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BOLIVIA TE ROMPE EL CORAZÓN

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Mensaje  El Muerto Dom Sep 14, 2008 4:57 pm

Santiago O’Donnell (Página/12)

Dio pena ver por televisión esta semana a jóvenes clasemedieros
bolivianos armados con palos, piedras, pistolas y escopetas tomando
aeropuertos, canales de televisión y todo tipo de instituciones
públicas, destruyendo mercados populares y apaleando a campesinos, en
decenas de acciones de choque repartidas entre Santa Cruz, Beni, Pando
y Chuquisaca, coordinadas y previamente concertadas por los
gobernadores, con un diplomático estadounidense actuando como
facilitador, acciones que culminaron con la masacre de quince líderes
indígenas ametrallados a la vera de un camino en Pando, asesinados por
un escuadrón de la muerte que respondería al gobernador, Leonel
Fernández, hoy buscado por genocidio.

Bolivia te rompe el corazón. Tanto odio, tanta destrucción, tanta
impotencia escenificada en una especie de pueblada burguesa en contra
de los indígenas y los campesinos para mantener viejos privilegios,
ante la pasividad del gobierno, de su policía y de las fuerzas armadas.
El presidente Evo Morales, recientemente ratificado por dos tercios del
voto, debe tragar saliva ante cada nueva embestida para evitar dar la
orden que lleve al baño de sangre.

Bolivia está al borde de la guerra civil. Aunque el gobierno y los
líderes de la oposición acordaron sentarse a negociar esta tarde, las
rebeliones son muy difíciles de controlar una vez que se desatan, y su
propia inercia las lleva a radicalizarse. No hay salida política
posible cuando se desconoce la ley, las autoridades legítimamente
elegidas y las reglas de juego de la democracia. Cuando las disputas se
dirimen a través del uso de fuerza, ganan los que tienen más fierros.

En Bolivia los fierros pesados son de las fuerzas armadas. Por algo sus
cuarteles y destacamentos son prácticamente las únicas instituciones
federales que las patotas autonomistas no han atacado. Los militares en
actividad han dado muestras de lealtad al gobierno de Morales. Se trata
de una cuestión cultural. El 90 por ciento de los soldados bolivianos
son indígenas. El servicio militar es obligatorio, pero muchos blancos
consiguen libretas médicas. “El indígena que no hace cuartel (colimba)
es mal visto en su comunidad, como que no se hizo hombre. Evo es el
primer presidente que hizo cuartel desde la dictadura y eso los
militares lo respetan”, cuenta uno de sus asesores.

Cuando asumió en el 2006, Morales pasó por alto una promoción de
generales, presuntamente involucrados en una compra irregular de
misiles, para nombrar a su cúpula militar. Desde entonces no ha habido
intrigas ni complots dentro de la fuerza y la cúpula se ha mantenido
intacta, a pesarde los esfuerzos de algunos militares retirados
vinculados a la oligarquía cruceña.

Los autonomistas dicen que no van a devolver los edificios federales
que tomaron, sino que los van a reconvertir en entes provinciales, y
así van a empezar a aplicar los estatutos autonómicos que votaron el
año pasado.

Pero no es lo mismo tomar el edificio de la dirección impositiva que
capturar los ingresos que esa oficina percibía antes de la toma, por la
sencilla razón de que el gobierno redireccionó a los grandes
contribuyentes para que paguen sus impuestos y tributos directamente en
La Paz. Así como los estatutos fueron declarados ilegales de antemano
por la Corte Electoral y desconocidos por la comunidad internacional,
lo mismo pasa con las instituciones que surgen de su aplicación.

Sin fuentes de ingresos y con las rutas cortadas, la rebelión de los
ricos no puede durar mucho porque los empresarios pierden plata. Por
dar un ejemplo, la feria de Santa Cruz, la más grande del país, debía
arrancar en dos semanas. El año pasado reunió a 3000 empresarios de 40
países. Ahora quién sabe si se hace, ni quién va a participar, ni cómo
van a llegar con las rutas cortadas y los aeropuertos tomados.

Lo más triste es que todo este caos se desató porque el gobierno impuso
un recorte promedio del seis por ciento en sus transferencias a las
prefecturas para pagarle una modesta jubilación a los más pobres, la
llamada Renta Dignidad. Y no es que las prefecturas venían sufriendo la
codicia del gobierno central, sino todo lo contrario: además de contar
con uno de los sistemas fiscales más federales del mundo, la
estatización de los hidrocarburos que decretó el gobierno que hoy
combaten había triplicado sus ingresos en menos de tres años.

El problema principal que tienen los autonomistas es la creciente
popularidad de Evo Morales. El presidente que llegó al gobierno con
poco más de la mitad de los votos había prometido una reforma
redistributiva pero necesitaba algún tipo de acuerdo con la oposición
para sumar los dos tercios en la Asamblea Legislativa que iba a
modificar la Constitución. Pero en el referéndum revocatorio del mes
pasado Morales sumó más del 67 por ciento de los votos. Si repite la
performance en el referéndum constitucional de principios del año que
viene, entonces su Constitución habrá sido refrendada por mayoría
absoluta, reelección incluida, sin necesidad de hacer concesiones.

Este es el escenario que desespera a los autonomistas. Su única
esperanza es que Morales muerda el anzuelo y desate una represión feroz
que los ponga en el lugar de víctimas, para así justificar su
insurrección. Pero hasta ahora Morales ha hecho prevalecer su paciencia
aymara, su muñeca de gremialista y su visión de estadista, prefiriendo
mostrarse débil antes que entrar en la espiral de violencia.

Pero en un punto Morales es prisionero de su propio éxito. Cuanto más
avanza con sus reformas, más crece su popularidad. Cuanto más crece su
popularidad, más se aísla la oposición autonomista. Cuanto más se aísla
la oposición, más arriesga. Perdida por perdida, sale a quemar las
naves. El objetivo ya no es imponer el programa propio sino incendiar
el proyecto del gobierno en un acto de destrucción mutua. Para
lograrlo, los autonomistas no dudan en recurrir a lo más bajo de la
política: el racismo, la xenofobia, el macartismo, la demagogia, el
nacionalismo barato, los insultos, las patotas, los palos, las palizas,
los saqueos, las masacres.

Entonces el pueblo agredido quiere reaccionar y el jefe de Estado
intenta contenerlo. Pero no es fácil esperar que actúe la Justicia, que
funcionen las instituciones, que se calmen las aguas para recuperar lo
robado y rehacer lo destruido. No es fácil sentarse a ver cómo las
llamas del odio se devoran rutas, oficinas, estaciones, mercados, vidas
humanas y la esperanza de un futuro mejor. Te rompe el corazón.
El Muerto
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