atendemos conmueve, y mucho. Diría que los pacientes, más que personas peligrosas, que a veces lo son, son personas en peligro"
Tajeado y pasado de cocaína, el hombre agitaba sádicamente el ventilador sobre las caras poco amigables del cuerpo de elite de la Policía Federal. El grupo, especialmente entrenado para situaciones peligrosas una especie de SWAT criollo, que entra en la escena de riesgo tirando la puerta abajo, había sido alertado a través del 107. En pleno delirio y perdiendo sangre, el brotado amenazaba, desde un entrepiso agitando las aspas como cuchillas afiladas, por encima de las cabezas de los policías. ¡Cagones, no se atrevan a tocarme! Quiero que sientan el mismo vértigo que ustedes les hacían sentir a los que torturaban en el Proceso", gritaba, como poseído, con los ojos enrojecidos y desafiantes.
Mientras los SWAT, con cascos y chalecos antibalas, trataban de contener al hombre en la planta baja, el especialista en emergencias psiquiátricas del hospital Fernández Ricardo Kohan esperaba el momento oportuno para intervenir.
Después de 20 años de experiencia con adictos graves y psicópatas tan fríos como Hannibal Lecter (el genial asesino interpretado por Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes), sabía que sólo debía esperar. Y el momento llegó. En un descuido, desenchufó el ventilador y con un solo golpe seco desactivó el arma potencial, que iba perdiendo velocidad, a medida que se invertía la relación de fuerzas. Kohan pudo ver, entonces, cómo la mirada desafiante de aquel hombre feroz se iba transformando en la súplica de un niño asustado. "Doctor, por favor, ayúdeme", balbuceaba, minutos después, totalmente indefenso.
"Es que hay locuras llevaderas -o locos lindos, como decía Pichon Rivière- y locuras letales. La locura que tratamos en los hospitales públicos, sobre todo en la zona roja, es marginal; es la de aquella gente que está en el borde de la cornisa, entre que se cae y no se cae, y eso a mí me conmueve mucho Y diría que, más que personas peligrosas, que a veces lo son, son personas en peligro", dice, en un paréntesis de su guardia de 24 horas en el sector A del hospital Fernández, ese que llama "zona roja".
Allí, en el área más caliente de la salud pública, sobre la calle Cerviño, llegan o son traídos por la ambulancia borderlines , mujeres golpeadas en estado de shock, adolescentes alucinados, chicos del "paco" arrastrando noches sin dormir, y mendigos que deambulan por los hospitales en busca de Rivotril. Estos son los visitantes nocturnos de este emergentólogo, quien desde la década del ochenta, cuando empezó su carrera, se desempeñó en la primera línea de fuego de la atención psiquiátrica pública.
Podríamos decir que Kohan es un "emergentólogo" de las pasiones ingobernables, como define él, aunque el título de "emergentólogo", vale aclarar, no aplica para la psiquiatría, sino para la clínica.
Empezó en la colonia Open Door, poco después de la misteriosa desaparición la doctora Cecilia Giubileo (la leyenda cuenta que su desaparición se relacionó con denuncias sobre el tráfico de órganos), y antes de su trabajo en la guardia del Fernández revistó diez años en el Torcuato de Alvear, uno de lo nosocomios especializados en emergencias psiquiátricas. Además, trabajó otros períodos y paralelamente atendiendo urgencias en el hospital Alvarez, el interzonal de agudos Eva Perón, y en la calle, conteniendo a suicidas, potenciales o reales, desde el sistema de salud porteño.
Precisamente, con ese rol, le tocó atender a víctimas de Cromagnon y su síndrome de culpa del sobreviviente, ese infierno emocional que padecen los que logran zafar con vida de una gran tragedia, en la que mueren muchos más.
"Hay chicos de Cromagnon que están locos de culpabilidad porque tuvieron que pisar cabezas para poder salir del boliche y sobrevivir Eso es lo que nos pasa a muchos en este mundo, donde a veces parece que la única forma de sobrevivir es traicionando tu esencia. Y son todas esas pequeñas traiciones las que, a la larga, van trayendo desajustes psíquicos."
Su tarea diaria es, codo a codo, con el SAME. Y la Justicia, en los casos en que el trastorno mental escala hacia el crimen (entonces, Kohan debe diagnosticar, para que el juez resuelva, si alguien es o no consciente de sus actos). También con el Grupo de Reducción de Dementes de la Policía Federal, que lo antecede en la escena del riesgo, una división especial con conocimientos de psicología y psiquiatría.
- Una duda: ¿por qué se había tajeado aquel cocainómano del ventilador?
-Porque existe el mito, entre los chicos adictos, de que cuando están muy sobrepasados de cocaína, si se cortan, la intoxicación, cede. Algo parecido a lo que sucede con las purgas que se autoimponen los bulímicos, después de un atracón. Es una locura, por supuesto, porque eso no es así. Pero la realidad es que estamos al rojo en el consumo de drogas. Yo nunca vi tanto consumo y tan al borde como se da hoy.
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Parece demasiado frágil, demasiado sensible, para desempeñarse en la trinchera que eligió y en la que, se supone, un médico debería tener la piel un poco más dura o, al menos, barnizada con esa capa de cinismo que usan algunos para protegerse del dolor. Pero él, no. Al contrario, pareciera que le entran todas las balas de la vida. Porque cada vez que evoca un caso para esta entrevista, se le enrojecen los ojos. Ahora mismo, a las seis de la tarde, mientras charlamos en un salón enorme y desierto, donde las voces se multiplican en eco -la misma sala que, a la mañana siguiente, explotará de gente que pide turnos-, Kohan tiene la mirada triste, arrugas marcadas en la frente y la barba algo crecida.
"Es que las energías que se respiran aquí son un poco densas", ensaya. Cuando se le muere un paciente en peligro -y en la guardia roja casi todos lo están-, se enferma. Se engripa durante siete días clavados. Kohan conjetura que es porque, como judío (y culposo), ese es el período que dura el luto en su religión.
Claro que no todos los casos son tan dramáticos. Algunos son tragicómicos, como a veces es la Argentina.
Muchas de las historias que atiende son, al día siguiente, las que aparecen en los noticieros o los diarios, y a este emergentólogo le toca vivir el backstage de la noticia. Como aquella vez, en los noventa, cuando una mentalista muy mediática que ofrecía sus servicios al presidente de la Nación sufrió un brote de locura. O eso parecía, cuando se enteró por la radio del SAME de que debía atender a una paciente vip por razones vip. Más tarde, se dio cuenta de que la pitonisa había intentado matarse, en medio de una disputa doméstica que se salió de madre. ¿Y si acaso decidía internar a la bruja del presidente y todo el aparato de poder se le venía encima?
Demonios de ese calibre se le pasaban por la cabeza en aquella tarde surrealista, mientras tomaba el té con la adivina y un par de actrices famosas que la secundaban, e intentaba así convencerla de una inminente internación. Aquella tarde podía ver a Chiche Gelblung informando, desde la pantalla, que en la casa de la mentalista presidencial había un psiquiatra evaluándola (el psiquiatra era él, claro). También podía ver el mar de cámaras y movileros que lo esperaba abajo, para entrevistarlo. La mujer, finalmente, accedió a la internación y, al parecer, terminó superando el mal trance. O, al menos, nadie volvió a llamar al 107 desde su casa.
Otra tragicomedia fue la del yanqui tatuado con esvásticas y consignas del white power (poder blanco´), que entró en un raro trance, recién llegado a la Argentina, adonde había viajado para encontrarse con una novia que se había hecho por Internet. Resulta que el pequeño Hitler había conocido, en un chat, a una chica de Barrio Norte, bilingüe, y un día decidió sacar un pasaje de avión e instalarse en su casa. La chica lo alojó, pero el precio que pagó fue carísimo: el hombre entró en un delirio, mientras se infligía cortes en la piel, y allí ingresó Kohan en escena, junto con los policías de elite del GEOF y una doctora.
Hello, I´m doctor Kohan -ensayó el psiquiatra, en un inglés jerigonza.
Fue peor el remedio que la enfermedad. Porque el norteamericano era lo más parecido a un reciclado del Ku Klux Klan: detestaba a las mujeres, los negros y los judíos. Y al ver a Kohan y a la médica, su locura se duplicó. De todos modos, lograron trasladarlo al Fernández y liberar a la chica. Al llegar al hospital, el yanqui llamó al consulado. Y lo que nunca se supo, finalmente, es si lo trasladaron al hospital Borda o lo devolvieron a los Estados Unidos.
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Tiene 49 años recién cumplidos y eso implica, además de que es un ochentista, que le tocó formarse y trabajar en dos etapas bien marcadas de la Argentina y de la psiquiatría: la dictadura y la democracia. "Es que la psiquiatría está fuertemente teñida de ideología, y es radicalmente distinto el abordaje de la locura en los sistemas represivos que en la democracia". A él le tocó vivir ambos períodos, tal como le sucedía al psiquiatra interpretado por Lorenzo Quinteros, en Hombre mirando al Sudeste , aquel médico sensible que, durante el régimen militar, se negaba al uso del electroshock.
-¿Todavía se usa el electroshock?
Kohan dice, con cautela, que en algunos lugares, todavía sí -pero no quiere mencionar cuáles-, y que en los hospitales públicos eso ya no sucede.
- ¿Y qué hace en los hospitales públicos con los chicos del "paco"?
-Y? me duelen. Los atendemos como podemos, pero es muy difícil porque no hay políticas públicas para ellos. Vienen autocortados, pero no hay lugares de derivación; llamás a la Sedronar y no hay respuesta. El otro día, me llama un funcionario y me dice que, según los derechos de los menores, a un chico de 11 años hay que dejarlo decidir y que si se quiere ir del hospital, se va. Pero ¿cómo va a poder decidir por él mismo un chico de 11 años, que encima está en riesgo? ¿Tan confundidos podemos estar los adultos?
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A diferencia de la zona roja, la guardia B está destinada a los pacientes de menor riesgo (es un modo de decir). Allí esperan mujeres golpeadas, hombres destruidos por una reciente ruptura conyugal, esposas abandonadas y sin energía para pelear la vida. El cree, sin embargo, que todos ellos padecen una sola enfermedad, con distintas manifestaciones: la enfermedad del desamor; una patología social en aumento, que consiste en tratar a las personas como si fuesen cosas, paquetes.
La verdad que, en tiempos de emergencias estadísticas, la guardia hospitalaria -sobre todo la psiquiátrica- podría resultar un termómetro más certero que el Indec para medir si el país avanza o retrocede. Por ejemplo, en los países escandinavos, la salud mental de la población se mide, entre otros indicadores, por la evolución de patologías como la presión arterial y la gastritis.
Kohan, sin embargo, se acostumbró a medir de otras maneras el efecto social que dejan los barquinazos de la Argentina en el alma y en la mente: en parte, lo deduce por la cantidad de indigentes que deambulan por las noches pidiendo psicofármacos y por cómo subió el número de mendigos que, muchas más veces de las que debiera, deja dormir dentro del hospital. También están los que duermen afuera. De uno se hizo amigo a lo largo de los años. Eduardo se llama. Tienen la misma edad. "Y? crecimos juntos."
-¿Cómo juntos?
Es que, al parecer, los linyeras tienen por costumbre hacer una ronda nocturna por los hospitales. Hay una explicación: de madrugada, los médicos que hacen guardia las 24 horas son más vulnerables para soltar recetas para sedantes. Pero después de varios años en la trinchera psiquiátrica, Kohan conoce esos juegos. "Eduardo -le dijo el otro día-, si yo le diera un sedante, lo seguiría lastimando y usted ya no tiene más margen para que lo lastimen." Así que, a veces, lo que le da es comida a este hombre que, después de 20 años de vivir en la calle, ya lo ha perdido todo.
-¿Te acordás de aquella canción de Silvina Garré? -pregunta Kohan, de repente.
-¿Cuál ?
-Esa que decía "Todos tenemos un infierno en la cabeza [la tararea, y el eco resuena fuerte en la gigantesca sala desierta del hospital]. Y, bueno... Es así: todos tenemos un infierno en la cabeza, sólo que a algunos nos tocó vivirlo de un lado del mostrador y a otros, del otro. RICARDO KOHAN
Emergentólogo y psiquiatra
Quién es: tiene 49 años. Es un especialista en atención psiquiátrica, que trabaja desde hace veinte años en el servicio de salud pública.
Qué hizo: durante una década entera, atendió en la "guardia roja" del Torcuato de Alvear y, anteriormente, en los hospitales de agudos Eva Perón y Teodoro Alvarez.
Qué hace: actualmente, se desempeña en la emergencia de salud mental del hospital Fernández. Trabaja codo a codo con la División de Dementes Peligrosos, un cuerpo especial dentro de la Policía Federal. También trabaja en coordinación con el servicio de emergencias SAME y la Justicia.
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