CUANDO EL CAPITALISMO SE VUELVE ECOLOGISTA 2da parte
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CUANDO EL CAPITALISMO SE VUELVE ECOLOGISTA 2da parte
La optimización mundial de recursos se materializó en cosas como la agricultura transgénica, el mal de las vacas locas o la gripe aviar; de hecho el estado de urgencia ecológico denunciado por la EdN convirtió el planeta en un inmenso laboratorio de experimentació n tecnocientífica, y a toda su población en cobayas. La catástrofe perdió su carácter nacional y con la globalización se salió del ámbito estatal. La crisis ecológica no podía circunscribirse a determinadas zonas superindustrializad as y requería medidas globales. Así nacieron las cumbres mediambientales que entre 1988 y 1997 fijaron las pautas del desarrollo capitalista para los años venideros: Toronto, Río de Janeiro, Copenhague y Kyoto. En ellas se lanzaron fórmulas creativas para salvar el desarrollo y combatir el cambio climático sin modificar el sistema dominante: agendas 21, desarrollo sostenible, desarrollo social, desarrollo local... Puras contradicciones terminológicas, puesto que el desarrollo nunca es local, social o sostenible, ya que el capitalismo nunca funciona en interés de la localidad, de los oprimidos o de la naturaleza. Pero lo que tienen claro los dirigentes de la economía mundial es que ningún eufemismo desarrollista, aun sosteniéndose en tecnologías modernas, puede funcionar sin las medidas políticas y sociales capaces de reeducar a la población en los nuevos hábitos consumistas que las hagan rentables, pues es la adopción masiva de dichas tecnologías lo que abarata su aplicación y estimula las iniciativas empresariales en esa dirección. La lucha contra el cambio climático puede verse favorecida objetivamente por el encarecimiento imparable del petróleo y demás combustibles fósiles, pero corresponde a los “poderes públicos”, es decir, a los políticos, al menos en una primera fase, promover el negocio medioambiental obligando a la población a consumir productos y servicios catalogados como “respetuosos con el medio ambiente”, o imponiendo una “nueva fiscalidad” que reconcilie la “cultura empresarial” con la naturaleza y que penalice las viejas costumbres contaminantes y el despilfarro energético, normales hasta ayer, pero hoy punibles por el bien de la economía. Y de esta manera, el Estado, los partidos, las instancias internacionales, y en menor medida los “foros sociales”, las ONGs y los “observatorios” de sostenibilidad, ejercen el papel de mecanismos reguladores, auxiliares del mercado mundial, que habían perdido en los inicios de la globalización. De golpe, el control de la producción de cemento, fertilizantes o fibras sintéticas, el reciclaje de residuos, la construcción de nuevas centrales nucleares, de desaladoras o de campos de golf, la inversión en energías renovables o el cultivo de agrocombustibles, se convierten en decisiones políticas. Y al mismo tiempo, todos los dirigentes económicos y políticos se descubren ecologistas. El aislamiento térmico, la iluminación de bajo consumo, las nuevas directrices para la edificación o la fabricación de motores para vehículos, y, en general, la reestructuració n de todo tipo de actividades, exigen una potente financiación a la que no acompaña una rentabilidad suficiente y que, por lo tanto, el mercado no puede asumir. Toca al Estado y a la burocracia política arrimar el hombro.
Las preocupaciones ecológicas de los dirigentes obedecen a la mercantilizació n total del planeta provocada por la necesidad constante de crecimiento del capital. Las destrucciones provocadas por el desarrollo de la producción son de tal magnitud que exigen una gestión controlada no sólo de los medios de producción y de las fuerzas productivas, sino del territorio, de su cultura y su historia, de la flora y la fauna, del agua y del aire, de la luz y del calor, ahora convertidos en “recursos”, es decir, materias primas de actividades terciarias y fuerzas productivas de nuevo tipo. La revitalizació n institucional que el cambio productivo y la “seguridad energética” demandan ha puesto de nuevo en circulación al partido del Estado, o sea, a la burocracia politico administrativa, y no hablamos sólo del conglomerado de socialdemócratas, neoestalinistas, verdes y ciudadanistas. Un reformismo aparente se erige como doctrina de moda que hasta los conservadores y derechistas aceptan, pues todo el mundo comprende que hay que contener a los refractarios, alejar el horizonte de la catástrofe y ganar tiempo para la economía. Frente a un capitalismo contrario a trabar el desarrollo mediante el control de emisiones, un capitalismo sospechosamente altruista presenta el rostro humano de la destrucción hablando de sostenibilidad y de educación ciudadana, de consumo responsable y de eficiencia energética, de paneles en las azoteas y de ecotasas, sin que se detenga un ápice el trazado de autopistas, las líneas del TAV o la depredación urbanizadora. Desarrollismo tradicional contra desarrollismo ambientalista. Evidentemente, los costos de la dominación se han disparado con la polución, el calentamiento global y el cénit de la producción de petroleo, situación que el mercado no puede resolver como en ocasiones anteriores. Tampoco el despegue del sector económico medioambiental es suficiente. La pervivencia del capitalismo necesita una movilización general a escala local, nacional e internacional, de todos los dirigentes en pro de la explotación laboral y social reconvertida, en pro del modo de vida sometido a los imperativos del consumo renovado; el Estado, en tanto que mecanismo de coerción, resulta de nuevo rentable. Esa es la carta del ecocapitalismo y de sus servidores de izquierdas o de derechas. No es descartable que el proceso de reconversión pueda encontrar serias resistencias en la población que lo sufre, por lo que han de desarrollarse formas de control social adecuadas, empezando por las escuelas, los medios de comunicación, la asistencia social, etc., hasta llegar a la policía y el ejército. El capitalismo y la burocracia no tienen ideales que realizar sino un orden que defender, a escala local y mundial. Para ellos los problemas en política exterior y los conflictos sociales son directamente problemas de seguridad, que en último extremo se resuelven manu militari. El ecofascismo será la forma política más probable del nuevo reino ecológico de la mercancía.
En ausencia de luchas serias, o lo que es lo mismo, en ausencia de la conciencia histórica, aparecen al lado de seudorreformistas que nos venden su “pragmatismo” y sus “pequeñas conquistas” en favor de la política institucional y del modelo capitalista, verdaderos utopistas que nos hablan de “convivialidad” , pues para ellos el remedio a tanto mal no ha de venir de una lucha de liberación sino de la aplicación pacífica de una fórmula milagrosa, en este caso la del “decrecimiento.” Las medidas a realizar no van a resultar de un conflicto nacido del antagonismo de un sector de la población con el conjunto de la sociedad industrial y consumista, sino de una serie de iniciativas particulares convivenciales, de buen rollo, a ser posible incentivadas institucionalmente y defendidas por partidos, “redes” o ONGs, que tengan la virtud de convencer de las ventajas de salirse de la economía. Los partidarios del “decrecimiento” desconfían de las vías revolucionarias: sobre todo, que no pase nada. Y nada puede pasar puesto que el capitalismo tolera un cierto grado de autoexclusión en la sociedad que coloniza, pues de hecho buena parte de la población mundial está excluida del mercado y vive al margen de las leyes económicas. Incluso puede sacar beneficios de la autoexclusión a través de programas de ayuda, turismo alternativo y subvenciones. Es lo que los expertos llaman economía del “tercer sector”. Sin embargo, no se trata de modificar gradualmente los márgenes de la sociedad capitalista, sino de fundar una sociedad nueva. Transformar el mundo, no refugiarse en islotes. Y para ello el conflicto ha de surgir con fuerza y desplegarse, de modo que parta la sociedad en dos bandos irreconciliables. Un bando querrá abolir las relaciones de producción y consumo, acabar con la explotación del trabajo y liberar la vida cotidiana, salvar el territorio y volver al equilibrio con la naturaleza. El otro, querrá a toda costa defender el statu quo industrial y desarrollista. Ningún programa convivial podrá solucionar los problemas acarreados por el capitalismo, porque al apostar por la pacificación impide que la crisis ecológica devenga crisis social, cuando hay que hacer precisamente de lo contrario, o sea, tensar al límite la cuerda de la opresión que mantiene unidos los diversos sectores sociales para provocar una fractura social irreparable. Cuando las víctimas del capitalismo decidan adaptar la vida a condiciones humanas controladas por todos y pongan en pie sus contrainstituciones , entonces será el momento de los programas transfomadores y de las verdaderas experiencias autónomas que restituirán los equilibrios sociales y naturales y reconstruirán las comunidades sobre bases libres. Una sociedad libertaria solamente podrá realizarse mediante una revolución libertaria.
Miquel Amorós
Las preocupaciones ecológicas de los dirigentes obedecen a la mercantilizació n total del planeta provocada por la necesidad constante de crecimiento del capital. Las destrucciones provocadas por el desarrollo de la producción son de tal magnitud que exigen una gestión controlada no sólo de los medios de producción y de las fuerzas productivas, sino del territorio, de su cultura y su historia, de la flora y la fauna, del agua y del aire, de la luz y del calor, ahora convertidos en “recursos”, es decir, materias primas de actividades terciarias y fuerzas productivas de nuevo tipo. La revitalizació n institucional que el cambio productivo y la “seguridad energética” demandan ha puesto de nuevo en circulación al partido del Estado, o sea, a la burocracia politico administrativa, y no hablamos sólo del conglomerado de socialdemócratas, neoestalinistas, verdes y ciudadanistas. Un reformismo aparente se erige como doctrina de moda que hasta los conservadores y derechistas aceptan, pues todo el mundo comprende que hay que contener a los refractarios, alejar el horizonte de la catástrofe y ganar tiempo para la economía. Frente a un capitalismo contrario a trabar el desarrollo mediante el control de emisiones, un capitalismo sospechosamente altruista presenta el rostro humano de la destrucción hablando de sostenibilidad y de educación ciudadana, de consumo responsable y de eficiencia energética, de paneles en las azoteas y de ecotasas, sin que se detenga un ápice el trazado de autopistas, las líneas del TAV o la depredación urbanizadora. Desarrollismo tradicional contra desarrollismo ambientalista. Evidentemente, los costos de la dominación se han disparado con la polución, el calentamiento global y el cénit de la producción de petroleo, situación que el mercado no puede resolver como en ocasiones anteriores. Tampoco el despegue del sector económico medioambiental es suficiente. La pervivencia del capitalismo necesita una movilización general a escala local, nacional e internacional, de todos los dirigentes en pro de la explotación laboral y social reconvertida, en pro del modo de vida sometido a los imperativos del consumo renovado; el Estado, en tanto que mecanismo de coerción, resulta de nuevo rentable. Esa es la carta del ecocapitalismo y de sus servidores de izquierdas o de derechas. No es descartable que el proceso de reconversión pueda encontrar serias resistencias en la población que lo sufre, por lo que han de desarrollarse formas de control social adecuadas, empezando por las escuelas, los medios de comunicación, la asistencia social, etc., hasta llegar a la policía y el ejército. El capitalismo y la burocracia no tienen ideales que realizar sino un orden que defender, a escala local y mundial. Para ellos los problemas en política exterior y los conflictos sociales son directamente problemas de seguridad, que en último extremo se resuelven manu militari. El ecofascismo será la forma política más probable del nuevo reino ecológico de la mercancía.
En ausencia de luchas serias, o lo que es lo mismo, en ausencia de la conciencia histórica, aparecen al lado de seudorreformistas que nos venden su “pragmatismo” y sus “pequeñas conquistas” en favor de la política institucional y del modelo capitalista, verdaderos utopistas que nos hablan de “convivialidad” , pues para ellos el remedio a tanto mal no ha de venir de una lucha de liberación sino de la aplicación pacífica de una fórmula milagrosa, en este caso la del “decrecimiento.” Las medidas a realizar no van a resultar de un conflicto nacido del antagonismo de un sector de la población con el conjunto de la sociedad industrial y consumista, sino de una serie de iniciativas particulares convivenciales, de buen rollo, a ser posible incentivadas institucionalmente y defendidas por partidos, “redes” o ONGs, que tengan la virtud de convencer de las ventajas de salirse de la economía. Los partidarios del “decrecimiento” desconfían de las vías revolucionarias: sobre todo, que no pase nada. Y nada puede pasar puesto que el capitalismo tolera un cierto grado de autoexclusión en la sociedad que coloniza, pues de hecho buena parte de la población mundial está excluida del mercado y vive al margen de las leyes económicas. Incluso puede sacar beneficios de la autoexclusión a través de programas de ayuda, turismo alternativo y subvenciones. Es lo que los expertos llaman economía del “tercer sector”. Sin embargo, no se trata de modificar gradualmente los márgenes de la sociedad capitalista, sino de fundar una sociedad nueva. Transformar el mundo, no refugiarse en islotes. Y para ello el conflicto ha de surgir con fuerza y desplegarse, de modo que parta la sociedad en dos bandos irreconciliables. Un bando querrá abolir las relaciones de producción y consumo, acabar con la explotación del trabajo y liberar la vida cotidiana, salvar el territorio y volver al equilibrio con la naturaleza. El otro, querrá a toda costa defender el statu quo industrial y desarrollista. Ningún programa convivial podrá solucionar los problemas acarreados por el capitalismo, porque al apostar por la pacificación impide que la crisis ecológica devenga crisis social, cuando hay que hacer precisamente de lo contrario, o sea, tensar al límite la cuerda de la opresión que mantiene unidos los diversos sectores sociales para provocar una fractura social irreparable. Cuando las víctimas del capitalismo decidan adaptar la vida a condiciones humanas controladas por todos y pongan en pie sus contrainstituciones , entonces será el momento de los programas transfomadores y de las verdaderas experiencias autónomas que restituirán los equilibrios sociales y naturales y reconstruirán las comunidades sobre bases libres. Una sociedad libertaria solamente podrá realizarse mediante una revolución libertaria.
Miquel Amorós
dayrdan- Cantidad de envíos : 1897
Fecha de inscripción : 07/12/2007
Bien!!!
¡ Muy bueno!! Flora Tristán
floratristán- Cantidad de envíos : 182
Fecha de inscripción : 01/12/2007
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