Naomi Klein Alabanza de la transición brusca
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Naomi Klein Alabanza de la transición brusca
A pesar de la potencial ilegalidad del
salvataje, los demócratas o lo defienden o se abstienen. “Sólo hay un
presidente en cada momento”, le oímos decir a Obama
Cuantos más detalles se conocen, más claro resulta que Washington está lidiando
con el rescate de Wall Street no ya con incompetencia, sino bordeando
el delito.
En un momento de crecido pánico a finales de septiembre, el Tesoro
estadounidense se aventuró a un cambio radical en el trato fiscal de
las fusiones bancarias, un cambio deseado desde hacía tiempo por el
sector. A pesar de que esa medida privará al gobierno de cerca de140
mil millones de ingresos fiscales, los legisladores sólo reaccionaron
tras el fait accompli [hecho consumado]. De acuerdo con el Washington Post,
más de una docena de especialistas en derecho fiscal coinciden en que
“el Tesoro no tenía autoridad para introducir el cambio fiscal”.
De legalidad igualmente dudosa son los acuerdos que el Tesoro ha
negociado con muchos de los bancos del país. De acuerdo con el
congresista Barney Frank, uno de los arquitectos de la legislación que
permitió esos acuerdos, “cualquier uso de esos fondos con propósitos
distintos al préstamo –para obligaciones, para pagos de vencimientos,
para adquisiciones de oras instituciones, etc.— es una violación de la
ley”. Pero así es como se usan precisamente los fondos.
Luego están los cerca de 2 billones de dólares lanzados por la
Reserva Federal como préstamos de emergencia. Increíblemente, la Fed no
revelará qué corporaciones han recibido esos préstamos o qué acepta
como colateral de los mismos. Bloomberg News cree que ese secreto viola la ley, y ha interpuesto una demanda exigiendo total transparencia.
A pesar de toda esta carga de potencial ilegalidad, los demócratas,
cuando no defienden abiertamente a la administración, se mantienen
pasivos sin intervenir. “Sólo hay un presidente en cada momento”, le
oímos decir a Obama. Es verdad. Pero cada resolución tomada por la
administración del pato cojo que es un Bush a fines de mandato amenaza
a un Obama que, renqueante, no será capaz de honrar sus promesas de
cambio. Para mencionar un solo ejemplo: 140 mil millones de dólares
menos en ingresos fiscales equivale prácticamente al monto del programa
para energías renovables de Obama. Obama le debe al pueblo que le votó
llamar a las cosas por su nombre: eso es un intento de socavar con
latrocinio el proceso electoral.
Es verdad: sólo hay un presidente en cada momento; pero ese
presidente necesita el sostén de los mayoritarios demócratas, incluido
Obama, para que los legisladores aprueben el rescate. Ahora que es
claro que la administración Bush está violando los términos del acuerdo
alcanzado por ambos partidos, los demócratas no es que tengan el
derecho, es que tienen el deber y la responsabilidad de intervenir con
contundencia.
Yo sospecho que la verdadera razón de que los demócratas se inhiban
a tal punto tiene menos que ver con el protocolo presidencial que con
el miedo: miedo de que el mercado de valores, que tiene el temperamento
de un niño malcriado de 2 años, reaccione con alguna de esas rabietas
que estremecen al mundo. Se nos dice que revelar la verdad sobre los
destinatarios de los préstamos federales podría traer la desagradable
consecuencia de que los mercados gruñones comenzaran a apostar contra
esos bancos. Pon en cuestión la legalidad de los acuerdos de 360º, y
ocurrirá lo mismo. Oponte al recorte fiscal de 140 mil millones de
dólares, y las fusiones empresariales caerán. “Ninguno de nosotros
quiere cargar con la responsabilidad de arruinar esas fusiones y crear
una nueva Gran Depresión”, explicó un anónimo ayudante del Congreso.
Más aún: los demócratas, incluido Obama, parecen creer que la
necesidad de aliviar al mercado debería presidir todas las decisiones
económicas clave en el período de transición. Razón por la cual, a los
pocos días de la eufórica victoria del “cambio”, el mantra cambió abruptamente, y comenzó a hablarse de “transición suave” y “continuidad”.
Tomemos la selección de su equipo a que está procediendo Obama. A
pesar del ruido que hacen los republicanos sobre su partidismo, Rahm
Emmanuel, el congresista demócrata que mayores donaciones ha recibido
del sector financiero, lanza un mensaje inconfundiblemente
tranquilizador para Wall Street. Cuando en el programa This Week With George Stephanopoulos
se le preguntó si Obama reaccionaría rápido para aumentar los impuestos
a los ricos, como había prometido, Emmanuel se zafó de la respuesta con
una mordacidad.
La misma lógica de mimos al mercado, se nos dice, debería orientar
el nombramiento por Obama del Secretario del Tesoro. Stuart Varney, de
la cadena Fox News, explicó que Larry Summers, que tuvo el
cargo bajo Clinton, o el antiguo jefe de la Fed Paul Volcker
“comunicarían la mayor confianza al mercado”. Y Joe Scarborough, de la MSNBC, nos aclaró que Summers es el hombre “que más le gustaría a Wall Street”.
Digamos claramente por qué. Wall Street celebraría el nombramiento
de Summers exactamente por la misma razón que el resto de nosotros lo
temería: porque los actores del mercad de valores presumirían que
Summers, campeón de la desregulación financiera bajo Clinton, ofrecería
una transición tan suave a partir del legado de Paulson, que apenas nos
enteraríamos. Por otra parte, alguien como la presidenta de la FDIC
(Corporación federal de aseguramiento de depósitos, por sus siglas en
ingles), Sheila Blair, desataría el miedo en Wall Street (y por buenas
razones).
Una cosa sabemos de cierto, y es que el mercado reaccionará
violentamente ante cualquier señal de que hay un nuevo sheriff en la
aldea dispuesto a imponer una regulación seria, a invertir en el pueblo
y a cortar el chorro de dinero libre que fluye hacia las corporaciones
empresariales. En suma: podemos estar seguros de que los mercados
votarán exactamente en el sentido opuesto al sentido en que acaban de
votar los norteamericanos. (Una reciente encuesta de USA Today/Gallup
mostró que el 60% de los estadounidenses están muy a favor de
“estrictas regulaciones de las instituciones financieras”, mientras que
sólo el 21% apoyan la ayuda a las empresas financieras.)
No hay forma de reconciliar el sufragio público por el cambio con el
pataleo del mercado en favor de más de lo mismo. Todos y cada uno de
los pasos encaminados a cambiar el curso de las cosas se encontrarán
con vigorosas reacciones contrarias de los mercados a corto plazo. Lo
bueno es que, una vez quede claro que las nuevas reglas se aplicarán
con equidad y afectando a todos los valores y a todas las acciones por
igual, el mercado se ajustará y se estabilizará.
Además, no podía ser mejor el momento en que las presentes
turbulencias han llegado. En los pasados tres meses nos hemos
acostumbrado a la inestabilidad de los mercados. Eso le da a Obama un
margen para hacer oídos sordos a los llamamientos a una transición
tranquila, y comenzar tomando por los cuernos los asuntos más
espinosos. Pocos tendrán la avilantez de culparle deuna crisis que,
evidentemente, no ha generado él, o de echarle en cara que honre los
compromisos de campaña y satisfaga los deseos de su electorado. En
cambio, cuanto más se retrase, tanto más se desvanecerán las memorias.
Cuando de lo que se trata es de transferir un poder procedente de un
régimen funcional y fiable, todo el mundo prefiere una transición
suave. Cuando se sale de una era marcada por su criminalidad y su
ideología en bancarrota, aunque sólo fuera un adarme de dureza y
brusquedad sería una excelente señal de partida.
The Nation, 15 noviembre 2008. Traducción para sinpermiso.info: Roc F. Nyerro
salvataje, los demócratas o lo defienden o se abstienen. “Sólo hay un
presidente en cada momento”, le oímos decir a Obama
Cuantos más detalles se conocen, más claro resulta que Washington está lidiando
con el rescate de Wall Street no ya con incompetencia, sino bordeando
el delito.
En un momento de crecido pánico a finales de septiembre, el Tesoro
estadounidense se aventuró a un cambio radical en el trato fiscal de
las fusiones bancarias, un cambio deseado desde hacía tiempo por el
sector. A pesar de que esa medida privará al gobierno de cerca de140
mil millones de ingresos fiscales, los legisladores sólo reaccionaron
tras el fait accompli [hecho consumado]. De acuerdo con el Washington Post,
más de una docena de especialistas en derecho fiscal coinciden en que
“el Tesoro no tenía autoridad para introducir el cambio fiscal”.
De legalidad igualmente dudosa son los acuerdos que el Tesoro ha
negociado con muchos de los bancos del país. De acuerdo con el
congresista Barney Frank, uno de los arquitectos de la legislación que
permitió esos acuerdos, “cualquier uso de esos fondos con propósitos
distintos al préstamo –para obligaciones, para pagos de vencimientos,
para adquisiciones de oras instituciones, etc.— es una violación de la
ley”. Pero así es como se usan precisamente los fondos.
Luego están los cerca de 2 billones de dólares lanzados por la
Reserva Federal como préstamos de emergencia. Increíblemente, la Fed no
revelará qué corporaciones han recibido esos préstamos o qué acepta
como colateral de los mismos. Bloomberg News cree que ese secreto viola la ley, y ha interpuesto una demanda exigiendo total transparencia.
A pesar de toda esta carga de potencial ilegalidad, los demócratas,
cuando no defienden abiertamente a la administración, se mantienen
pasivos sin intervenir. “Sólo hay un presidente en cada momento”, le
oímos decir a Obama. Es verdad. Pero cada resolución tomada por la
administración del pato cojo que es un Bush a fines de mandato amenaza
a un Obama que, renqueante, no será capaz de honrar sus promesas de
cambio. Para mencionar un solo ejemplo: 140 mil millones de dólares
menos en ingresos fiscales equivale prácticamente al monto del programa
para energías renovables de Obama. Obama le debe al pueblo que le votó
llamar a las cosas por su nombre: eso es un intento de socavar con
latrocinio el proceso electoral.
Es verdad: sólo hay un presidente en cada momento; pero ese
presidente necesita el sostén de los mayoritarios demócratas, incluido
Obama, para que los legisladores aprueben el rescate. Ahora que es
claro que la administración Bush está violando los términos del acuerdo
alcanzado por ambos partidos, los demócratas no es que tengan el
derecho, es que tienen el deber y la responsabilidad de intervenir con
contundencia.
Yo sospecho que la verdadera razón de que los demócratas se inhiban
a tal punto tiene menos que ver con el protocolo presidencial que con
el miedo: miedo de que el mercado de valores, que tiene el temperamento
de un niño malcriado de 2 años, reaccione con alguna de esas rabietas
que estremecen al mundo. Se nos dice que revelar la verdad sobre los
destinatarios de los préstamos federales podría traer la desagradable
consecuencia de que los mercados gruñones comenzaran a apostar contra
esos bancos. Pon en cuestión la legalidad de los acuerdos de 360º, y
ocurrirá lo mismo. Oponte al recorte fiscal de 140 mil millones de
dólares, y las fusiones empresariales caerán. “Ninguno de nosotros
quiere cargar con la responsabilidad de arruinar esas fusiones y crear
una nueva Gran Depresión”, explicó un anónimo ayudante del Congreso.
Más aún: los demócratas, incluido Obama, parecen creer que la
necesidad de aliviar al mercado debería presidir todas las decisiones
económicas clave en el período de transición. Razón por la cual, a los
pocos días de la eufórica victoria del “cambio”, el mantra cambió abruptamente, y comenzó a hablarse de “transición suave” y “continuidad”.
Tomemos la selección de su equipo a que está procediendo Obama. A
pesar del ruido que hacen los republicanos sobre su partidismo, Rahm
Emmanuel, el congresista demócrata que mayores donaciones ha recibido
del sector financiero, lanza un mensaje inconfundiblemente
tranquilizador para Wall Street. Cuando en el programa This Week With George Stephanopoulos
se le preguntó si Obama reaccionaría rápido para aumentar los impuestos
a los ricos, como había prometido, Emmanuel se zafó de la respuesta con
una mordacidad.
La misma lógica de mimos al mercado, se nos dice, debería orientar
el nombramiento por Obama del Secretario del Tesoro. Stuart Varney, de
la cadena Fox News, explicó que Larry Summers, que tuvo el
cargo bajo Clinton, o el antiguo jefe de la Fed Paul Volcker
“comunicarían la mayor confianza al mercado”. Y Joe Scarborough, de la MSNBC, nos aclaró que Summers es el hombre “que más le gustaría a Wall Street”.
Digamos claramente por qué. Wall Street celebraría el nombramiento
de Summers exactamente por la misma razón que el resto de nosotros lo
temería: porque los actores del mercad de valores presumirían que
Summers, campeón de la desregulación financiera bajo Clinton, ofrecería
una transición tan suave a partir del legado de Paulson, que apenas nos
enteraríamos. Por otra parte, alguien como la presidenta de la FDIC
(Corporación federal de aseguramiento de depósitos, por sus siglas en
ingles), Sheila Blair, desataría el miedo en Wall Street (y por buenas
razones).
Una cosa sabemos de cierto, y es que el mercado reaccionará
violentamente ante cualquier señal de que hay un nuevo sheriff en la
aldea dispuesto a imponer una regulación seria, a invertir en el pueblo
y a cortar el chorro de dinero libre que fluye hacia las corporaciones
empresariales. En suma: podemos estar seguros de que los mercados
votarán exactamente en el sentido opuesto al sentido en que acaban de
votar los norteamericanos. (Una reciente encuesta de USA Today/Gallup
mostró que el 60% de los estadounidenses están muy a favor de
“estrictas regulaciones de las instituciones financieras”, mientras que
sólo el 21% apoyan la ayuda a las empresas financieras.)
No hay forma de reconciliar el sufragio público por el cambio con el
pataleo del mercado en favor de más de lo mismo. Todos y cada uno de
los pasos encaminados a cambiar el curso de las cosas se encontrarán
con vigorosas reacciones contrarias de los mercados a corto plazo. Lo
bueno es que, una vez quede claro que las nuevas reglas se aplicarán
con equidad y afectando a todos los valores y a todas las acciones por
igual, el mercado se ajustará y se estabilizará.
Además, no podía ser mejor el momento en que las presentes
turbulencias han llegado. En los pasados tres meses nos hemos
acostumbrado a la inestabilidad de los mercados. Eso le da a Obama un
margen para hacer oídos sordos a los llamamientos a una transición
tranquila, y comenzar tomando por los cuernos los asuntos más
espinosos. Pocos tendrán la avilantez de culparle deuna crisis que,
evidentemente, no ha generado él, o de echarle en cara que honre los
compromisos de campaña y satisfaga los deseos de su electorado. En
cambio, cuanto más se retrase, tanto más se desvanecerán las memorias.
Cuando de lo que se trata es de transferir un poder procedente de un
régimen funcional y fiable, todo el mundo prefiere una transición
suave. Cuando se sale de una era marcada por su criminalidad y su
ideología en bancarrota, aunque sólo fuera un adarme de dureza y
brusquedad sería una excelente señal de partida.
The Nation, 15 noviembre 2008. Traducción para sinpermiso.info: Roc F. Nyerro
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