CUANDO EL CAPITALISMO SE VUELVE ECOLOGISTA!!?? 1ra parte
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CUANDO EL CAPITALISMO SE VUELVE ECOLOGISTA!!?? 1ra parte
CUANDO EL CAPITALISMO SE VUELVE ECOLOGISTA
Charlas en La Mistelera (Dènia) y en Casa els Flares (Alcoy) el 28 y 29 de diciembre de 2007.
Desde que el capitalismo se aposentó en el planeta no ha hecho otra cosa que destruir el medio natural para forjar uno propio donde crecer obligando a los individuos a adaptarse. La ciencia y la técnicas adquirieron un impulso decisivo y un amplio desarrollo merced a las resistencias a tal adaptación, al punto que el capitalismo no solamente ha sabido superar todos los obstáculos, sino que los ha ido convirtiendo sistemáticamente en una oportunidad de expansión. El crecimiento, tan inherente a su naturaleza, no se detendrá mientras la humanidad explotable exista, y ese es precisamente el nuevo desafío que el capitalismo tiene ante sí. El sistema productivo es a medida que crece más y más destructivo. La colonización mercantil del territorio y de la vida, del espacio y del tiempo, no puede detenerse sin cuestionar sus fundamentos, ni progresar sin poner en peligro la misma especie. En consecuencia, la crisis ecológica conduce a la crisis social. El capitalismo ha de seguir creciendo para que eso no ocurra, pero sin que la degradación que acompaña al crecimiento penetre en la conciencia de los afectados. Para ello ha de improvisar medidas económicas, tecnológicas y políticas que a la vez que disimulen sus desaguisados, permitan convivir con ellos y sacarles partido. La producción y el consumo están, como dirían los expertos, ante “un cambio de paradigma”. Los hábitos de consumo, junto con las actividades empresariales y políticas, han de ejercerse de otra manera, obviamente no para salvar la naturaleza, ni siquiera para preservar la especie, sino para salvar al propio capitalismo. Por eso a los políticos el corazón se les hace verde. Por eso el capitalismo se vuelve ecologista.
El despertar de la conciencia ecológica fue temprano. Ya en 1955 Murray Bookchin había advertido sobre el peligro para la salud de los aditivos alimentarios, y en 1962 él mismo y la doctora Rachel Carson denunciaron el efecto nocivo de los pesticidas. La abundancia prometida por el capitalismo se revelaba una abundancia envenenada. “La crisis está siendo avivada por aumentos masivos de la contaminación del aire y del agua; por una acumulación creciente de desperdicios no degradables, de plomo residual, de restos de pesticidas y aditivos tóxicos en la comida; por la expansión de las ciudades en vastos cinturones urbanos; por el incremento del stress debido a la congestión, al ruido y a la vida masificada; y por las injustificables cicatrices de la tierra como resultado de explotaciones mineras y madereras y por la especulación sobre el patrimonio. Como resultado la tierra ha sido expoliada en pocas décadas a una escala sin precedentes en la ocupación humana del planeta. Socialmente, la explotación y manipulación burguesas han llevado la vida cotidiana al nivel más extremo de vacuidad y aburrimiento. En tanto que sociedad, ha sido convertida en una fábrica y un mercado, cuya razón fundamental de su existencia es la producción en su propio beneficio y el consumo en su propio beneficio.” (Anarquismo y sociedad de consumo, 1967). La desruralizació n, la industria alimentaria, la quimicalizació n de la vida y la lepra urbanística impusieron un modelo de vida consumista y embrutecedor, egoista y neurótico, inmerso en un ambiente artificial y atomizante. Como conclusión de una época de revueltas –el gueto negro americano, el movimiento pacifista británico, los provos holandeses, la juventud alemana, mayo del 68, etc.— Guy Debord apuntaba:
“La polución y el proletariado son hoy los dos lados concretos de la crítica de la economía política. El desarrollo universal de la mercancía se ha enteramente verificado en tanto que realización de la economía política, es decir, en tanto que ‘renuncia a la vida’. En el momento en que todo entró en la esfera de los bienes económicos, incluso el agua de los manantiales y el aire de las ciudades, todo devino mal económico. La simple sensación inmediata de los efectos nocivos y de los peligros, a cada trimestre más opresivos, que primero y principalmente agreden a la gran mayoría, es decir, a los pobres, constituye un inmenso factor de revuelta, una exigencia vital de los explotados, tan materialista como lo fue la lucha de los obreros del siglo XIX por la comida. Ya los remedios para el conjunto de enfermedades que crea la producción en este estadio de la producción mercantil son demasiado caros para ella. Las relaciones de producción y las fuerzas productivas han alcanzado al fin un punto de incompatibilidad radical, pues el sistema social existente ligó su suerte a la consecución literalmente insoportable de todas las condiciones de vida.” (Tesis sobre la Internacional Situacionista y su tiempo, 1972).
Aunque el planteamiento de la lucha de clases era puesto en términos históricos exactos, la capacidad del capitalismo por sobrevivir a sus catástrofes era infravalorada tanto como sobrevalorada la capacidad de la conciencia histórica para convertirse en fuerza subvesiva. Así, mientras los trabajos de Mumford, Charbonneau, Russell, Ellul o Bookchin pasaron casi desapercibidos, y la conciencia ecológica quedaba atrapada en el misticismo o el posibilismo, lejos de un proletariado indiferente, el capitalismo superó sus contradicciones cuantitativamente, con un salto hacia adelante, desarrollando una industria nuclear, incrementando la producción de automóviles, creando una nueva generación más peligrosa de pesticidas, innundando el mercado de productos químicos letales y lanzando a la atmósfera miles de toneladas de contaminantes gaseosos. Cuando en la década siguiente tales soluciones condujeron a catástrofes como las de Chernobil, Seveso, Bophal, la del Síndrome Tóxico producido por organofosforados y atribuido al aceite de colza, el agujero en la capa de ozono o el aumento del efecto invernadero, por no hablar de la destrucción de gran parte del territorio debida a la urbanización y el turismo, apenas hubo oposición y el movimiento ecologista que surgía de ella se convertía en el cómplice del capitalismo y el renovador de su política. Los dirigentes de la economía y del Estado, al contemplar las consecuencias catastróficas de su gestión, lejos de amilanarse se erigieron en campeones de la lucha contra el desastre, con la ayuda de expertos y ecologistas, proclamaron un estado de urgencia ecológico, es decir, una economía de guerra que movilizaba todos los recursos, naturales y artificiales, para ponerlos al servicio del desarrollismo global, incorporando el coste ambiental, o sea, el precio de la reconstrucció n paisajística y los gastos necesarios para fijar un nivel de degradación soportable. La Encyclopédie des Nuisances fundó su causa en la denuncia de esa operación de maquillaje como coartada ecológica de la dominación:
“El ecologismo es el principal agente de la censura de la crítica social latente en la lucha contra los fenómenos nocivos, es decir, esa ilusión según la cual se podrían condenar los resultados del trabajo alienado sin atacar el propio trabajo y a la sociedad fundada en su explotación. Ahora que todos los hombres de Estado se vuelven ecologistas, los ecologistas no dudan en declararse partidarios del Estado... Los ecologistas son en el terreno de la lucha contra los fenómenos nocivos, lo que son en el terreno de las luchas obreras los sindicalistas: meros intermediarios interesados en la conservación de las contradicciones cuya regulación ellos mismos aseguran... meros defensores de lo cuantitativo cuando el cálculo económico se extiende a nuevos dominios (el aire, el agua, los embriones humanos, la sociabilidad sintética, etc.); en definitiva, son los nuevos comisionistas de la sumisión a la economía, el precio de la cual ha de integrar ahora el costo de “un entorno de cualidad”. Ya podemos vislumbrar una redistribució n del territorio entre zonas sacrificadas y zonas protegidas, coadministrada por expertos “verdes”, una división espacial que regulará el acceso jerarquizado a la mercancía-naturaleza .” (Mensaje dirigido a aquellos que no quieren administrar la nocividad sino suprimirla, 1990).
Charlas en La Mistelera (Dènia) y en Casa els Flares (Alcoy) el 28 y 29 de diciembre de 2007.
Desde que el capitalismo se aposentó en el planeta no ha hecho otra cosa que destruir el medio natural para forjar uno propio donde crecer obligando a los individuos a adaptarse. La ciencia y la técnicas adquirieron un impulso decisivo y un amplio desarrollo merced a las resistencias a tal adaptación, al punto que el capitalismo no solamente ha sabido superar todos los obstáculos, sino que los ha ido convirtiendo sistemáticamente en una oportunidad de expansión. El crecimiento, tan inherente a su naturaleza, no se detendrá mientras la humanidad explotable exista, y ese es precisamente el nuevo desafío que el capitalismo tiene ante sí. El sistema productivo es a medida que crece más y más destructivo. La colonización mercantil del territorio y de la vida, del espacio y del tiempo, no puede detenerse sin cuestionar sus fundamentos, ni progresar sin poner en peligro la misma especie. En consecuencia, la crisis ecológica conduce a la crisis social. El capitalismo ha de seguir creciendo para que eso no ocurra, pero sin que la degradación que acompaña al crecimiento penetre en la conciencia de los afectados. Para ello ha de improvisar medidas económicas, tecnológicas y políticas que a la vez que disimulen sus desaguisados, permitan convivir con ellos y sacarles partido. La producción y el consumo están, como dirían los expertos, ante “un cambio de paradigma”. Los hábitos de consumo, junto con las actividades empresariales y políticas, han de ejercerse de otra manera, obviamente no para salvar la naturaleza, ni siquiera para preservar la especie, sino para salvar al propio capitalismo. Por eso a los políticos el corazón se les hace verde. Por eso el capitalismo se vuelve ecologista.
El despertar de la conciencia ecológica fue temprano. Ya en 1955 Murray Bookchin había advertido sobre el peligro para la salud de los aditivos alimentarios, y en 1962 él mismo y la doctora Rachel Carson denunciaron el efecto nocivo de los pesticidas. La abundancia prometida por el capitalismo se revelaba una abundancia envenenada. “La crisis está siendo avivada por aumentos masivos de la contaminación del aire y del agua; por una acumulación creciente de desperdicios no degradables, de plomo residual, de restos de pesticidas y aditivos tóxicos en la comida; por la expansión de las ciudades en vastos cinturones urbanos; por el incremento del stress debido a la congestión, al ruido y a la vida masificada; y por las injustificables cicatrices de la tierra como resultado de explotaciones mineras y madereras y por la especulación sobre el patrimonio. Como resultado la tierra ha sido expoliada en pocas décadas a una escala sin precedentes en la ocupación humana del planeta. Socialmente, la explotación y manipulación burguesas han llevado la vida cotidiana al nivel más extremo de vacuidad y aburrimiento. En tanto que sociedad, ha sido convertida en una fábrica y un mercado, cuya razón fundamental de su existencia es la producción en su propio beneficio y el consumo en su propio beneficio.” (Anarquismo y sociedad de consumo, 1967). La desruralizació n, la industria alimentaria, la quimicalizació n de la vida y la lepra urbanística impusieron un modelo de vida consumista y embrutecedor, egoista y neurótico, inmerso en un ambiente artificial y atomizante. Como conclusión de una época de revueltas –el gueto negro americano, el movimiento pacifista británico, los provos holandeses, la juventud alemana, mayo del 68, etc.— Guy Debord apuntaba:
“La polución y el proletariado son hoy los dos lados concretos de la crítica de la economía política. El desarrollo universal de la mercancía se ha enteramente verificado en tanto que realización de la economía política, es decir, en tanto que ‘renuncia a la vida’. En el momento en que todo entró en la esfera de los bienes económicos, incluso el agua de los manantiales y el aire de las ciudades, todo devino mal económico. La simple sensación inmediata de los efectos nocivos y de los peligros, a cada trimestre más opresivos, que primero y principalmente agreden a la gran mayoría, es decir, a los pobres, constituye un inmenso factor de revuelta, una exigencia vital de los explotados, tan materialista como lo fue la lucha de los obreros del siglo XIX por la comida. Ya los remedios para el conjunto de enfermedades que crea la producción en este estadio de la producción mercantil son demasiado caros para ella. Las relaciones de producción y las fuerzas productivas han alcanzado al fin un punto de incompatibilidad radical, pues el sistema social existente ligó su suerte a la consecución literalmente insoportable de todas las condiciones de vida.” (Tesis sobre la Internacional Situacionista y su tiempo, 1972).
Aunque el planteamiento de la lucha de clases era puesto en términos históricos exactos, la capacidad del capitalismo por sobrevivir a sus catástrofes era infravalorada tanto como sobrevalorada la capacidad de la conciencia histórica para convertirse en fuerza subvesiva. Así, mientras los trabajos de Mumford, Charbonneau, Russell, Ellul o Bookchin pasaron casi desapercibidos, y la conciencia ecológica quedaba atrapada en el misticismo o el posibilismo, lejos de un proletariado indiferente, el capitalismo superó sus contradicciones cuantitativamente, con un salto hacia adelante, desarrollando una industria nuclear, incrementando la producción de automóviles, creando una nueva generación más peligrosa de pesticidas, innundando el mercado de productos químicos letales y lanzando a la atmósfera miles de toneladas de contaminantes gaseosos. Cuando en la década siguiente tales soluciones condujeron a catástrofes como las de Chernobil, Seveso, Bophal, la del Síndrome Tóxico producido por organofosforados y atribuido al aceite de colza, el agujero en la capa de ozono o el aumento del efecto invernadero, por no hablar de la destrucción de gran parte del territorio debida a la urbanización y el turismo, apenas hubo oposición y el movimiento ecologista que surgía de ella se convertía en el cómplice del capitalismo y el renovador de su política. Los dirigentes de la economía y del Estado, al contemplar las consecuencias catastróficas de su gestión, lejos de amilanarse se erigieron en campeones de la lucha contra el desastre, con la ayuda de expertos y ecologistas, proclamaron un estado de urgencia ecológico, es decir, una economía de guerra que movilizaba todos los recursos, naturales y artificiales, para ponerlos al servicio del desarrollismo global, incorporando el coste ambiental, o sea, el precio de la reconstrucció n paisajística y los gastos necesarios para fijar un nivel de degradación soportable. La Encyclopédie des Nuisances fundó su causa en la denuncia de esa operación de maquillaje como coartada ecológica de la dominación:
“El ecologismo es el principal agente de la censura de la crítica social latente en la lucha contra los fenómenos nocivos, es decir, esa ilusión según la cual se podrían condenar los resultados del trabajo alienado sin atacar el propio trabajo y a la sociedad fundada en su explotación. Ahora que todos los hombres de Estado se vuelven ecologistas, los ecologistas no dudan en declararse partidarios del Estado... Los ecologistas son en el terreno de la lucha contra los fenómenos nocivos, lo que son en el terreno de las luchas obreras los sindicalistas: meros intermediarios interesados en la conservación de las contradicciones cuya regulación ellos mismos aseguran... meros defensores de lo cuantitativo cuando el cálculo económico se extiende a nuevos dominios (el aire, el agua, los embriones humanos, la sociabilidad sintética, etc.); en definitiva, son los nuevos comisionistas de la sumisión a la economía, el precio de la cual ha de integrar ahora el costo de “un entorno de cualidad”. Ya podemos vislumbrar una redistribució n del territorio entre zonas sacrificadas y zonas protegidas, coadministrada por expertos “verdes”, una división espacial que regulará el acceso jerarquizado a la mercancía-naturaleza .” (Mensaje dirigido a aquellos que no quieren administrar la nocividad sino suprimirla, 1990).
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Fecha de inscripción : 07/12/2007
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