Llegar a los sesenta (Jorge BONALDI)
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Llegar a los sesenta (Jorge BONALDI)
Llegar a los sesenta
Escrito por Jorge Bonaldi el día Tuesday, September 22, 2009
http://losyoruguas.com/
Esta entrada esta archivada bajo la categoría [ Destacados, Relatos ]
Y resulta que ya tengo sesenta. Rápido pasó todo. Recorro las modestas barriadas montevideanas y constato que nada cambió. Al igual que en mí, en ellas sólo se ha instalado la vejez, acaso salpicada por la aparición de alguna nave de industrias poco trascendentes o la gran superficie albergando mercaderías fabricadas en serie, insulsas y sin distinción. La propia vida de las gentes -más espectadoras que protagonistas, más proclives al jamón y queso que al pimentón picante- se ha convertido a su vez en el desabrido deambular que recurrentemente conduce al punto donde todo vuelve a empezar y nos aguarda una única certeza: la de transitar la vida sin pena ni gloria.
Suelo caminar rodeado de fantasmas con forma de gritos, cánticos, demandas que recuerdan empujes populares reventados desde dentro. Lisboa, Madrid, Santiago, “Grandola vila morena” y la voz de Lazaroff que me susurra “…….cuando vino la libertad no la vio nadie…..” Menudo choclo a la hora de subirse a un 103 y observar el rostro ausente de los pasajeros, siempre dispuestos a no rebelarse frente a las órdenes de hacinamiento disparadas a bocajarro por el guarda. Mansos, correctos, portadores de un erróneo sentido de la buena educación y una incomparable capacidad para la resignación, fingimos ser solidarios con los que no pueden subir, pero somos cortitos de genio a la hora de exigir que pongan más coches qué joder; incapaces, en fin, de razonar que sólo favorecemos la ganancia de la empresa. Tanta sumisión tendrá su válvula de escape más tarde: estallaremos en el momento y en el lugar indebidos, como siempre.
Retiro la mirada y continúo con mis obsesiones, que son las mismas desde hace cuarenta años: llegar a tener un gobierno popular y antiimperialista. O dicho de otro modo, que los colaboracionistas disfrazados de leales no nos hagan otra vez la puñeta.
Hace poco, en diciembre fui invitado a cantar en el Memorial de los Desaparecidos. También allí el clima de resignación me resultó de poco recibo. Carlitos Blanco el fundador de museos, viene de vez en cuando de España y se impresiona con la Marcha del Silencio. Como lo haría cualquier turista alemán. Trato de hacerle entender que la marcha se ha convertido en un ritual sin más consecuencias que las que podría tener una procesión de Semana Santa. Y de eso, en España, vaya si entienden. Cada año, al disolverse la marcha, los caminantes silenciosos vuelven a sus casas con una única certeza: la marcha habrá de repetirse al año siguiente. Y eso será todo.
O sea, de conformismo andamos bastante bien, Carlitos. Pero de rebeldía…..
Bueno. Ya tengo sesenta. No conocí a la madre de mi madre, pero sí a su madrastra, Zulema, que había sido mujer del cantor Antonio Doldán, conocido como “el jilguero uruguayo”. Fue Zulema quien me inyectó la adicción a Peñarol y me rebautizó como “El Jorgen”. Nunca pude entender esa extraña escandinavización de mi nombre de pila.
No recuerdo bien como aterricé en los asuntos de la política, pero un día me ví leyendo “El Popular”, escuchando al ñato Rodríguez en cx 30 salud amigos, votando al FIDEL o actuando como delegado del FA en las elecciones del 71. Todavía me retumba en la cabeza el ñato diciendo “……a estos demócratas a la violeta…[] …les vamos a poner las peras a cuarto…” .
Así que, sesenta. He averiguado algunas cosas, como ser lo fácil que es recitar o cantar la libertad, siempre y cuando se lo haga en abstracto: en el aire, en el cielo…..o como te la enseñaron en la escuela. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando realmente nos comportamos como hombres libres. El ejercicio de la libertad genuina infunde miedo a los cortos de genio, los pusilánimes, y definitivamente nos aproxima a la soledad y la intemperie de puertas que se cierran. Pero ha de saberse que sólo la libertad de acción y pensamiento nos hará vivir momentos únicos, lejos de la vulgaridad y cerca de la dignidad.
De modo que son sesenta. Y casi no he tenido tiempo de que me pesaran. Mi alma continúa en llamas y sigo sin hacerme bombero. Saludo la vehemencia irreflexiva de los jóvenes y me da repelón un decrépito Quasimodo/Tinelli adosado a un terrorista impositivo, reptando desde la izquierda más degenerada en dirección a las mieles del poder, hacia los restaurantes guapos, los asientos en clase ejecutiva, las degustaciones exclusivas. Aristocracia alquilada, astracanaje queriéndose colar en paraísos ajenos.
Sesenta tacos de almanaque. Tantas veces he suplicado a no sé quién que me devolviera mi antigua existencia y mira tú por dónde, por qué extraños derroteros ella me está siendo devuelta. Otra vez el furor de la lucha por ideas, la fuerza incomparable de la militancia por convicción, la recuperación del internacionalismo, golpear la puerta de los desencantados, reorganizar la columna de los que no se prostituyen ni se entregarán jamás. Somos sexagenarios de 17 o quinceañeros expertos en exilio. Da igual. Vamos al rescate de los principios del ‘71. Nos han descerrajado todos los denuestos, todos los descalificativos. Pero hasta quienes nos llaman locos, resentidos, amargados, retrógrados, ultritas, infantilistas, desubicados o radicales, saben de sobra que hay un sambenito que jamás nos podrán colgar: el de tránsfugas, el de renegados ideológicos.
Somos memoria, somos testigos, somos el engranaje que le falló al sistema. Cada uno de nosotros tiene una bandera artiguista perfectamente colocada bajo la camisa. Nos llamamos Asamblea Popular. Y a partir de hoy vamos a por todas.
.
Jorge Bonaldi, 6 de julio de 2009, en Montevideo
Escrito por Jorge Bonaldi el día Tuesday, September 22, 2009
http://losyoruguas.com/
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Y resulta que ya tengo sesenta. Rápido pasó todo. Recorro las modestas barriadas montevideanas y constato que nada cambió. Al igual que en mí, en ellas sólo se ha instalado la vejez, acaso salpicada por la aparición de alguna nave de industrias poco trascendentes o la gran superficie albergando mercaderías fabricadas en serie, insulsas y sin distinción. La propia vida de las gentes -más espectadoras que protagonistas, más proclives al jamón y queso que al pimentón picante- se ha convertido a su vez en el desabrido deambular que recurrentemente conduce al punto donde todo vuelve a empezar y nos aguarda una única certeza: la de transitar la vida sin pena ni gloria.
Suelo caminar rodeado de fantasmas con forma de gritos, cánticos, demandas que recuerdan empujes populares reventados desde dentro. Lisboa, Madrid, Santiago, “Grandola vila morena” y la voz de Lazaroff que me susurra “…….cuando vino la libertad no la vio nadie…..” Menudo choclo a la hora de subirse a un 103 y observar el rostro ausente de los pasajeros, siempre dispuestos a no rebelarse frente a las órdenes de hacinamiento disparadas a bocajarro por el guarda. Mansos, correctos, portadores de un erróneo sentido de la buena educación y una incomparable capacidad para la resignación, fingimos ser solidarios con los que no pueden subir, pero somos cortitos de genio a la hora de exigir que pongan más coches qué joder; incapaces, en fin, de razonar que sólo favorecemos la ganancia de la empresa. Tanta sumisión tendrá su válvula de escape más tarde: estallaremos en el momento y en el lugar indebidos, como siempre.
Retiro la mirada y continúo con mis obsesiones, que son las mismas desde hace cuarenta años: llegar a tener un gobierno popular y antiimperialista. O dicho de otro modo, que los colaboracionistas disfrazados de leales no nos hagan otra vez la puñeta.
Hace poco, en diciembre fui invitado a cantar en el Memorial de los Desaparecidos. También allí el clima de resignación me resultó de poco recibo. Carlitos Blanco el fundador de museos, viene de vez en cuando de España y se impresiona con la Marcha del Silencio. Como lo haría cualquier turista alemán. Trato de hacerle entender que la marcha se ha convertido en un ritual sin más consecuencias que las que podría tener una procesión de Semana Santa. Y de eso, en España, vaya si entienden. Cada año, al disolverse la marcha, los caminantes silenciosos vuelven a sus casas con una única certeza: la marcha habrá de repetirse al año siguiente. Y eso será todo.
O sea, de conformismo andamos bastante bien, Carlitos. Pero de rebeldía…..
Bueno. Ya tengo sesenta. No conocí a la madre de mi madre, pero sí a su madrastra, Zulema, que había sido mujer del cantor Antonio Doldán, conocido como “el jilguero uruguayo”. Fue Zulema quien me inyectó la adicción a Peñarol y me rebautizó como “El Jorgen”. Nunca pude entender esa extraña escandinavización de mi nombre de pila.
No recuerdo bien como aterricé en los asuntos de la política, pero un día me ví leyendo “El Popular”, escuchando al ñato Rodríguez en cx 30 salud amigos, votando al FIDEL o actuando como delegado del FA en las elecciones del 71. Todavía me retumba en la cabeza el ñato diciendo “……a estos demócratas a la violeta…[] …les vamos a poner las peras a cuarto…” .
Así que, sesenta. He averiguado algunas cosas, como ser lo fácil que es recitar o cantar la libertad, siempre y cuando se lo haga en abstracto: en el aire, en el cielo…..o como te la enseñaron en la escuela. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando realmente nos comportamos como hombres libres. El ejercicio de la libertad genuina infunde miedo a los cortos de genio, los pusilánimes, y definitivamente nos aproxima a la soledad y la intemperie de puertas que se cierran. Pero ha de saberse que sólo la libertad de acción y pensamiento nos hará vivir momentos únicos, lejos de la vulgaridad y cerca de la dignidad.
De modo que son sesenta. Y casi no he tenido tiempo de que me pesaran. Mi alma continúa en llamas y sigo sin hacerme bombero. Saludo la vehemencia irreflexiva de los jóvenes y me da repelón un decrépito Quasimodo/Tinelli adosado a un terrorista impositivo, reptando desde la izquierda más degenerada en dirección a las mieles del poder, hacia los restaurantes guapos, los asientos en clase ejecutiva, las degustaciones exclusivas. Aristocracia alquilada, astracanaje queriéndose colar en paraísos ajenos.
Sesenta tacos de almanaque. Tantas veces he suplicado a no sé quién que me devolviera mi antigua existencia y mira tú por dónde, por qué extraños derroteros ella me está siendo devuelta. Otra vez el furor de la lucha por ideas, la fuerza incomparable de la militancia por convicción, la recuperación del internacionalismo, golpear la puerta de los desencantados, reorganizar la columna de los que no se prostituyen ni se entregarán jamás. Somos sexagenarios de 17 o quinceañeros expertos en exilio. Da igual. Vamos al rescate de los principios del ‘71. Nos han descerrajado todos los denuestos, todos los descalificativos. Pero hasta quienes nos llaman locos, resentidos, amargados, retrógrados, ultritas, infantilistas, desubicados o radicales, saben de sobra que hay un sambenito que jamás nos podrán colgar: el de tránsfugas, el de renegados ideológicos.
Somos memoria, somos testigos, somos el engranaje que le falló al sistema. Cada uno de nosotros tiene una bandera artiguista perfectamente colocada bajo la camisa. Nos llamamos Asamblea Popular. Y a partir de hoy vamos a por todas.
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Jorge Bonaldi, 6 de julio de 2009, en Montevideo
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Llegar a los sesenta
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Y resulta que ya tengo sesenta. Rápido pasó todo. Recorro las modestas barriadas montevideanas y constato que nada cambió. Al igual que en mí, en ellas sólo se ha instalado la vejez, acaso salpicada por la aparición de alguna nave de industrias poco trascendentes o la gran superficie albergando mercaderías fabricadas en serie, insulsas y sin distinción. La propia vida de las gentes -más espectadoras que protagonistas, más proclives al jamón y queso que al pimentón picante- se ha convertido a su vez en el desabrido deambular que recurrentemente conduce al punto donde todo vuelve a empezar y nos aguarda una única certeza: la de transitar la vida sin pena ni gloria.
Suelo caminar rodeado de fantasmas con forma de gritos, cánticos, demandas que recuerdan empujes populares reventados desde dentro. Lisboa, Madrid, Santiago, “Grandola vila morena” y la voz de Lazaroff que me susurra “…….cuando vino la libertad no la vio nadie…..” Menudo choclo a la hora de subirse a un 103 y observar el rostro ausente de los pasajeros, siempre dispuestos a no rebelarse frente a las órdenes de hacinamiento disparadas a bocajarro por el guarda. Mansos, correctos, portadores de un erróneo sentido de la buena educación y una incomparable capacidad para la resignación, fingimos ser solidarios con los que no pueden subir, pero somos cortitos de genio a la hora de exigir que pongan más coches qué joder; incapaces, en fin, de razonar que sólo favorecemos la ganancia de la empresa. Tanta sumisión tendrá su válvula de escape más tarde: estallaremos en el momento y en el lugar indebidos, como siempre.
Retiro la mirada y continúo con mis obsesiones, que son las mismas desde hace cuarenta años: llegar a tener un gobierno popular y antiimperialista. O dicho de otro modo, que los colaboracionistas disfrazados de leales no nos hagan otra vez la puñeta.
Hace poco, en diciembre fui invitado a cantar en el Memorial de los Desaparecidos. También allí el clima de resignación me resultó de poco recibo. Carlitos Blanco el fundador de museos, viene de vez en cuando de España y se impresiona con la Marcha del Silencio. Como lo haría cualquier turista alemán. Trato de hacerle entender que la marcha se ha convertido en un ritual sin más consecuencias que las que podría tener una procesión de Semana Santa. Y de eso, en España, vaya si entienden. Cada año, al disolverse la marcha, los caminantes silenciosos vuelven a sus casas con una única certeza: la marcha habrá de repetirse al año siguiente. Y eso será todo.
O sea, de conformismo andamos bastante bien, Carlitos. Pero de rebeldía…..
Bueno. Ya tengo sesenta. No conocí a la madre de mi madre, pero sí a su madrastra, Zulema, que había sido mujer del cantor Antonio Doldán, conocido como “el jilguero uruguayo”. Fue Zulema quien me inyectó la adicción a Peñarol y me rebautizó como “El Jorgen”. Nunca pude entender esa extraña escandinavización de mi nombre de pila.
No recuerdo bien como aterricé en los asuntos de la política, pero un día me ví leyendo “El Popular”, escuchando al ñato Rodríguez en cx 30 salud amigos, votando al FIDEL o actuando como delegado del FA en las elecciones del 71. Todavía me retumba en la cabeza el ñato diciendo “……a estos demócratas a la violeta…[] …les vamos a poner las peras a cuarto…” .
Así que, sesenta. He averiguado algunas cosas, como ser lo fácil que es recitar o cantar la libertad, siempre y cuando se lo haga en abstracto: en el aire, en el cielo…..o como te la enseñaron en la escuela. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando realmente nos comportamos como hombres libres. El ejercicio de la libertad genuina infunde miedo a los cortos de genio, los pusilánimes, y definitivamente nos aproxima a la soledad y la intemperie de puertas que se cierran. Pero ha de saberse que sólo la libertad de acción y pensamiento nos hará vivir momentos únicos, lejos de la vulgaridad y cerca de la dignidad.
De modo que son sesenta. Y casi no he tenido tiempo de que me pesaran. Mi alma continúa en llamas y sigo sin hacerme bombero. Saludo la vehemencia irreflexiva de los jóvenes y me da repelón un decrépito Quasimodo/Tinelli adosado a un terrorista impositivo, reptando desde la izquierda más degenerada en dirección a las mieles del poder, hacia los restaurantes guapos, los asientos en clase ejecutiva, las degustaciones exclusivas. Aristocracia alquilada, astracanaje queriéndose colar en paraísos ajenos.
Sesenta tacos de almanaque. Tantas veces he suplicado a no sé quién que me devolviera mi antigua existencia y mira tú por dónde, por qué extraños derroteros ella me está siendo devuelta. Otra vez el furor de la lucha por ideas, la fuerza incomparable de la militancia por convicción, la recuperación del internacionalismo, golpear la puerta de los desencantados, reorganizar la columna de los que no se prostituyen ni se entregarán jamás. Somos sexagenarios de 17 o quinceañeros expertos en exilio. Da igual. Vamos al rescate de los principios del ‘71. Nos han descerrajado todos los denuestos, todos los descalificativos. Pero hasta quienes nos llaman locos, resentidos, amargados, retrógrados, ultritas, infantilistas, desubicados o radicales, saben de sobra que hay un sambenito que jamás nos podrán colgar: el de tránsfugas, el de renegados ideológicos.
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Y resulta que ya tengo sesenta. Rápido pasó todo. Recorro las modestas barriadas montevideanas y constato que nada cambió. Al igual que en mí, en ellas sólo se ha instalado la vejez, acaso salpicada por la aparición de alguna nave de industrias poco trascendentes o la gran superficie albergando mercaderías fabricadas en serie, insulsas y sin distinción. La propia vida de las gentes -más espectadoras que protagonistas, más proclives al jamón y queso que al pimentón picante- se ha convertido a su vez en el desabrido deambular que recurrentemente conduce al punto donde todo vuelve a empezar y nos aguarda una única certeza: la de transitar la vida sin pena ni gloria.
Suelo caminar rodeado de fantasmas con forma de gritos, cánticos, demandas que recuerdan empujes populares reventados desde dentro. Lisboa, Madrid, Santiago, “Grandola vila morena” y la voz de Lazaroff que me susurra “…….cuando vino la libertad no la vio nadie…..” Menudo choclo a la hora de subirse a un 103 y observar el rostro ausente de los pasajeros, siempre dispuestos a no rebelarse frente a las órdenes de hacinamiento disparadas a bocajarro por el guarda. Mansos, correctos, portadores de un erróneo sentido de la buena educación y una incomparable capacidad para la resignación, fingimos ser solidarios con los que no pueden subir, pero somos cortitos de genio a la hora de exigir que pongan más coches qué joder; incapaces, en fin, de razonar que sólo favorecemos la ganancia de la empresa. Tanta sumisión tendrá su válvula de escape más tarde: estallaremos en el momento y en el lugar indebidos, como siempre.
Retiro la mirada y continúo con mis obsesiones, que son las mismas desde hace cuarenta años: llegar a tener un gobierno popular y antiimperialista. O dicho de otro modo, que los colaboracionistas disfrazados de leales no nos hagan otra vez la puñeta.
Hace poco, en diciembre fui invitado a cantar en el Memorial de los Desaparecidos. También allí el clima de resignación me resultó de poco recibo. Carlitos Blanco el fundador de museos, viene de vez en cuando de España y se impresiona con la Marcha del Silencio. Como lo haría cualquier turista alemán. Trato de hacerle entender que la marcha se ha convertido en un ritual sin más consecuencias que las que podría tener una procesión de Semana Santa. Y de eso, en España, vaya si entienden. Cada año, al disolverse la marcha, los caminantes silenciosos vuelven a sus casas con una única certeza: la marcha habrá de repetirse al año siguiente. Y eso será todo.
O sea, de conformismo andamos bastante bien, Carlitos. Pero de rebeldía…..
Bueno. Ya tengo sesenta. No conocí a la madre de mi madre, pero sí a su madrastra, Zulema, que había sido mujer del cantor Antonio Doldán, conocido como “el jilguero uruguayo”. Fue Zulema quien me inyectó la adicción a Peñarol y me rebautizó como “El Jorgen”. Nunca pude entender esa extraña escandinavización de mi nombre de pila.
No recuerdo bien como aterricé en los asuntos de la política, pero un día me ví leyendo “El Popular”, escuchando al ñato Rodríguez en cx 30 salud amigos, votando al FIDEL o actuando como delegado del FA en las elecciones del 71. Todavía me retumba en la cabeza el ñato diciendo “……a estos demócratas a la violeta…[] …les vamos a poner las peras a cuarto…” .
Así que, sesenta. He averiguado algunas cosas, como ser lo fácil que es recitar o cantar la libertad, siempre y cuando se lo haga en abstracto: en el aire, en el cielo…..o como te la enseñaron en la escuela. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando realmente nos comportamos como hombres libres. El ejercicio de la libertad genuina infunde miedo a los cortos de genio, los pusilánimes, y definitivamente nos aproxima a la soledad y la intemperie de puertas que se cierran. Pero ha de saberse que sólo la libertad de acción y pensamiento nos hará vivir momentos únicos, lejos de la vulgaridad y cerca de la dignidad.
De modo que son sesenta. Y casi no he tenido tiempo de que me pesaran. Mi alma continúa en llamas y sigo sin hacerme bombero. Saludo la vehemencia irreflexiva de los jóvenes y me da repelón un decrépito Quasimodo/Tinelli adosado a un terrorista impositivo, reptando desde la izquierda más degenerada en dirección a las mieles del poder, hacia los restaurantes guapos, los asientos en clase ejecutiva, las degustaciones exclusivas. Aristocracia alquilada, astracanaje queriéndose colar en paraísos ajenos.
Sesenta tacos de almanaque. Tantas veces he suplicado a no sé quién que me devolviera mi antigua existencia y mira tú por dónde, por qué extraños derroteros ella me está siendo devuelta. Otra vez el furor de la lucha por ideas, la fuerza incomparable de la militancia por convicción, la recuperación del internacionalismo, golpear la puerta de los desencantados, reorganizar la columna de los que no se prostituyen ni se entregarán jamás. Somos sexagenarios de 17 o quinceañeros expertos en exilio. Da igual. Vamos al rescate de los principios del ‘71. Nos han descerrajado todos los denuestos, todos los descalificativos. Pero hasta quienes nos llaman locos, resentidos, amargados, retrógrados, ultritas, infantilistas, desubicados o radicales, saben de sobra que hay un sambenito que jamás nos podrán colgar: el de tránsfugas, el de renegados ideológicos.
Somos memoria, somos testigos, somos el engranaje que le falló al sistema. Cada uno de nosotros tiene una bandera artiguista perfectamente colocada bajo la camisa. Nos llamamos Asamblea Popular. Y a partir de hoy vamos a por todas.
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Suelo caminar rodeado de fantasmas con forma de gritos, cánticos, demandas que recuerdan empujes populares reventados desde dentro. Lisboa, Madrid, Santiago, “Grandola vila morena” y la voz de Lazaroff que me susurra “…….cuando vino la libertad no la vio nadie…..” Menudo choclo a la hora de subirse a un 103 y observar el rostro ausente de los pasajeros, siempre dispuestos a no rebelarse frente a las órdenes de hacinamiento disparadas a bocajarro por el guarda. Mansos, correctos, portadores de un erróneo sentido de la buena educación y una incomparable capacidad para la resignación, fingimos ser solidarios con los que no pueden subir, pero somos cortitos de genio a la hora de exigir que pongan más coches qué joder; incapaces, en fin, de razonar que sólo favorecemos la ganancia de la empresa. Tanta sumisión tendrá su válvula de escape más tarde: estallaremos en el momento y en el lugar indebidos, como siempre.
Retiro la mirada y continúo con mis obsesiones, que son las mismas desde hace cuarenta años: llegar a tener un gobierno popular y antiimperialista. O dicho de otro modo, que los colaboracionistas disfrazados de leales no nos hagan otra vez la puñeta.
Hace poco, en diciembre fui invitado a cantar en el Memorial de los Desaparecidos. También allí el clima de resignación me resultó de poco recibo. Carlitos Blanco el fundador de museos, viene de vez en cuando de España y se impresiona con la Marcha del Silencio. Como lo haría cualquier turista alemán. Trato de hacerle entender que la marcha se ha convertido en un ritual sin más consecuencias que las que podría tener una procesión de Semana Santa. Y de eso, en España, vaya si entienden. Cada año, al disolverse la marcha, los caminantes silenciosos vuelven a sus casas con una única certeza: la marcha habrá de repetirse al año siguiente. Y eso será todo.
O sea, de conformismo andamos bastante bien, Carlitos. Pero de rebeldía…..
Bueno. Ya tengo sesenta. No conocí a la madre de mi madre, pero sí a su madrastra, Zulema, que había sido mujer del cantor Antonio Doldán, conocido como “el jilguero uruguayo”. Fue Zulema quien me inyectó la adicción a Peñarol y me rebautizó como “El Jorgen”. Nunca pude entender esa extraña escandinavización de mi nombre de pila.
No recuerdo bien como aterricé en los asuntos de la política, pero un día me ví leyendo “El Popular”, escuchando al ñato Rodríguez en cx 30 salud amigos, votando al FIDEL o actuando como delegado del FA en las elecciones del 71. Todavía me retumba en la cabeza el ñato diciendo “……a estos demócratas a la violeta…[] …les vamos a poner las peras a cuarto…” .
Así que, sesenta. He averiguado algunas cosas, como ser lo fácil que es recitar o cantar la libertad, siempre y cuando se lo haga en abstracto: en el aire, en el cielo…..o como te la enseñaron en la escuela. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando realmente nos comportamos como hombres libres. El ejercicio de la libertad genuina infunde miedo a los cortos de genio, los pusilánimes, y definitivamente nos aproxima a la soledad y la intemperie de puertas que se cierran. Pero ha de saberse que sólo la libertad de acción y pensamiento nos hará vivir momentos únicos, lejos de la vulgaridad y cerca de la dignidad.
De modo que son sesenta. Y casi no he tenido tiempo de que me pesaran. Mi alma continúa en llamas y sigo sin hacerme bombero. Saludo la vehemencia irreflexiva de los jóvenes y me da repelón un decrépito Quasimodo/Tinelli adosado a un terrorista impositivo, reptando desde la izquierda más degenerada en dirección a las mieles del poder, hacia los restaurantes guapos, los asientos en clase ejecutiva, las degustaciones exclusivas. Aristocracia alquilada, astracanaje queriéndose colar en paraísos ajenos.
Sesenta tacos de almanaque. Tantas veces he suplicado a no sé quién que me devolviera mi antigua existencia y mira tú por dónde, por qué extraños derroteros ella me está siendo devuelta. Otra vez el furor de la lucha por ideas, la fuerza incomparable de la militancia por convicción, la recuperación del internacionalismo, golpear la puerta de los desencantados, reorganizar la columna de los que no se prostituyen ni se entregarán jamás. Somos sexagenarios de 17 o quinceañeros expertos en exilio. Da igual. Vamos al rescate de los principios del ‘71. Nos han descerrajado todos los denuestos, todos los descalificativos. Pero hasta quienes nos llaman locos, resentidos, amargados, retrógrados, ultritas, infantilistas, desubicados o radicales, saben de sobra que hay un sambenito que jamás nos podrán colgar: el de tránsfugas, el de renegados ideológicos.
Somos memoria, somos testigos, somos el engranaje que le falló al sistema. Cada uno de nosotros tiene una bandera artiguista perfectamente colocada bajo la camisa. Nos llamamos Asamblea Popular. Y a partir de hoy vamos a por todas.
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Y resulta que ya tengo sesenta. Rápido pasó todo. Recorro las modestas barriadas montevideanas y constato que nada cambió. Al igual que en mí, en ellas sólo se ha instalado la vejez, acaso salpicada por la aparición de alguna nave de industrias poco trascendentes o la gran superficie albergando mercaderías fabricadas en serie, insulsas y sin distinción. La propia vida de las gentes -más espectadoras que protagonistas, más proclives al jamón y queso que al pimentón picante- se ha convertido a su vez en el desabrido deambular que recurrentemente conduce al punto donde todo vuelve a empezar y nos aguarda una única certeza: la de transitar la vida sin pena ni gloria.
Suelo caminar rodeado de fantasmas con forma de gritos, cánticos, demandas que recuerdan empujes populares reventados desde dentro. Lisboa, Madrid, Santiago, “Grandola vila morena” y la voz de Lazaroff que me susurra “…….cuando vino la libertad no la vio nadie…..” Menudo choclo a la hora de subirse a un 103 y observar el rostro ausente de los pasajeros, siempre dispuestos a no rebelarse frente a las órdenes de hacinamiento disparadas a bocajarro por el guarda. Mansos, correctos, portadores de un erróneo sentido de la buena educación y una incomparable capacidad para la resignación, fingimos ser solidarios con los que no pueden subir, pero somos cortitos de genio a la hora de exigir que pongan más coches qué joder; incapaces, en fin, de razonar que sólo favorecemos la ganancia de la empresa. Tanta sumisión tendrá su válvula de escape más tarde: estallaremos en el momento y en el lugar indebidos, como siempre.
Retiro la mirada y continúo con mis obsesiones, que son las mismas desde hace cuarenta años: llegar a tener un gobierno popular y antiimperialista. O dicho de otro modo, que los colaboracionistas disfrazados de leales no nos hagan otra vez la puñeta.
Hace poco, en diciembre fui invitado a cantar en el Memorial de los Desaparecidos. También allí el clima de resignación me resultó de poco recibo. Carlitos Blanco el fundador de museos, viene de vez en cuando de España y se impresiona con la Marcha del Silencio. Como lo haría cualquier turista alemán. Trato de hacerle entender que la marcha se ha convertido en un ritual sin más consecuencias que las que podría tener una procesión de Semana Santa. Y de eso, en España, vaya si entienden. Cada año, al disolverse la marcha, los caminantes silenciosos vuelven a sus casas con una única certeza: la marcha habrá de repetirse al año siguiente. Y eso será todo.
O sea, de conformismo andamos bastante bien, Carlitos. Pero de rebeldía…..
Bueno. Ya tengo sesenta. No conocí a la madre de mi madre, pero sí a su madrastra, Zulema, que había sido mujer del cantor Antonio Doldán, conocido como “el jilguero uruguayo”. Fue Zulema quien me inyectó la adicción a Peñarol y me rebautizó como “El Jorgen”. Nunca pude entender esa extraña escandinavización de mi nombre de pila.
No recuerdo bien como aterricé en los asuntos de la política, pero un día me ví leyendo “El Popular”, escuchando al ñato Rodríguez en cx 30 salud amigos, votando al FIDEL o actuando como delegado del FA en las elecciones del 71. Todavía me retumba en la cabeza el ñato diciendo “……a estos demócratas a la violeta…[] …les vamos a poner las peras a cuarto…” .
Así que, sesenta. He averiguado algunas cosas, como ser lo fácil que es recitar o cantar la libertad, siempre y cuando se lo haga en abstracto: en el aire, en el cielo…..o como te la enseñaron en la escuela. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando realmente nos comportamos como hombres libres. El ejercicio de la libertad genuina infunde miedo a los cortos de genio, los pusilánimes, y definitivamente nos aproxima a la soledad y la intemperie de puertas que se cierran. Pero ha de saberse que sólo la libertad de acción y pensamiento nos hará vivir momentos únicos, lejos de la vulgaridad y cerca de la dignidad.
De modo que son sesenta. Y casi no he tenido tiempo de que me pesaran. Mi alma continúa en llamas y sigo sin hacerme bombero. Saludo la vehemencia irreflexiva de los jóvenes y me da repelón un decrépito Quasimodo/Tinelli adosado a un terrorista impositivo, reptando desde la izquierda más degenerada en dirección a las mieles del poder, hacia los restaurantes guapos, los asientos en clase ejecutiva, las degustaciones exclusivas. Aristocracia alquilada, astracanaje queriéndose colar en paraísos ajenos.
Sesenta tacos de almanaque. Tantas veces he suplicado a no sé quién que me devolviera mi antigua existencia y mira tú por dónde, por qué extraños derroteros ella me está siendo devuelta. Otra vez el furor de la lucha por ideas, la fuerza incomparable de la militancia por convicción, la recuperación del internacionalismo, golpear la puerta de los desencantados, reorganizar la columna de los que no se prostituyen ni se entregarán jamás. Somos sexagenarios de 17 o quinceañeros expertos en exilio. Da igual. Vamos al rescate de los principios del ‘71. Nos han descerrajado todos los denuestos, todos los descalificativos. Pero hasta quienes nos llaman locos, resentidos, amargados, retrógrados, ultritas, infantilistas, desubicados o radicales, saben de sobra que hay un sambenito que jamás nos podrán colgar: el de tránsfugas, el de renegados ideológicos.
Somos memoria, somos testigos, somos el engranaje que le falló al sistema. Cada uno de nosotros tiene una bandera artiguista perfectamente colocada bajo la camisa. Nos llamamos Asamblea Popular. Y a partir de hoy vamos a por todas.
.
Jorge Bonaldi, 6 de julio de 2009, en Montevideo
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DEDICADO AL VIEJO TRAIDOR
TE SUBE DE NUEVO BISTRUS LLANERO JORGE
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Re: Llegar a los sesenta (Jorge BONALDI)
VOLTAIRE escribió:TE SUBE DE NUEVO BISTRUS LLANERO JORGE
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Re: Llegar a los sesenta (Jorge BONALDI)
Llegar a los sesenta
Escrito por Jorge Bonaldi el día Tuesday, September 22, 2009
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Y resulta que ya tengo sesenta. Rápido pasó todo. Recorro las modestas barriadas montevideanas y constato que nada cambió. Al igual que en mí, en ellas sólo se ha instalado la vejez, acaso salpicada por la aparición de alguna nave de industrias poco trascendentes o la gran superficie albergando mercaderías fabricadas en serie, insulsas y sin distinción. La propia vida de las gentes -más espectadoras que protagonistas, más proclives al jamón y queso que al pimentón picante- se ha convertido a su vez en el desabrido deambular que recurrentemente conduce al punto donde todo vuelve a empezar y nos aguarda una única certeza: la de transitar la vida sin pena ni gloria.
Suelo caminar rodeado de fantasmas con forma de gritos, cánticos, demandas que recuerdan empujes populares reventados desde dentro. Lisboa, Madrid, Santiago, “Grandola vila morena” y la voz de Lazaroff que me susurra “…….cuando vino la libertad no la vio nadie…..” Menudo choclo a la hora de subirse a un 103 y observar el rostro ausente de los pasajeros, siempre dispuestos a no rebelarse frente a las órdenes de hacinamiento disparadas a bocajarro por el guarda. Mansos, correctos, portadores de un erróneo sentido de la buena educación y una incomparable capacidad para la resignación, fingimos ser solidarios con los que no pueden subir, pero somos cortitos de genio a la hora de exigir que pongan más coches qué joder; incapaces, en fin, de razonar que sólo favorecemos la ganancia de la empresa. Tanta sumisión tendrá su válvula de escape más tarde: estallaremos en el momento y en el lugar indebidos, como siempre.
Retiro la mirada y continúo con mis obsesiones, que son las mismas desde hace cuarenta años: llegar a tener un gobierno popular y antiimperialista. O dicho de otro modo, que los colaboracionistas disfrazados de leales no nos hagan otra vez la puñeta.
Hace poco, en diciembre fui invitado a cantar en el Memorial de los Desaparecidos. También allí el clima de resignación me resultó de poco recibo. Carlitos Blanco el fundador de museos, viene de vez en cuando de España y se impresiona con la Marcha del Silencio. Como lo haría cualquier turista alemán. Trato de hacerle entender que la marcha se ha convertido en un ritual sin más consecuencias que las que podría tener una procesión de Semana Santa. Y de eso, en España, vaya si entienden. Cada año, al disolverse la marcha, los caminantes silenciosos vuelven a sus casas con una única certeza: la marcha habrá de repetirse al año siguiente. Y eso será todo.
O sea, de conformismo andamos bastante bien, Carlitos. Pero de rebeldía…..
Bueno. Ya tengo sesenta. No conocí a la madre de mi madre, pero sí a su madrastra, Zulema, que había sido mujer del cantor Antonio Doldán, conocido como “el jilguero uruguayo”. Fue Zulema quien me inyectó la adicción a Peñarol y me rebautizó como “El Jorgen”. Nunca pude entender esa extraña escandinavización de mi nombre de pila.
No recuerdo bien como aterricé en los asuntos de la política, pero un día me ví leyendo “El Popular”, escuchando al ñato Rodríguez en cx 30 salud amigos, votando al FIDEL o actuando como delegado del FA en las elecciones del 71. Todavía me retumba en la cabeza el ñato diciendo “……a estos demócratas a la violeta…[] …les vamos a poner las peras a cuarto…” .
Así que, sesenta. He averiguado algunas cosas, como ser lo fácil que es recitar o cantar la libertad, siempre y cuando se lo haga en abstracto: en el aire, en el cielo…..o como te la enseñaron en la escuela. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando realmente nos comportamos como hombres libres. El ejercicio de la libertad genuina infunde miedo a los cortos de genio, los pusilánimes, y definitivamente nos aproxima a la soledad y la intemperie de puertas que se cierran. Pero ha de saberse que sólo la libertad de acción y pensamiento nos hará vivir momentos únicos, lejos de la vulgaridad y cerca de la dignidad.
De modo que son sesenta. Y casi no he tenido tiempo de que me pesaran. Mi alma continúa en llamas y sigo sin hacerme bombero. Saludo la vehemencia irreflexiva de los jóvenes y me da repelón un decrépito Quasimodo/Tinelli adosado a un terrorista impositivo, reptando desde la izquierda más degenerada en dirección a las mieles del poder, hacia los restaurantes guapos, los asientos en clase ejecutiva, las degustaciones exclusivas. Aristocracia alquilada, astracanaje queriéndose colar en paraísos ajenos.
Sesenta tacos de almanaque. Tantas veces he suplicado a no sé quién que me devolviera mi antigua existencia y mira tú por dónde, por qué extraños derroteros ella me está siendo devuelta. Otra vez el furor de la lucha por ideas, la fuerza incomparable de la militancia por convicción, la recuperación del internacionalismo, golpear la puerta de los desencantados, reorganizar la columna de los que no se prostituyen ni se entregarán jamás. Somos sexagenarios de 17 o quinceañeros expertos en exilio. Da igual. Vamos al rescate de los principios del ‘71. Nos han descerrajado todos los denuestos, todos los descalificativos. Pero hasta quienes nos llaman locos, resentidos, amargados, retrógrados, ultritas, infantilistas, desubicados o radicales, saben de sobra que hay un sambenito que jamás nos podrán colgar: el de tránsfugas, el de renegados ideológicos.
Somos memoria, somos testigos, somos el engranaje que le falló al sistema. Cada uno de nosotros tiene una bandera artiguista perfectamente colocada bajo la camisa. Nos llamamos Asamblea Popular. Y a partir de hoy vamos a por todas.
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Y resulta que ya tengo sesenta. Rápido pasó todo. Recorro las modestas barriadas montevideanas y constato que nada cambió. Al igual que en mí, en ellas sólo se ha instalado la vejez, acaso salpicada por la aparición de alguna nave de industrias poco trascendentes o la gran superficie albergando mercaderías fabricadas en serie, insulsas y sin distinción. La propia vida de las gentes -más espectadoras que protagonistas, más proclives al jamón y queso que al pimentón picante- se ha convertido a su vez en el desabrido deambular que recurrentemente conduce al punto donde todo vuelve a empezar y nos aguarda una única certeza: la de transitar la vida sin pena ni gloria.
Suelo caminar rodeado de fantasmas con forma de gritos, cánticos, demandas que recuerdan empujes populares reventados desde dentro. Lisboa, Madrid, Santiago, “Grandola vila morena” y la voz de Lazaroff que me susurra “…….cuando vino la libertad no la vio nadie…..” Menudo choclo a la hora de subirse a un 103 y observar el rostro ausente de los pasajeros, siempre dispuestos a no rebelarse frente a las órdenes de hacinamiento disparadas a bocajarro por el guarda. Mansos, correctos, portadores de un erróneo sentido de la buena educación y una incomparable capacidad para la resignación, fingimos ser solidarios con los que no pueden subir, pero somos cortitos de genio a la hora de exigir que pongan más coches qué joder; incapaces, en fin, de razonar que sólo favorecemos la ganancia de la empresa. Tanta sumisión tendrá su válvula de escape más tarde: estallaremos en el momento y en el lugar indebidos, como siempre.
Retiro la mirada y continúo con mis obsesiones, que son las mismas desde hace cuarenta años: llegar a tener un gobierno popular y antiimperialista. O dicho de otro modo, que los colaboracionistas disfrazados de leales no nos hagan otra vez la puñeta.
Hace poco, en diciembre fui invitado a cantar en el Memorial de los Desaparecidos. También allí el clima de resignación me resultó de poco recibo. Carlitos Blanco el fundador de museos, viene de vez en cuando de España y se impresiona con la Marcha del Silencio. Como lo haría cualquier turista alemán. Trato de hacerle entender que la marcha se ha convertido en un ritual sin más consecuencias que las que podría tener una procesión de Semana Santa. Y de eso, en España, vaya si entienden. Cada año, al disolverse la marcha, los caminantes silenciosos vuelven a sus casas con una única certeza: la marcha habrá de repetirse al año siguiente. Y eso será todo.
O sea, de conformismo andamos bastante bien, Carlitos. Pero de rebeldía…..
Bueno. Ya tengo sesenta. No conocí a la madre de mi madre, pero sí a su madrastra, Zulema, que había sido mujer del cantor Antonio Doldán, conocido como “el jilguero uruguayo”. Fue Zulema quien me inyectó la adicción a Peñarol y me rebautizó como “El Jorgen”. Nunca pude entender esa extraña escandinavización de mi nombre de pila.
No recuerdo bien como aterricé en los asuntos de la política, pero un día me ví leyendo “El Popular”, escuchando al ñato Rodríguez en cx 30 salud amigos, votando al FIDEL o actuando como delegado del FA en las elecciones del 71. Todavía me retumba en la cabeza el ñato diciendo “……a estos demócratas a la violeta…[] …les vamos a poner las peras a cuarto…” .
Así que, sesenta. He averiguado algunas cosas, como ser lo fácil que es recitar o cantar la libertad, siempre y cuando se lo haga en abstracto: en el aire, en el cielo…..o como te la enseñaron en la escuela. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando realmente nos comportamos como hombres libres. El ejercicio de la libertad genuina infunde miedo a los cortos de genio, los pusilánimes, y definitivamente nos aproxima a la soledad y la intemperie de puertas que se cierran. Pero ha de saberse que sólo la libertad de acción y pensamiento nos hará vivir momentos únicos, lejos de la vulgaridad y cerca de la dignidad.
De modo que son sesenta. Y casi no he tenido tiempo de que me pesaran. Mi alma continúa en llamas y sigo sin hacerme bombero. Saludo la vehemencia irreflexiva de los jóvenes y me da repelón un decrépito Quasimodo/Tinelli adosado a un terrorista impositivo, reptando desde la izquierda más degenerada en dirección a las mieles del poder, hacia los restaurantes guapos, los asientos en clase ejecutiva, las degustaciones exclusivas. Aristocracia alquilada, astracanaje queriéndose colar en paraísos ajenos.
Sesenta tacos de almanaque. Tantas veces he suplicado a no sé quién que me devolviera mi antigua existencia y mira tú por dónde, por qué extraños derroteros ella me está siendo devuelta. Otra vez el furor de la lucha por ideas, la fuerza incomparable de la militancia por convicción, la recuperación del internacionalismo, golpear la puerta de los desencantados, reorganizar la columna de los que no se prostituyen ni se entregarán jamás. Somos sexagenarios de 17 o quinceañeros expertos en exilio. Da igual. Vamos al rescate de los principios del ‘71. Nos han descerrajado todos los denuestos, todos los descalificativos. Pero hasta quienes nos llaman locos, resentidos, amargados, retrógrados, ultritas, infantilistas, desubicados o radicales, saben de sobra que hay un sambenito que jamás nos podrán colgar: el de tránsfugas, el de renegados ideológicos.
Somos memoria, somos testigos, somos el engranaje que le falló al sistema. Cada uno de nosotros tiene una bandera artiguista perfectamente colocada bajo la camisa. Nos llamamos Asamblea Popular. Y a partir de hoy vamos a por todas.
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Re: Llegar a los sesenta (Jorge BONALDI)
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Re: Llegar a los sesenta (Jorge BONALDI)
Llegar a los sesenta
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Y resulta que ya tengo sesenta. Rápido pasó todo. Recorro las modestas barriadas montevideanas y constato que nada cambió. Al igual que en mí, en ellas sólo se ha instalado la vejez, acaso salpicada por la aparición de alguna nave de industrias poco trascendentes o la gran superficie albergando mercaderías fabricadas en serie, insulsas y sin distinción. La propia vida de las gentes -más espectadoras que protagonistas, más proclives al jamón y queso que al pimentón picante- se ha convertido a su vez en el desabrido deambular que recurrentemente conduce al punto donde todo vuelve a empezar y nos aguarda una única certeza: la de transitar la vida sin pena ni gloria.
Suelo caminar rodeado de fantasmas con forma de gritos, cánticos, demandas que recuerdan empujes populares reventados desde dentro. Lisboa, Madrid, Santiago, “Grandola vila morena” y la voz de Lazaroff que me susurra “…….cuando vino la libertad no la vio nadie…..” Menudo choclo a la hora de subirse a un 103 y observar el rostro ausente de los pasajeros, siempre dispuestos a no rebelarse frente a las órdenes de hacinamiento disparadas a bocajarro por el guarda. Mansos, correctos, portadores de un erróneo sentido de la buena educación y una incomparable capacidad para la resignación, fingimos ser solidarios con los que no pueden subir, pero somos cortitos de genio a la hora de exigir que pongan más coches qué joder; incapaces, en fin, de razonar que sólo favorecemos la ganancia de la empresa. Tanta sumisión tendrá su válvula de escape más tarde: estallaremos en el momento y en el lugar indebidos, como siempre.
Retiro la mirada y continúo con mis obsesiones, que son las mismas desde hace cuarenta años: llegar a tener un gobierno popular y antiimperialista. O dicho de otro modo, que los colaboracionistas disfrazados de leales no nos hagan otra vez la puñeta.
Hace poco, en diciembre fui invitado a cantar en el Memorial de los Desaparecidos. También allí el clima de resignación me resultó de poco recibo. Carlitos Blanco el fundador de museos, viene de vez en cuando de España y se impresiona con la Marcha del Silencio. Como lo haría cualquier turista alemán. Trato de hacerle entender que la marcha se ha convertido en un ritual sin más consecuencias que las que podría tener una procesión de Semana Santa. Y de eso, en España, vaya si entienden. Cada año, al disolverse la marcha, los caminantes silenciosos vuelven a sus casas con una única certeza: la marcha habrá de repetirse al año siguiente. Y eso será todo.
O sea, de conformismo andamos bastante bien, Carlitos. Pero de rebeldía…..
Bueno. Ya tengo sesenta. No conocí a la madre de mi madre, pero sí a su madrastra, Zulema, que había sido mujer del cantor Antonio Doldán, conocido como “el jilguero uruguayo”. Fue Zulema quien me inyectó la adicción a Peñarol y me rebautizó como “El Jorgen”. Nunca pude entender esa extraña escandinavización de mi nombre de pila.
No recuerdo bien como aterricé en los asuntos de la política, pero un día me ví leyendo “El Popular”, escuchando al ñato Rodríguez en cx 30 salud amigos, votando al FIDEL o actuando como delegado del FA en las elecciones del 71. Todavía me retumba en la cabeza el ñato diciendo “……a estos demócratas a la violeta…[] …les vamos a poner las peras a cuarto…” .
Así que, sesenta. He averiguado algunas cosas, como ser lo fácil que es recitar o cantar la libertad, siempre y cuando se lo haga en abstracto: en el aire, en el cielo…..o como te la enseñaron en la escuela. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando realmente nos comportamos como hombres libres. El ejercicio de la libertad genuina infunde miedo a los cortos de genio, los pusilánimes, y definitivamente nos aproxima a la soledad y la intemperie de puertas que se cierran. Pero ha de saberse que sólo la libertad de acción y pensamiento nos hará vivir momentos únicos, lejos de la vulgaridad y cerca de la dignidad.
De modo que son sesenta. Y casi no he tenido tiempo de que me pesaran. Mi alma continúa en llamas y sigo sin hacerme bombero. Saludo la vehemencia irreflexiva de los jóvenes y me da repelón un decrépito Quasimodo/Tinelli adosado a un terrorista impositivo, reptando desde la izquierda más degenerada en dirección a las mieles del poder, hacia los restaurantes guapos, los asientos en clase ejecutiva, las degustaciones exclusivas. Aristocracia alquilada, astracanaje queriéndose colar en paraísos ajenos.
Sesenta tacos de almanaque. Tantas veces he suplicado a no sé quién que me devolviera mi antigua existencia y mira tú por dónde, por qué extraños derroteros ella me está siendo devuelta. Otra vez el furor de la lucha por ideas, la fuerza incomparable de la militancia por convicción, la recuperación del internacionalismo, golpear la puerta de los desencantados, reorganizar la columna de los que no se prostituyen ni se entregarán jamás. Somos sexagenarios de 17 o quinceañeros expertos en exilio. Da igual. Vamos al rescate de los principios del ‘71. Nos han descerrajado todos los denuestos, todos los descalificativos. Pero hasta quienes nos llaman locos, resentidos, amargados, retrógrados, ultritas, infantilistas, desubicados o radicales, saben de sobra que hay un sambenito que jamás nos podrán colgar: el de tránsfugas, el de renegados ideológicos.
Somos memoria, somos testigos, somos el engranaje que le falló al sistema. Cada uno de nosotros tiene una bandera artiguista perfectamente colocada bajo la camisa. Nos llamamos Asamblea Popular. Y a partir de hoy vamos a por todas.
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Suelo caminar rodeado de fantasmas con forma de gritos, cánticos, demandas que recuerdan empujes populares reventados desde dentro. Lisboa, Madrid, Santiago, “Grandola vila morena” y la voz de Lazaroff que me susurra “…….cuando vino la libertad no la vio nadie…..” Menudo choclo a la hora de subirse a un 103 y observar el rostro ausente de los pasajeros, siempre dispuestos a no rebelarse frente a las órdenes de hacinamiento disparadas a bocajarro por el guarda. Mansos, correctos, portadores de un erróneo sentido de la buena educación y una incomparable capacidad para la resignación, fingimos ser solidarios con los que no pueden subir, pero somos cortitos de genio a la hora de exigir que pongan más coches qué joder; incapaces, en fin, de razonar que sólo favorecemos la ganancia de la empresa. Tanta sumisión tendrá su válvula de escape más tarde: estallaremos en el momento y en el lugar indebidos, como siempre.
Retiro la mirada y continúo con mis obsesiones, que son las mismas desde hace cuarenta años: llegar a tener un gobierno popular y antiimperialista. O dicho de otro modo, que los colaboracionistas disfrazados de leales no nos hagan otra vez la puñeta.
Hace poco, en diciembre fui invitado a cantar en el Memorial de los Desaparecidos. También allí el clima de resignación me resultó de poco recibo. Carlitos Blanco el fundador de museos, viene de vez en cuando de España y se impresiona con la Marcha del Silencio. Como lo haría cualquier turista alemán. Trato de hacerle entender que la marcha se ha convertido en un ritual sin más consecuencias que las que podría tener una procesión de Semana Santa. Y de eso, en España, vaya si entienden. Cada año, al disolverse la marcha, los caminantes silenciosos vuelven a sus casas con una única certeza: la marcha habrá de repetirse al año siguiente. Y eso será todo.
O sea, de conformismo andamos bastante bien, Carlitos. Pero de rebeldía…..
Bueno. Ya tengo sesenta. No conocí a la madre de mi madre, pero sí a su madrastra, Zulema, que había sido mujer del cantor Antonio Doldán, conocido como “el jilguero uruguayo”. Fue Zulema quien me inyectó la adicción a Peñarol y me rebautizó como “El Jorgen”. Nunca pude entender esa extraña escandinavización de mi nombre de pila.
No recuerdo bien como aterricé en los asuntos de la política, pero un día me ví leyendo “El Popular”, escuchando al ñato Rodríguez en cx 30 salud amigos, votando al FIDEL o actuando como delegado del FA en las elecciones del 71. Todavía me retumba en la cabeza el ñato diciendo “……a estos demócratas a la violeta…[] …les vamos a poner las peras a cuarto…” .
Así que, sesenta. He averiguado algunas cosas, como ser lo fácil que es recitar o cantar la libertad, siempre y cuando se lo haga en abstracto: en el aire, en el cielo…..o como te la enseñaron en la escuela. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando realmente nos comportamos como hombres libres. El ejercicio de la libertad genuina infunde miedo a los cortos de genio, los pusilánimes, y definitivamente nos aproxima a la soledad y la intemperie de puertas que se cierran. Pero ha de saberse que sólo la libertad de acción y pensamiento nos hará vivir momentos únicos, lejos de la vulgaridad y cerca de la dignidad.
De modo que son sesenta. Y casi no he tenido tiempo de que me pesaran. Mi alma continúa en llamas y sigo sin hacerme bombero. Saludo la vehemencia irreflexiva de los jóvenes y me da repelón un decrépito Quasimodo/Tinelli adosado a un terrorista impositivo, reptando desde la izquierda más degenerada en dirección a las mieles del poder, hacia los restaurantes guapos, los asientos en clase ejecutiva, las degustaciones exclusivas. Aristocracia alquilada, astracanaje queriéndose colar en paraísos ajenos.
Sesenta tacos de almanaque. Tantas veces he suplicado a no sé quién que me devolviera mi antigua existencia y mira tú por dónde, por qué extraños derroteros ella me está siendo devuelta. Otra vez el furor de la lucha por ideas, la fuerza incomparable de la militancia por convicción, la recuperación del internacionalismo, golpear la puerta de los desencantados, reorganizar la columna de los que no se prostituyen ni se entregarán jamás. Somos sexagenarios de 17 o quinceañeros expertos en exilio. Da igual. Vamos al rescate de los principios del ‘71. Nos han descerrajado todos los denuestos, todos los descalificativos. Pero hasta quienes nos llaman locos, resentidos, amargados, retrógrados, ultritas, infantilistas, desubicados o radicales, saben de sobra que hay un sambenito que jamás nos podrán colgar: el de tránsfugas, el de renegados ideológicos.
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No seas gil, voltereta...
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