Contruyendo poder desde abajo
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Contruyendo poder desde abajo
14-04-2008
Las iniciativas de resistencia frente a las
empresas multinacionales
Pedro Ramiro / Erika González
Viento Sur nº 95
"La militancia contra las corporaciones aumenta porque muchos de
nosotros sentimos más agudamente que nunca la red de complicidad entre las
marcas que se extiende sobre el mundo, y la sentimos precisamente porque nunca
hemos estado tan 'marcados' como en la actualidad". Naomi Klein /1
La intensificación del capitalismo a escala mundial ha servido para que se
produzca una redefinición de los actores que participan en el mercado global. En
la era de la globalización económica, a la vez que los Estados-nación han venido
cediendo parte de su soberanía, las compañías multinacionales han ido
adquiriendo mayor influencia y poder. La expansión de las empresas
transnacionales, cuyo origen se remonta al siglo XV -con la Banca de los Médici
en Florencia, que llegó a tener 18 sucursales por toda Europa- se ha producido
básicamente en los últimos cien años.
Y es que desde finales del siglo XIX y principios del XX, cuando algunas
compañías estadounidenses como General Electric, United Fruit, Ford y Kodak se
lanzaron a realizar sus actividades fuera de su país de origen, hasta nuestros
días, estas grandes corporaciones han evolucionado mucho /2. Tanto, que hoy en
día las empresas multinacionales acumulan una capacidad económica mayor que la
de muchos países: Wal-Mart tiene un volumen de ventas superior al Producto
Interior Bruto (PIB) de Austria o de Noruega, mientras que el de ExxonMobil es
mayor que la suma de los de Venezuela y Chile /3.
El poder de las empresas transnacionales se ha acrecentado en los últimos
veinticinco años, como consecuencia de la extensión a escala global de las
políticas neoliberales. Desde 1980, las inversiones extranjeras han crecido a
una tasa anual que duplica el PIB mundial, concentrándose fundamentalmente en el
sector de los servicios, y las principales responsables de este crecimiento han
sido las multinacionales: el 84% de la Inversión Extranjera Directa mundial se
canaliza a través de este tipo de empresas /4. Por eso, a día de hoy, las
corporaciones multinacionales controlan gran parte de muchos sectores clave de
la economía mundial, como la energía, la banca, la
agricultura, el agua y las telecomunicaciones. Y en todo esto ha tenido
mucho que ver la estrecha relación de las multinacionales con los Gobiernos, que
les han beneficiado en perjuicio del interés de las personas. No es que los
Estados se hayan plegado ciegamente a los intereses de las grandes compañías, lo
que ha ocurrido es que los Gobiernos han promovido una serie de políticas para
favorecer sus negocios. Se podría decir que se trata de una relación de
simbiosis, en la que los Estados y las corporaciones se benefician mutuamente y
donde, como dice Pedro Solbes, "el cometido del Estado debe ser vigilar los
fallos del mercado" /5.
En todo este tiempo, a la par que ha ido cambiando la posición de las
empresas en la economía global, se han venido modificando las dinámicas de
contestación social frente a las actividades de las multinacionales.
Los comienzos de las campañas contra las multinacionales
El movimiento obrero y las organizaciones sindicales, que históricamente
han jugado un rol decisivo en la consecución de toda una serie de derechos
sociales, han perdido su papel central en las reivindicaciones frente a las
corporaciones transnacionales/6. Y es que, antes, las empresas eran
fundamentalmente el centro de trabajo, y los conflictos que se pudieran generar
eran el resultado de este hecho.
Ahora, con las deslocalizaciones, la división internacional del trabajo,
las privatizaciones, las subcontrataciones, la flexibilización, la desregulación
y, en definitiva, con las transformaciones derivadas de los procesos de
globalización económica, las compañías multinacionales intervienen en casi todos
los aspectos de la vida de las personas. Las corporaciones globales producen,
distribuyen y comercializan los coches en los que nos movemos, las redes de
teléfono que utilizamos, los alimentos que comemos o la ropa que vestimos. Y eso
por no hablar de lo que tradicionalmente se ha dado en llamar servicios
públicos, es decir, el agua, la sanidad, la educación y la energía, que también
han venido siendo progresivamente subordinados al mandato del máximo beneficio
que imponen las empresas transnacionales.
Naturalmente, el dejar que todas estas actividades dependan de la lógica
empresarial ha provocado una serie de consecuencias sociales y ambientales. Así,
se han creado distintas categorías de ciudadanía en función de los servicios a
los que se pueda acceder según los ingresos de cada cual, de la misma forma que
se han antepuesto los criterios de rentabilidad económica a la protección del
entorno.
Las iniciativas de resistencia frente a las
empresas multinacionales
Pedro Ramiro / Erika González
Viento Sur nº 95
"La militancia contra las corporaciones aumenta porque muchos de
nosotros sentimos más agudamente que nunca la red de complicidad entre las
marcas que se extiende sobre el mundo, y la sentimos precisamente porque nunca
hemos estado tan 'marcados' como en la actualidad". Naomi Klein /1
La intensificación del capitalismo a escala mundial ha servido para que se
produzca una redefinición de los actores que participan en el mercado global. En
la era de la globalización económica, a la vez que los Estados-nación han venido
cediendo parte de su soberanía, las compañías multinacionales han ido
adquiriendo mayor influencia y poder. La expansión de las empresas
transnacionales, cuyo origen se remonta al siglo XV -con la Banca de los Médici
en Florencia, que llegó a tener 18 sucursales por toda Europa- se ha producido
básicamente en los últimos cien años.
Y es que desde finales del siglo XIX y principios del XX, cuando algunas
compañías estadounidenses como General Electric, United Fruit, Ford y Kodak se
lanzaron a realizar sus actividades fuera de su país de origen, hasta nuestros
días, estas grandes corporaciones han evolucionado mucho /2. Tanto, que hoy en
día las empresas multinacionales acumulan una capacidad económica mayor que la
de muchos países: Wal-Mart tiene un volumen de ventas superior al Producto
Interior Bruto (PIB) de Austria o de Noruega, mientras que el de ExxonMobil es
mayor que la suma de los de Venezuela y Chile /3.
El poder de las empresas transnacionales se ha acrecentado en los últimos
veinticinco años, como consecuencia de la extensión a escala global de las
políticas neoliberales. Desde 1980, las inversiones extranjeras han crecido a
una tasa anual que duplica el PIB mundial, concentrándose fundamentalmente en el
sector de los servicios, y las principales responsables de este crecimiento han
sido las multinacionales: el 84% de la Inversión Extranjera Directa mundial se
canaliza a través de este tipo de empresas /4. Por eso, a día de hoy, las
corporaciones multinacionales controlan gran parte de muchos sectores clave de
la economía mundial, como la energía, la banca, la
agricultura, el agua y las telecomunicaciones. Y en todo esto ha tenido
mucho que ver la estrecha relación de las multinacionales con los Gobiernos, que
les han beneficiado en perjuicio del interés de las personas. No es que los
Estados se hayan plegado ciegamente a los intereses de las grandes compañías, lo
que ha ocurrido es que los Gobiernos han promovido una serie de políticas para
favorecer sus negocios. Se podría decir que se trata de una relación de
simbiosis, en la que los Estados y las corporaciones se benefician mutuamente y
donde, como dice Pedro Solbes, "el cometido del Estado debe ser vigilar los
fallos del mercado" /5.
En todo este tiempo, a la par que ha ido cambiando la posición de las
empresas en la economía global, se han venido modificando las dinámicas de
contestación social frente a las actividades de las multinacionales.
Los comienzos de las campañas contra las multinacionales
El movimiento obrero y las organizaciones sindicales, que históricamente
han jugado un rol decisivo en la consecución de toda una serie de derechos
sociales, han perdido su papel central en las reivindicaciones frente a las
corporaciones transnacionales/6. Y es que, antes, las empresas eran
fundamentalmente el centro de trabajo, y los conflictos que se pudieran generar
eran el resultado de este hecho.
Ahora, con las deslocalizaciones, la división internacional del trabajo,
las privatizaciones, las subcontrataciones, la flexibilización, la desregulación
y, en definitiva, con las transformaciones derivadas de los procesos de
globalización económica, las compañías multinacionales intervienen en casi todos
los aspectos de la vida de las personas. Las corporaciones globales producen,
distribuyen y comercializan los coches en los que nos movemos, las redes de
teléfono que utilizamos, los alimentos que comemos o la ropa que vestimos. Y eso
por no hablar de lo que tradicionalmente se ha dado en llamar servicios
públicos, es decir, el agua, la sanidad, la educación y la energía, que también
han venido siendo progresivamente subordinados al mandato del máximo beneficio
que imponen las empresas transnacionales.
Naturalmente, el dejar que todas estas actividades dependan de la lógica
empresarial ha provocado una serie de consecuencias sociales y ambientales. Así,
se han creado distintas categorías de ciudadanía en función de los servicios a
los que se pueda acceder según los ingresos de cada cual, de la misma forma que
se han antepuesto los criterios de rentabilidad económica a la protección del
entorno.
Re: Contruyendo poder desde abajo
Justamente, dado que la interacción de las corporaciones con la sociedad no
se limita ya al plano laboral, aunque éste por supuesto sigue resultando muy
importante, en las últimas décadas también han cobrado especial importancia las
denuncias de las personas afectadas por los efectos ambientales, culturales y
socioeconómicos de las actividades de estas empresas. En muchas ocasiones, el
impulso a estas nuevas formas de acción colectiva ha venido de la mano de los
usuarios, consumidores, trabajadoras, indígenas, activistas y, especialmente, de
las personas más directamente afectadas por el problema, que son quienes están
sintiendo más de cerca la indefensión y la violación de sus derechos por parte
de las compañías trasnacionales.
Echando la vista atrás, se puede decir que ya desde los años treinta del
siglo pasado comenzó a producirse la oposición a las empresas multinacionales. Y
el primer gran hito en la resistencia contra las empresas, que puede
considerarse el predecesor de la lucha actual contra las marcas, viene de la
campaña de boicot que se llevó a cabo a finales de la década de los setenta
contra Nestlé; la empresa suiza, que estaba vendiendo su leche en polvo como un
sustituto de la leche materna con el pretexto de que se trataba de una
alternativa segura para la alimentación de los países empobrecidos, inició un
pleito contra varios militantes que habían denunciado estos hechos y eso sólo
sirvió para darle mayor notoriedad a la campaña /7. Posteriormente, en los años
ochenta, las acciones de solidaridad se centraron en la crítica de las
dictaduras latinoamericanas y de los Gobiernos estatales, con un par de
excepciones: el caso de Dow Chemical, empresa responsable de la emisión masiva
de gases tóxicos en Bhopal (India), y el boicot a las multinacionales que
mantenían relaciones comerciales con el régimen sudafricano en tiempos del
apartheid.
Y, finalmente, en los años noventa llegó el momento de las grandes campañas
contra las empresas transnacionales. Sobre todo, tres compañías multinacionales
fueron el blanco de las críticas: Nike, acusada de fomentar la explotación
laboral y el trabajo infantil en sus fábricas del sudeste asiático; Shell,
denunciada por los impactos ambientales generados al querer hundir una
plataforma petrolífera en el Océano Atlántico y por permanecer impasible ante la
ejecución del escritor Ken Saro-Wiwa, quien había encabezado un movimiento de
protesta pacífica contra la petrolera y fue condenado a la pena de muerte junto
con otros ocho activistas; y McDonald's que, al denunciar a dos ecologistas por
difundir octavillas en las que afirmaban que la compañía explotaba a sus
empleados, colaboraba con el maltrato a los animales y era la máxima
representante de la "comida basura", se vio envuelta en un proceso judicial que
duró siete años y que puso de manifiesto la existencia de una censura
corporativa /8.
Desde entonces, se han extendido las protestas frente al poder de las
grandes corporaciones.
Entre otras, se puso en marcha una campaña contra Coca-cola, para denunciar
sus nexos con el asesinato de sindicalistas en Colombia y la contaminación de
las fuentes de agua de numerosas comunidades en India /9, y se señaló a The Gap,
Wal-Mart, Disney y Mattel con diferentes acciones en EE UU y en los países donde
se ubicaban sus fábricas, para poner freno a la explotación infantil. Además, se
denunció que empresas como Pepsi, Chevron y Total tenían relaciones comerciales
con el Gobierno de Birmania y se llevaron a cabo campañas contra las marcas que
utilizaban alimentos modificados genéticamente. Y, cuando ha sido posible, se ha
recurrido a los procedimientos judiciales: por ejemplo, en EE UU se ha
aprovechado una vieja ley que tiene más de dos siglos para llevar a juicio a
empresas transnacionales estadounidenses -como la minera Drummond- por sus
actividades en terceros países /10.
La resistencia frente a las empresas en Europa y América Latina
De manera especial, en los últimos años los procesos de resistencia contra
las multinacionales
han cobrado bastante relevancia en Europa y, sobre todo, en América Latina.
Ahora bien, mientras que en el continente europeo se ha dado prioridad a las
movilizaciones contra las instituciones financieras internacionales y organismos
supraestatales como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional
(FMI), la Unión Europea y el G-8, /11 en América Latina el foco de la crítica se
ha centrado sobre las empresas transnacionales y los tratados de libre comercio
-no en vano, a finales de 2005 se consiguió parar el Acuerdo de Libre Comercio
de las Américas-.
En Europa, el denominado movimiento antiglobalización, que adquirió más
visibilidad tras las movilizaciones de Seattle a finales de 1999 y llegó a ser
multitudinario hasta las protestas contra la guerra de Irak en el año 2003,
desarrolló acciones de denuncia de las actividades de las grandes corporaciones
en el marco de los foros alternativos y las contracumbres, si bien estas
campañas no tuvieron el nivel de difusión y organización que alcanzaron las que
señalaban a las instituciones financieras /12. Por otra parte, en América
Latina, con la puesta en marcha de las medidas del Consenso de Washington, las
corporaciones transnacionales europeas y estadounidenses llegaron
a la región y se adueñaron de los servicios públicos, las empresas
estatales y los recursos naturales. En esos años, en los que se dio un boom
privatizador -entre 1986 y 1999, más de la mitad del valor de todas las
privatizaciones realizadas en los países del Sur en el mundo entero se
realizaron en América Latina, especialmente en el sector de los servicios
públicos /13-, las luchas se centraron en responder sobre el terreno a las
actividades de las multinacionales. Por poner un ejemplo que valga para
comparar: a mediados del año 2000, mientras los movimientos sociales europeos se
preparaban para bloquear la cumbre del BM y FMI en Praga, en Cochabamba
(Bolivia) tenía lugar lo que se conoció como la guerra del agua, en la que la
resistencia popular impidió que un consorcio encabezado por la multinacional
Bechtel y la corporación española Abengoa, apoyados por el Banco Mundial, se
hiciera con la compañía local y se privatizara así el servicio de agua de la
ciudad.
A la hora de analizar las diferencias entre Europa y América Latina en
cuanto a las movilizaciones realizadas contra las empresas transnacionales
-movilizaciones que, por cierto, no se pueden considerar sino complementarias-
se puede apuntar el hecho de que América Latina es utilizada por las compañías
extranjeras como fuente de recursos naturales y materias primas -petróleo, gas,
carbón, oro, madera, café, soja o palma africana- que son luego procesadas y
consumidas, fundamentalmente, en otros mercados. Por ello, a la vez que los
efectos de estas actividades extractivas y productivas se hacen notar en los
países latinoamericanas, Europa es el sitio donde únicamente se consumen y es
difícil que la ciudadanía sienta esos efectos en primera persona. Además, en los
casos de las empresas de servicios públicos, las estrategias empleadas por las
corporaciones transnacionales en América Latina han tratado de hacer rentable
económicamente la inversión a corto plazo, cosa que no ha sucedido de forma tan
exagerada en Europa, lo que podría explicar que en el viejo continente no se
hayan producido movilizaciones parecidas a las que han tenido lugar contra Unión
Fenosa en Nicaragua /14 o contra Suez en Argentina.
En cualquier caso, lo que parece evidente es que en la mayor parte de los
países de América Latina sí que se ha extendido una mala imagen de las
transnacionales extranjeras. Y, dentro de ellas, se encuentran las españolas por
ser las que tienen una mayor presencia en el continente, ya que son líderes de
los sectores de los hidrocarburos (Repsol), la electricidad (Endesa), la banca
(Santander) y las telecomunicaciones (Telefónica). En el año 2004, sólo el 29%
de la población latinoamericana creía que las inversiones foráneas eran
beneficiosas para su país, frente a un 35% que se manifestaba abiertamente en
contra /15. Y las quejas de la población obedecen a que se responsabiliza a las
multinacionales de ser las causantes del expolio y el saqueo de os recursos
naturales, la privatización de los servicios públicos o la desregulación del
mercado laboral. Por eso, hay muchos casos de movimientos ciudadanos, campesinos
e indígenas que han llevado a cabo campañas contra las empresas transnacionales.
Como las organizaciones mapuches, por ejemplo, que durante años se han resistido
a ser desplazadas de su territorio ancestral por las empresas Endesa, en Chile,
y Benetton, en Argentina. O las movilizaciones que se han producido contra
Unión Fenosa en Colombia desde que la multinacional española adquirió las
distribuidoras eléctricas de la Costa Atlántica y empezó a aplicar una agresiva
estrategia de cobro para amortizar su inversión /16. En ciertas ocasiones,
incluso, han llegado a prosperar algunas demandas judiciales, como en el caso de
la denuncia por la contaminación generada por las explotaciones petroleras de
Repsol y otras compañías en Argentina /17 o en el caso de Texaco en Ecuador,
donde el proceso judicial dura ya más de diez años. Y éstos son solamente unos
cuantos casos representativos, porque en realidad también se han producido
acciones y campañas contra otras multinacionales como BP, Oxy, BBVA, Nestlé,
Majaz, ENCE, Aracruz, Telefónica, Bayer, Unilever, Calvo y Wal-Mart. Es en este
clima de hostilidad hacia las empresas transnacionales donde se enmarca el hecho
de que algunos Gobiernos latinoamericanos hayan decidido acabar con las
condiciones tan favorables de las que disfrutaban las empresas extranjeras
presentes en su territorio.
Por último, vale la pena resaltar una iniciativa que está teniendo lugar en
la actualidad en América Latina y que resulta muy eficaz para visibilizar los
efectos de las actividades de las multinacionales: el Tribunal Permanente de los
Pueblos (TPP) /18. Este tribunal, que hasta ahora se ha reunido en más de
treinta ocasiones para juzgar desde situaciones de genocidio hasta las políticas
de las instituciones financieras internacionales, ha servido para que en
Colombia se esté juzgando simbólicamente a más de dos decenas de empresas
transnacionales -entre las que se encuentran Repsol, Coca-Cola, Anglogold,
Nestlé o Aguas de Barcelona /19- por las consecuencias de sus operaciones sobre
el medio ambiente, los pueblos indígenas y los derechos humanos, así como para
que en Nicaragua se haya podido denunciar qué ha supuesto la presencia de Unión
Fenosa en el país. En este sentido, la Red Birregional Europa - América Latina y
el Caribe Enlazando Alternativas /20, que se constituye como un puente entre las
resistencias a uno y otro lado del océano, se encuentra preparando actualmente
lo que será la Cumbre de los Pueblos que se celebrará en Lima en mayo de 2008
coincidiendo con la cumbre de Jefes de Estado de la Unión Europea, América
latina y el Caribe, dentro de la cual se incluirá una sesión del TPP sobre las
empresas multinacionales europeas presentes en aquella región.
se limita ya al plano laboral, aunque éste por supuesto sigue resultando muy
importante, en las últimas décadas también han cobrado especial importancia las
denuncias de las personas afectadas por los efectos ambientales, culturales y
socioeconómicos de las actividades de estas empresas. En muchas ocasiones, el
impulso a estas nuevas formas de acción colectiva ha venido de la mano de los
usuarios, consumidores, trabajadoras, indígenas, activistas y, especialmente, de
las personas más directamente afectadas por el problema, que son quienes están
sintiendo más de cerca la indefensión y la violación de sus derechos por parte
de las compañías trasnacionales.
Echando la vista atrás, se puede decir que ya desde los años treinta del
siglo pasado comenzó a producirse la oposición a las empresas multinacionales. Y
el primer gran hito en la resistencia contra las empresas, que puede
considerarse el predecesor de la lucha actual contra las marcas, viene de la
campaña de boicot que se llevó a cabo a finales de la década de los setenta
contra Nestlé; la empresa suiza, que estaba vendiendo su leche en polvo como un
sustituto de la leche materna con el pretexto de que se trataba de una
alternativa segura para la alimentación de los países empobrecidos, inició un
pleito contra varios militantes que habían denunciado estos hechos y eso sólo
sirvió para darle mayor notoriedad a la campaña /7. Posteriormente, en los años
ochenta, las acciones de solidaridad se centraron en la crítica de las
dictaduras latinoamericanas y de los Gobiernos estatales, con un par de
excepciones: el caso de Dow Chemical, empresa responsable de la emisión masiva
de gases tóxicos en Bhopal (India), y el boicot a las multinacionales que
mantenían relaciones comerciales con el régimen sudafricano en tiempos del
apartheid.
Y, finalmente, en los años noventa llegó el momento de las grandes campañas
contra las empresas transnacionales. Sobre todo, tres compañías multinacionales
fueron el blanco de las críticas: Nike, acusada de fomentar la explotación
laboral y el trabajo infantil en sus fábricas del sudeste asiático; Shell,
denunciada por los impactos ambientales generados al querer hundir una
plataforma petrolífera en el Océano Atlántico y por permanecer impasible ante la
ejecución del escritor Ken Saro-Wiwa, quien había encabezado un movimiento de
protesta pacífica contra la petrolera y fue condenado a la pena de muerte junto
con otros ocho activistas; y McDonald's que, al denunciar a dos ecologistas por
difundir octavillas en las que afirmaban que la compañía explotaba a sus
empleados, colaboraba con el maltrato a los animales y era la máxima
representante de la "comida basura", se vio envuelta en un proceso judicial que
duró siete años y que puso de manifiesto la existencia de una censura
corporativa /8.
Desde entonces, se han extendido las protestas frente al poder de las
grandes corporaciones.
Entre otras, se puso en marcha una campaña contra Coca-cola, para denunciar
sus nexos con el asesinato de sindicalistas en Colombia y la contaminación de
las fuentes de agua de numerosas comunidades en India /9, y se señaló a The Gap,
Wal-Mart, Disney y Mattel con diferentes acciones en EE UU y en los países donde
se ubicaban sus fábricas, para poner freno a la explotación infantil. Además, se
denunció que empresas como Pepsi, Chevron y Total tenían relaciones comerciales
con el Gobierno de Birmania y se llevaron a cabo campañas contra las marcas que
utilizaban alimentos modificados genéticamente. Y, cuando ha sido posible, se ha
recurrido a los procedimientos judiciales: por ejemplo, en EE UU se ha
aprovechado una vieja ley que tiene más de dos siglos para llevar a juicio a
empresas transnacionales estadounidenses -como la minera Drummond- por sus
actividades en terceros países /10.
La resistencia frente a las empresas en Europa y América Latina
De manera especial, en los últimos años los procesos de resistencia contra
las multinacionales
han cobrado bastante relevancia en Europa y, sobre todo, en América Latina.
Ahora bien, mientras que en el continente europeo se ha dado prioridad a las
movilizaciones contra las instituciones financieras internacionales y organismos
supraestatales como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional
(FMI), la Unión Europea y el G-8, /11 en América Latina el foco de la crítica se
ha centrado sobre las empresas transnacionales y los tratados de libre comercio
-no en vano, a finales de 2005 se consiguió parar el Acuerdo de Libre Comercio
de las Américas-.
En Europa, el denominado movimiento antiglobalización, que adquirió más
visibilidad tras las movilizaciones de Seattle a finales de 1999 y llegó a ser
multitudinario hasta las protestas contra la guerra de Irak en el año 2003,
desarrolló acciones de denuncia de las actividades de las grandes corporaciones
en el marco de los foros alternativos y las contracumbres, si bien estas
campañas no tuvieron el nivel de difusión y organización que alcanzaron las que
señalaban a las instituciones financieras /12. Por otra parte, en América
Latina, con la puesta en marcha de las medidas del Consenso de Washington, las
corporaciones transnacionales europeas y estadounidenses llegaron
a la región y se adueñaron de los servicios públicos, las empresas
estatales y los recursos naturales. En esos años, en los que se dio un boom
privatizador -entre 1986 y 1999, más de la mitad del valor de todas las
privatizaciones realizadas en los países del Sur en el mundo entero se
realizaron en América Latina, especialmente en el sector de los servicios
públicos /13-, las luchas se centraron en responder sobre el terreno a las
actividades de las multinacionales. Por poner un ejemplo que valga para
comparar: a mediados del año 2000, mientras los movimientos sociales europeos se
preparaban para bloquear la cumbre del BM y FMI en Praga, en Cochabamba
(Bolivia) tenía lugar lo que se conoció como la guerra del agua, en la que la
resistencia popular impidió que un consorcio encabezado por la multinacional
Bechtel y la corporación española Abengoa, apoyados por el Banco Mundial, se
hiciera con la compañía local y se privatizara así el servicio de agua de la
ciudad.
A la hora de analizar las diferencias entre Europa y América Latina en
cuanto a las movilizaciones realizadas contra las empresas transnacionales
-movilizaciones que, por cierto, no se pueden considerar sino complementarias-
se puede apuntar el hecho de que América Latina es utilizada por las compañías
extranjeras como fuente de recursos naturales y materias primas -petróleo, gas,
carbón, oro, madera, café, soja o palma africana- que son luego procesadas y
consumidas, fundamentalmente, en otros mercados. Por ello, a la vez que los
efectos de estas actividades extractivas y productivas se hacen notar en los
países latinoamericanas, Europa es el sitio donde únicamente se consumen y es
difícil que la ciudadanía sienta esos efectos en primera persona. Además, en los
casos de las empresas de servicios públicos, las estrategias empleadas por las
corporaciones transnacionales en América Latina han tratado de hacer rentable
económicamente la inversión a corto plazo, cosa que no ha sucedido de forma tan
exagerada en Europa, lo que podría explicar que en el viejo continente no se
hayan producido movilizaciones parecidas a las que han tenido lugar contra Unión
Fenosa en Nicaragua /14 o contra Suez en Argentina.
En cualquier caso, lo que parece evidente es que en la mayor parte de los
países de América Latina sí que se ha extendido una mala imagen de las
transnacionales extranjeras. Y, dentro de ellas, se encuentran las españolas por
ser las que tienen una mayor presencia en el continente, ya que son líderes de
los sectores de los hidrocarburos (Repsol), la electricidad (Endesa), la banca
(Santander) y las telecomunicaciones (Telefónica). En el año 2004, sólo el 29%
de la población latinoamericana creía que las inversiones foráneas eran
beneficiosas para su país, frente a un 35% que se manifestaba abiertamente en
contra /15. Y las quejas de la población obedecen a que se responsabiliza a las
multinacionales de ser las causantes del expolio y el saqueo de os recursos
naturales, la privatización de los servicios públicos o la desregulación del
mercado laboral. Por eso, hay muchos casos de movimientos ciudadanos, campesinos
e indígenas que han llevado a cabo campañas contra las empresas transnacionales.
Como las organizaciones mapuches, por ejemplo, que durante años se han resistido
a ser desplazadas de su territorio ancestral por las empresas Endesa, en Chile,
y Benetton, en Argentina. O las movilizaciones que se han producido contra
Unión Fenosa en Colombia desde que la multinacional española adquirió las
distribuidoras eléctricas de la Costa Atlántica y empezó a aplicar una agresiva
estrategia de cobro para amortizar su inversión /16. En ciertas ocasiones,
incluso, han llegado a prosperar algunas demandas judiciales, como en el caso de
la denuncia por la contaminación generada por las explotaciones petroleras de
Repsol y otras compañías en Argentina /17 o en el caso de Texaco en Ecuador,
donde el proceso judicial dura ya más de diez años. Y éstos son solamente unos
cuantos casos representativos, porque en realidad también se han producido
acciones y campañas contra otras multinacionales como BP, Oxy, BBVA, Nestlé,
Majaz, ENCE, Aracruz, Telefónica, Bayer, Unilever, Calvo y Wal-Mart. Es en este
clima de hostilidad hacia las empresas transnacionales donde se enmarca el hecho
de que algunos Gobiernos latinoamericanos hayan decidido acabar con las
condiciones tan favorables de las que disfrutaban las empresas extranjeras
presentes en su territorio.
Por último, vale la pena resaltar una iniciativa que está teniendo lugar en
la actualidad en América Latina y que resulta muy eficaz para visibilizar los
efectos de las actividades de las multinacionales: el Tribunal Permanente de los
Pueblos (TPP) /18. Este tribunal, que hasta ahora se ha reunido en más de
treinta ocasiones para juzgar desde situaciones de genocidio hasta las políticas
de las instituciones financieras internacionales, ha servido para que en
Colombia se esté juzgando simbólicamente a más de dos decenas de empresas
transnacionales -entre las que se encuentran Repsol, Coca-Cola, Anglogold,
Nestlé o Aguas de Barcelona /19- por las consecuencias de sus operaciones sobre
el medio ambiente, los pueblos indígenas y los derechos humanos, así como para
que en Nicaragua se haya podido denunciar qué ha supuesto la presencia de Unión
Fenosa en el país. En este sentido, la Red Birregional Europa - América Latina y
el Caribe Enlazando Alternativas /20, que se constituye como un puente entre las
resistencias a uno y otro lado del océano, se encuentra preparando actualmente
lo que será la Cumbre de los Pueblos que se celebrará en Lima en mayo de 2008
coincidiendo con la cumbre de Jefes de Estado de la Unión Europea, América
latina y el Caribe, dentro de la cual se incluirá una sesión del TPP sobre las
empresas multinacionales europeas presentes en aquella región.
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